Periodistas de la prensa internacional, aquellos que cubren la guerra en el este europeo, suelen toparse con poblados ucranianos casi desiertos, luego del paso de las tropas invasoras.
En uno de ellos se sorprendieron al toparse con un curita, en su parroquia. El religioso les aclaró: “Se fueron casi todos. Yo me quedé por si alguien me necesita”. No es el único caso, ya que según consta en varios portales, son miles los religiosos que permanecen en tierra ucraniana, para asistir a la población. Es usual que lleguen personas para confesarse, y estar mejor preparadas interiormente para lo que les depare la guerra. Algunos soldados también solicitan sacramentos como el bautismo o la comunión.
Parroquias y colegios abrieron sus puertas a gente que se quedó sin casa o busca lugares más seguros. Seminarios y universidades de Ucrania, albergan a cientos de personas.
El trabajo de este conjunto de personas que optan por quedarse para asistir a la población no es heroísmo, según ellos mismos. Entendemos que son casos concretos de una vera vocación.
Son pastores con olor a oveja, en medio de la desolación. Infinidad de personas que abrazan, ya no a uno, sino a infinidad de “Jesuses abandonados”.
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