El presidente de los Estados Unidos dijo que no cree en un informe publicado por la propia Casa Blanca sobre los efectos del clima. Pero hay algo más…
“No me lo creo”. Con esta lapidaria respuesta el presidente Donald Trump ha liquidado un voluminoso informe de la propia Casa Blanca sobre el cambio climático. Un documento que ha sido respaldado por 300 científicos y 13 agencias federales. El ninguneo de Trump obedece a una única razón, que ni siquiera es política, pues responde a sus intereses particulares que no contemplan modificar el estilo de vida que le ha permitido ser millonario. Pese a que su predecesor, Barack Obama, y el líder de China, habían asumido el compromiso de empeñarse en evitar la catástrofe ecológica que amenaza a la humanidad -y que es opinión casi unánime de los científicos de todo el mundo que estamos al borde de ella-, el mandatario norteamericano sigue negando la realidad fiel a sus posturas que intentan acomodarla según sus deseos.
Eso responde a la imagen de hombre firme en sus convicciones que tanto ha cautivado a sus electores. No importa si tales convicciones son erróneas y que es una actitud parecida a la de incrementar la velocidad del Titanic con el iceberg a la vista, porque el capitán niega la existencia del bloque de hielo.
En estos días en Italia se multiplican los memes que aluden al debate televisivo entre un ex ministro de Economía y ex director del Fondo Monetario, de larga trayectoria académica, y la subsecretaria de esa cartera del actual gobierno, cuyo curriculum se limita a una licenciatura breve en Economía de la empresa. Ante la explicación de un elemental efecto económico, similar a la suma 2 más 2, la subsecretaria ya sin argumentos reaccionó con un superficial: “¡Esto lo dice usted!”. El episodio es una muestra de las así llamadas post-verdades que se pretenden utilizar para respaldar posturas, aunque sean una muestra de patente ignorancia. Por tanto, cualquiera es portador de cualquier postura, no importa si es sin argumentos ni fundamentos, que es promovida como una verdad. El problema es que, con este criterio, se puede sostener que la Tierra es plana, que se puede obviar el Estado de derecho (véase el caso del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro), que la justicia social es producto de envidia y resentimiento o que el cambio climático es un “cuento chino”. Ante los serios argumentos en contra siempre se puede liquidar el tema con “esto lo dice usted” o con “no me lo creo”. Lo que importa es afirmar algo y tener el poder, político o mediático, de darle peso.
Con mucha frecuencia, en una mala entendida imparcialidad, los medios de comunicación presentan estas post verdades dándole el mismo espacio que tiene un argumento científico. Gracias a este criterio – avalado por décadas de superficialidad mediática – figuras que en otras circunstancias históricas habrían sido apenas un fenómeno extravagante, adquieren peso y liderazgo político pudiendo sostener cualquier cosa. Es así que reaparecen las teorías raciales, que los migrantes son turistas trasnochados, que discriminar por el color de la piel es posible desde el Estado, que quien padece conflictos armados los ha causado…
La postura de Trump no solo es inaceptable, sino irresponsable. En nombre de los negocios, perjudica el futuro de su propia gente que ya paga el precio de los efectos del clima. Sabe del peso político de su país y lo impone. Es lamentable que en el escenario internacional pocos se animan a decirle al rey que está desnudo.