Trump, el Papa Bergoglio y la escucha del corazón

Trump, el Papa Bergoglio y la escucha del corazón

Los dos líderes se reunieron en el Vaticano durante media hora. Dos posturas antitéticas que pueden unirse sólo si se tiene la capacidad de escuchar el corazón.

No es fácil comentar un encuentro del que desconocemos los contenidos –y posiblemente nunca los conoceremos–. El Papa Bergoglio y el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se reunieron durante una media hora en el Vaticano. De un lado del escritorio, el visitante, el hombre políticamente más poderoso del planeta. Una persona asertiva, acostumbrada a medir la realidad, y se diría también la política, de perdedores, de ganadores y de utilidades directas, que persiste en ciertas  posturas, aunque sean contradictorias, y en formarse convencimientos desde la base de un estilo de vida que él considera como el mejor para todos. Del otro lado, el anfitrión, el líder de una religión que no dispone de otro poder que el de la Buena Noticia que tiene la misión de anunciar y cuya única fuerza reside en su capacidad de ser coherente con lo que anuncia.

Desconociendo lo que se dijeron y lo que aconteció en los corazones de ambos, acerca de este encuentro – y más allá de las declaraciones formales – hablan algunos hechos. La Santa Sede, para recibir al presidente de los Estados Unidos, dio a elegir entre dos horarios: las 8,30 de la mañana, como efectivamente ocurrió, y las 15,00 de la tarde romana. El motivo es que los miércoles el Papa recibe a los fieles que desde todo el mundo acuden a Roma para oír al sucesor de Pedro. Trump podrá ser una autoridad destacada, pero no para modificar algo que para Bergoglio es prioridad: su rebaño. Por tanto, la caravana presidencial de 40 vehículos tuvo que elegir un recorrido que no perjudicara el flujo de peregrinos, y entró en el Vaticano por un ingreso secundario. Puede que sea una excesiva especulación de quien escribe, pero eso dice algo. Al menos, simbólicamente.

Trump regaló al Papa una colección de escritos de Martin Luther King, con la esperanza de que al Papa le interesaría leerlos. ¿Habrá pensado que su compatriota asesinado en 1968 hoy estaría apoyando las iniciativas de Bergoglio a favor de la paz y del ambiente?

Por su parte, el Papa dedicó un tiempo para explicar a Trump el significado de la medalla que le ha ofrecido como don, una rama de olivo que cierra una fractura entre dos tierras y se la ofreció para que el mandatario sea “un instrumento de paz”. También le señaló algunos textos papales, entre ellos la encíclica “Laudato si”, cuyo texto enfatiza el cuidado del planeta. Sin duda Bergolio quiso aludir a los dos temas sabedor de las posiciones del presidente al respecto.

Si, además, consideramos lo que ha dicho en estos años el Papa en materia de solidaridad, de modelo económico que sirva al ser humano más que servirse de él, de paz y de tolerancia, en materia de preocupación por el planeta que dejaremos a las futuras generaciones, – del que somos custodios más que dueños -, Trump representa la antítesis de su discurso, no solo desde sus palabras sino sobre todo desde los hechos. Hace apenas unos días, el presidente norteamericano ha firmado acuerdos comerciales con Arabia Saudita, desde cuyo territorio se difunden doctrinas contrarias a la paz que alientan conflictos y el terrorismo de fanáticos, como los que en Manchester han masacrado a 22 jóvenes y niños. También Trump reconoció antes Bergoglio que “necesitamos de la paz”. El tema es si sus gestos son conducentes en relación a este valor. Y si su paz es para todos: todo el hombre y todos los hombres.

Conceptualmente, la distancia entre los dos no podría ser mayor. Trump dispone de un poder que puede influir muy positivamente en la construcción de un mundo en paz, capaz de mirar al futuro desde el encuentro entre pueblos y naciones. Al salir de la reunión, dijo que jamás olvidará las palabras del Papa. Sería auspicioso para todos que las aplicara. ¿Podrá, querrá?

La grandeza de los hombres reside en su capacidad de cambiar, de prestar oído a su corazón. Moisés intentó hacerlo con el faraón, cuyo corazón –según el relato bíblico– en cambio se endureció. Sabemos cómo terminó la historia. Ojalá Trump pueda evitar a millones de personas sufrimientos similares a las plagas que azotaron a los egipcios y al propio faraón. De lo contrario, no será el Mar Rojo a barrerlo, lo hará la historia.

 

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  1. Neldi Betoño 24 mayo, 2017, 13:45

    Alberto, excelente el artículo. Muy oportuna tu opinión. Gracias.
    Neldi Betoño

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  2. María Inés 2 junio, 2017, 23:51

    Alberto, se nota en tu nota el entrenamiento en la diplomacia del amor en la vida, que has traducido en una mirada aguda y a la vez prudente, que genera un modo de visibilizar la novedad que existe en la realidad.
    Asumir la contradicción humana sin juzgar el corazón, describir sencillamente datos en los cuáles se reconoce la prioridad del pueblo de Dios en el Pastor con olor a oveja de uno de los líderes mundiales que recibe la visita protocolar de otro, sin negar la realidad del antagonismo en lo hechos entre ambos, dejando la puerta abierta a la esperanza, hoy, no es sencillo.
    Tu nota hace mucho bien al corazón. Gracias

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