Una empecinada mujer orquesta

Una empecinada mujer orquesta

Compartimos un fragmento de Delicias y sabores, libro de Andrea Matallana, para ratificar el carácter innovador de Petrona C. de Gandulfo.

En 1933 apareció la primera edición de El libro de Doña Petrona. Según el relato de la ecónoma no fue fácil conseguir un editor. La primera versión no tuvo auspiciantes, como sí aparecieron en las siguientes algunas de las empresas alimenticias que promocionaban sus productos.

Como nota de color debe señalarse que el manual de cocina incluía dos números de teléfono donde las señoras podían comunicarse directamente con ella para solicitarle consejo o ayuda de último momento.

Declaraba en 1976: “Mi teléfono está en la guía y es común que al mediodía o a la noche me llamen las recién casadas para pedirme consejo, en medio de una comida”. 

El libro —se suponía— no era un mero recetario sino claramente una ayuda indispensable para el ama de casa y especialmente para la recién casada (que no tendría la expertise suficiente en el arte de cocinar). Esta “reina plebeya”, como la denominó una periodista, reconoció que debió vender los primeros cinco mil ejemplares desde su casa y, a fuerza de su éxito en las conferencias magistrales que brindaba, se agotaron en un mes.

La noticia corrió rápidamente y el público —exclusivamente femenino— hacía cola en la puerta del departamento que en aquel entonces ocupaba en el segundo piso de un edificio de la calle Viamonte al 1300. De acuerdo al libro conmemorativo de la Fundación Metrogas, el título que ella había considerado para su debut como escritora fue “El arte del buen comer”, pero el director del Centro Azucarero le sugirió El libro de Doña Petrona. Ella rechazó en principio ese título, aunque finalmente fue el que quedó. La otra dificultad resultó ser la editorial: todo libro requiere un editor y el entonces director de la famosa Editorial Atlántida, Ortega Ackerman, aceptaba publicarlo a condición de que el precio no excediera los $5, ya que consideraba que si era más caro sería imposible de colocar en el mercado. Los argumentos de Ortega Ackerman no convencieron a la novel escritora, que decidió hacer una edición por su cuenta (con dinero aportado por un amigo de la familia).

El libro costaba $7, lo que para la época era un libro caro. Una cámara fotográfica para uso familiar valía $8,50; un disco doble $0,75; una guitarra de Casa América $19,50; una cocina Volcán a nafta valía entre $23 y $175, dependiendo del modelo; una camisa con dos cuellos y cuatro puños de la Casa Vives, en Cerrito 224, tenía un valor de $5,50. Es decir que el libro era bastante más caro que la necesaria camisa para el marido.

La primera edición de 3.000 ejemplares se agotó en pocos meses y luego se hizo una segunda de 5.000. La edición poseía unas cien ilustraciones a color que permitían apreciar una idea de los platos terminados (sobre todo en el caso de las tortas).

En 1934 el libro se podía comprar en la casa de la ecónoma (en la calle Viamonte 1342) o en avenida Roque Sáenz Peña al 400. Posteriormente, y dado el éxito de ventas a pesar de su precio, fue distribuido por la Editorial Atlántida, lo cual significó su difusión a nivel nacional. La editorial le brindaba un sistema de distribución que la autora no poseía. 

En las siguientes ediciones, por el éxito del libro se fueron agregando publicidades de productos que utilizaba en su cocina y que, en algunas ocasiones, auspiciaban sus programas de radio.

En algunas ediciones, al menos hasta su estatización, aparecía una publicidad en color y de cuatro páginas de la Compañía Primitiva de Gas, donde se exaltaba la conveniencia, el confort y la economía que hacía de este combustible algo “ideal para el hogar moderno”.

En ocasiones, como en la edición de 1941, la editorial publicitaba allí otros nuevos libros de Petrona, como Para aprender a decorar, que se vendía a $6 en todas las librerías del país.

