
El sábado 12 de junio culminaba su paso por la tierra una de esas personas que pasan muy sigilosamente. Un ser que no hizo autobombo ni bolonki, pero que dejó tras de sí una estela fenomenal. Se llamaba Sergio, vivía en el porteño barrio palermitano, en Coronel Díaz entre Cerviño y Cabello. Habitaba en la vereda impar de la avenida, a 120 metros de Café Tabac en la intersección de Coronel Díaz y Libertador.
Siempre que pasaba por allí caminando, me sorprendía sistemáticamente el orden y armonía de su “vivienda”. Sergio dejaba su cama hecha, cubierta con un cubrecama siempre impecable. Solía admirar su forma de habitar, tan hecha una con el entorno, e intuir cómo hay seres que luchan contra la adversidad no sólo climática, sino de cierta indiferencia, pero que logran domarla de a poco.
Al enterarme que fue uno de los que se sumó a la excelsa iniciativa de @unlibroxunaoportunidad, me cayó la ficha de su inquietud y curiosidad.
Lo sentí aún más afín, en ese modo de cierta “orientalidad”, de una persona que se despoja, y no quiere molestar. Probablemente por eso habitaba precisamente entre una obra en construcción y un puesto de flores.
Creo que Sergio se resume en eso: en la construcción eterna de la vida, a la que su presencia en sí misma era como un ramillete de flores, a las que supo sumarle su puesto de libros.
Cada vez que circule por allí, buscaré incesantemente por su presencia, pero ahora tendré que elevar al cielo la mirada.
¡Gracias y hasta siempre Sergio!
Ayyy Quique me hiciste emocionar!!!! Lo pintaste de cuerpo y alma. Gracias por este homenaje tan lindo!!!!!