Es un territorio estratégico de Siria ocupado militarmente desde 1967. La postura contradice dos resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
El presidente Donald Trump ha querido hacerle un nuevo favor al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, anunciando que ya sería hora que se reconociera la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, un territorio sirio ocupado militarmente desde la guerra de 1967 y 1973.
Netanyahu está intentando poner el tema en la campaña electoral de cara a las elecciones del próximo 9 de abril, en las que su partido, el derechista Likud, aparece estancado ante el crecimiento de una alianza de fuerzas de centro. Al tiempo que el propio primer ministro está siendo investigado en un caso de corrupción. Una jugada estratégica que puede apelar a suscitar apoyos populares. Sin embargo, tanto la intervención de Trump como la jugada del premier israelí reflejan un sacudón importante en un tema delicado.
Los Altos del Golán han sido declarados por unanimidad territorios ocupados por la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que significa que deberían ser devueltos, tal como deberían ser completamente devueltos los territorios que en 1967, cuando también fueron ocupados militarmente, constituían Cisjordania y que pertenecen al pueblo palestino. La región del Golán, sin embargo, tiene una doble importancia estratégica. Desde lo militar, permite una cercanía con la propia capital de Siria, Damasco, expuesta a una eventual acción de artillería (así como el norte de Israel puede ser bombardeado de los Altos del Golán). Por otro lado, es una región rica en recursos hídricos en un territorio árido. Buena parte del abastecimiento de agua de Israel proviene hoy de allí.
Los Altos del Golán, es un área de 1.800 km2 en la gran parte en Siria, llegando también a Líbano y Jordania. Unos 1.200 km2 han sido ocupados militarmente por Israel, unos 235 km2 están bajo el control de una misión de paz de la ONU el resto está bajo el control sirio. Líbano reclama un pequeño sector bajo su soberanía. En ese territorio viven unos 21.000 habitantes sirios y unos 19.000 israelíes cuyos asentamientos fueron apoyados por Jerusalén. En 1981 Israel incorporó el territorio ocupado a su Distrito Norte, decisión que la resolución 497 del Consejo de Seguridad declaró nula y sin valor.
La postura de Trump es particularmente grave. Ante todo, porque contradice una línea política de los Estados Unidos consolidada en estos 50 años y confirma que desde su llegada a la Casa Blanca se ha vuelto imprevisible la postura de la mayor potencia global. Por otro lado, evidencia una falta de comprensión de los efectos políticos que afectarían las resoluciones de la ONU que hacen a la posición internacional sobre el conflicto árabe-israelí. De reconocerse la soberanía de Israel sobre la región, se inclinaría la balanza reconociendo que es posible ampliar militarmente los territorios de un país. Eso equivale a que Ruanda reclame su soberanía sobre la región oriental del Congo RD, ocupada desde hace años, por ejemplo. Es decir, que en política vuelve a poderse utilizar la ley del más fuerte. Trump, con su falta de sensibilidad política, pone en un brete a sus aliados, entre ellos los que votaron las citadas resoluciones, y los que han basado en ellas sus relaciones con Jerusalén. Pero es muy posible que tales razonamientos resulten ser demasiado refinados para el ocupante de la Oficina Oval de la casa Blanca. Allí parece que vale el utilitarismo más descarado en beneficio de los propios intereses. Los Estados Unidos no se merecen un presidente así.