En 1936,  la revista Caras y Caretas publicó en forma mensual, en una página central doble, la sección “El arte de cocinar”, que era escrita por Doña Petrona. Se trataba de tres recetas, dossaladas y un postre, donde la famosa cocinera exponía algunos de los platos incluidos en su libro de cocina o que formarían parte de la siguiente edición.

En 1938, la Junta Nacional de Carnes le encargó un folleto con recetas que combinaran los diferentes tipos de carnes y sus cortes. La sección de novillos o vaca (35 recetas) incluía las tradicionales recetas argentinas: el lomo a la maître d’hôtel y carne a la bordelesa, entre otras delicias, además de 14 recetas de carne de ternera.

Con el éxito de su libro y sus recetarios fue muy fácil para ella llegar a la radio, que era el gran medio de comunicación de la época. En Capital Federal había más de una veintena de emisoras que vendían espacios de quince minutos a diferentes auspiciantes. Ella contrató un espacio en Radio Argentina con la Compañía Primitiva como principal auspiciante.

En poco tiempo pasó a participar en emisoras más importantes, como Excelsior y Mitre, hasta llegar a Radio El Mundo, que era una emisora con aspiraciones de alta calidad de sus programas y un público diverso pero más culto que el de Radio Belgrano, de corte popular y masivo. Los programas se irradiaban tres veces por semana, lo que era muy común en la época, con una duración de unos quince minutos cada uno. El horario que ocupaban sus transmisiones era el de la primera tarde, en general a las 14 horas.

A partir de 1938 puede decirse que Petrona Carrizo de Gandulfo tenía un sistema de difusión y publicidad fuertemente instalado: sus recetas se publican en las revistas Caras y Caretas y El Hogar, y con el auspicio de la primera realizó desde 1936 un ciclo de conferencias en la Liga Argentina de Damas Católicas, cuyo éxito fue impactante.

Las fotos acreditan un enorme auditorio repleto de mujeres, mientras Petrona, vistiendo un delantal blanco con sus iniciales bordadas (PCG), junto con una ayudante y al menos dos aprendices, llevaba adelante las recetas auspiciada principalmente por La Primitiva Compañía de Gas y aquella revista.

Al año siguiente, su enorme libro había alcanzado la quinta edición y era recomendado nada más ni nada menos que por la revista Atlántida (propiedad de la editorial que lo publicaba), una de las más respetables de la época, que lo colocaba entre los regalos elegantes que podían hacerse a las jóvenes y a las recién casadas. 

Algunas de las audiciones más populares fueron las auspiciadas por Polvo Royal, con el nombre “Las tardecitas de Royal”, y las primeras irradiadas bajo el título “Las clases magistrales de Doña Petrona C. de Gandulfo”. Por medio de ellas, llevó adelante la difícil tarea de enseñar a cocinar a través del éter. Sin imagen, sin elementos, sin olores, sin cocina, Petrona aún podía imponer sus menús, difundiendo a la vez un modelo de ama de casa y de cocina moderna.

Es decir que en el inicio —al menos— no cocinaba en vivo, sino que leía las recetas que podían prepararse, lo cual definía este espacio como algo muy diferente de lo que fue la televisión una década después.

La radio se trataba de saber hablar, tener buena dicción, calidad explicativa y despertar el interés del público femenino de la tarde, principal segmento del consumo por este medio de comunicación, todos elementos que nuestra ecónoma tenía; sumados a su vocación docente: recordemos que muchas veces en sus actuaciones de Radio El Mundo e incluso en la televisión se dirigía a su público como “mis alumnas”.

En la década de 1940, sus apariciones en la emisora mencionada se hacían en el auditorio principal, colmado de mujeres que deseaban seguir las explicaciones: esto quiere decir un teatro con quinientas butacas y todo un espectáculo para tales fines, donde algunos platos sí se preparaban en vivo.

Fuente: Matallana, Andrea Delicias y sabores. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Capital Intelectual, 2014. pp 61 – 65

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