Trump: la opción por lo imprevisible

Trump: la opción por lo imprevisible

Ni los pronósticos, ni los analistas, ni la gran parte de los medios y ni las elites del poder habían previsto el triunfo del candidato republicano.

Hacia el mediodía de ayer, desde New York un amigo, docente universitario y analista político, salía de la mesa electoral satisfecho de haber dado su voto a Hillary Clinton. Le pedí un pronóstico. “Clinton tiene el 98% de probabilidades de ser presidente”, me dijo. Los resultados confirmaron que ni el Partido Demócrata –el del presidente Barack Obama y de la propia Hillary Clinton, su candidata–, ni los medios de comunicación que mayoritariamente se habían volcado hacia la candidata mujer, ni los analistas que previeron una victoria –en algunos casos contundentes– de los demócratas, ni Hollywood y el mundo del espectáculo, ni las elites intelectuales del país, incluso gran parte del sistema de poder industrial y militar supieron prever el triunfo de Donald Trump.

Las explicaciones podrían ser muchas. Algunas apuntan también a rever un sistema electoral, rígidamente mayoritario, surgido a comienzos del siglo XIX, en un contexto totalmente distinto al de hoy, posiblemente, suficiente para garantizar el poder, pero no la efectiva representatividad del presidente de los Estados Unidos que bien podría ser elegido por una minoría de los votantes.

Otras apuntan al profundo descontento para con la lidership del país de todos los sectores, y no sólo los menos cultivados de la clase blanca y asalariada –como se ha creído hasta el momento–, que se ha visto perjudicada por una globalización que ha agudizado la desigualdad social en el país. Este descontento se ha volcado hacia un Estado sordo a ese clamor, encarnado por la propuesta del Partido Demócrata que evidentemente no convenció y fue canalizado por Trump, quien hizo hincapié en los temores de que otras minorías de migrantes podrían conseguir los beneficios negados a los propios ciudadanos del país.

Trump no dio muchas explicaciones acerca de cómo pretende reflotar el gran “sueño americano” por el que cualquiera dotado de voluntad y tenacidad puede tener las oportunidades de escalar socialmente y ser un “ganador”. Y, probablemente, su afán de congraciarse la opinión ciudadana no le permite ver que la propia globalización, de la que su país es un gran impulsor, ya no permite la tan mentada igualdad de oportunidades. Debería comprenderse, de una vez por todas, tanto entre  conservadores como entre progresistas, que sin un cambio sistémico del modelo de economía cualquier país se encamina hacia el callejón sin salida de la insustentabilidad y la desigualdad social.

La cuestión es que el electorado estadounidense eligió a un outsider, sin experiencia, sin conocimientos y sin capacidad de captar matices. Su campaña se ha basado en la descalificación de todo lo que no comprende, en la xenofobia, en posturas decisionistas pero que evidencian poca información, hasta la grosería y la mala educación lisa y llana. Será esta persona el hombre más poderoso del planeta, con acceso al más peligroso maletín del mundo: el que activa el arsenal nuclear.

Ante una figura tan poco fácil de encasillar, es difícil hacer previsiones. El Donald Trump presidente ¿será el mismo de la campaña electoral? ¿Tendrá mayor capacidad de reflexión y se dotará de los conocimientos necesarios para afrontar cuestiones globales en las que los Estados Unidos tienen un peso importante? ¿Será más conciliador? Las preguntas son en el plano de la política doméstica y exterior. Cabe preguntarse si de verdad querrá embarcarse en una cruzada xenófoba desalojando a millones de ilegales, que hoy son un sector importante de la fuerza trabajo del país y en una situación de alto nivel de empleo.

En el plano internacional, la comunidad internacional se preguntó si respetará los compromisos asumidos por Obama, por ejemplo, en materia de cambio climático estando a la cabeza del país que más contamina el planeta y más recursos energéticos absorbe. Y también si sabrá ofrecer esperanzas de colaborar con la finalización de conflictos que desestabilizan regiones enteras. A partir del 20 de enero, cuando asuma, comenzaremos a saberlo.

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