Presencia, vínculo, cercanía

Presencia, vínculo, cercanía

Entrevista a Juan Carlos Ares, obispo auxiliar de Buenos Aires, vicario para la zona Devoto y responsable de la Pastoral Carcelaria para la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).

—¿En qué consisten tus funciones como presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Carcelaria de la CEA?

—Mi tarea como responsable en la Comisión de Pastoral Carcelaria es animar, fortalecer, acompañar y guiar los equipos pastorales que visitan las distintas unidades penitenciarias de todo el país, sean federales como provinciales. Laicos, consagrados, diáconos y sacerdotes guiados por sus obispos hacen posible y concreto lo que el evangelio de Mateo nos dice: “estuve preso y me vinieron a ver” (Mt 25, 36). Ésta es la razón y motivación de toda la pastoral carcelaria.

La comisión la integramos cuatro obispos, un sacerdote que es secretario ejecutivo, una laica que coordina todo el equipo nacional, que nuclea las distintas regiones del país; y a la vez tenemos un consejo llamado secretariado, porque ayuda al secretario ejecutivo, que lo integran personas del mundo de la carcelación: especialistas en leyes, en formación profesional, en inserción laboral, etcétera.

—¿Cuál es tu evaluación sobre la situación de las cárceles en nuestro país?

—La situación actual es muy compleja dado que el aumento de los presos en estos últimos años ha sido enorme. “Durante el año 2017 hubo un incremento del 12 % en relación al período anterior, pero del 58 % en relación al año 2006 y del 107 % en relación al año 2001” (cf. Informe Sistema Nacional de estadística sobre ejecución de la pena – SNEEP -2017). Y esto se combina con la sobrepoblación, que en el ámbito de cárceles federales se dice de un 15 %, pero en la provincia de Buenos Aires, donde está la mitad de la población carcelaria, el porcentaje llega en la actualidad a un 52,7 %. Con esta situación de emergencia penitenciaria las condiciones en las unidades son muy precarias, aunque en varios lugares del país se han construido nuevos establecimientos, pero no alcanza. Y no solo por lo habitacional sino que los sectores para educación o talleres laborales o espacios de esparcimiento van siendo cooptados para poner más presos.

Los agentes pastorales que visitan a los presos y a sus familias a lo largo de todo el país son personas “de fierro”, hombres y mujeres entregados, servidores y con un temple envidiable. Muchos van a las cárceles luego de viajar muchos kilómetros y al llegar dan dos de sus horas semanales o más para ver a aquel que nadie visita o que su familia está muy lejos. Es loable no solo la tarea silenciosa sino también cómo involucran a sus familias, sus comunidades u otros actores de la sociedad para que den una mano. Consiguen nuevos talleres para promover a los presos, buscan los contactos para que se comuniquen con sus familias, y tantas opciones más.

—¿Qué hace la Iglesia adentro de la cárcel?

—La misión en la cárcel no ocurre solo detrás de las rejas: es la misión de Jesús y por lo tanto su Mensaje es para todos, dentro y fuera de la cárcel. Por eso nosotros hablamos del mundo de la carcelación, es decir, todos aquellos que interactúan con las personas que tienen conflicto con la ley: abogados, agentes de seguridad, jueces, asistentes sociales, médicos, maestros, empresarios, sindicalistas, políticos, etc. Todos estamos implicados dado que un hermano nuestro está preso. La tarea de la pastoral se podría resumir en tres palabras bien evangélicas: Presencia: ver la presencia de Jesús en cada preso. Ser la presencia de la Iglesia en la cárcel y fuera de las rejas. Vínculo: establecer vínculos (con Dios, con los demás, con la naturaleza, con uno mismo), fortalecer los vínculos familiares y sociales; crecer en el vínculo del amor por gracia y conducidos por el Espíritu. Cercanía: “estar cerca”, que no solo es “estar presente” sino que a la vez expresa la cercanía de Dios, cómo nos hacemos prójimos, solidarizarnos con aquel que más necesita. Buscar la cercanía del gesto, del abrazo, de la compresión y la compasión. También incluye esta misión a aquellos que son custodios de nuestros hermanos presos, los agentes penitenciarios: muchos sufren las mismas incomodidades e incomprensiones que viven nuestros encarcelados; por ejemplo el hacinamiento, el aislamiento, el prejuicio, la discriminación. 

—¿Qué ves cuando visitás presos?

—Mi primer destino como sacerdote fue una parroquia que limitaba con la cárcel de Devoto. Cuando comencé a visitar el barrio me di cuenta de dos cosas importantes: una, que la cárcel no solo incluía “el adentro”, sino a mucha gente de afuera.Si bien la gente del barrio se incomodaba, con las colas de familiares de los presos se llenaban el quiosco, el café, el almacén. En segundo lugar, descubrí que los de adentro necesitaban a los de afuera. Una noche había muchos gritos en el barrio y eran los presos de Devoto que quemaban trapos por las ventanas y tiraban mensajes escritos a los vecinos para que les dieran bolillas, avisaran a los medios y así se conociera su reclamo por las escasas condiciones de alimentación que tenían. Ahí me di cuenta de que debía colaborar con el capellán y con el equipo de pastoral.

Ahora, como obispo, desde el primer momento que fui designado a esta zona voy a la cárcel de Devoto asiduamente. Mi primer Jueves Santo fue un feriado y por lo tanto es día de doble visita, a la mañana y a la tarde. Normalmente a cada celebración en la capilla de Devoto asisten entre 80 y 100 presos, pero ese día bajaron 20 nomás. Era el lavatorio de los pies, por lo tanto se lo hicimos a todos. Ante el primer muchacho que me incliné para hacer el gesto de Jesús, allí vi al mismo Maestro, porque sin decirle nada él se emocionó y me hizo llorar a mí.

—¿Cuál es tu opinión sobre cómo percibe la sociedad argentina la vida en prisión?

—Creo que no tenemos “memoria” y rápidamente nos desentendemos de las cosas. “Muerto el perro, se acaba la rabia”. Creemos que termina la inseguridad metiendo presos a todos los delincuentes. Son imaginarios en donde nos ponemos para sobrevivir pero en realidad no nos hacemos cargo. Lo que decía el entonces cardenal Bergoglio, “cargar con nuestra patria”, “hacernos cargo”. Ahora en la actualidad saturamos las cárceles con más presos, la presión mediática hace que incluso las penas más bajas se apliquen inexorablemente. Y, por lo tanto, los de prisión preventiva o el preso condenado por un año convive hacinado con aquel que tiene una condena de 25 años e incluso reincidente. “En el mismo lodo/todos manoseaos” (tango “Cambalache”). Debemos crecer en el realismo y en la resolución de los problemas estructurales. Haciendo las cosas, paso a paso. Incluyendo a todos los actores del mundo de la carcelación y también usando bien la comunicación a la opinión pública. Por supuesto que el Estado tiene su gran responsabilidad pero la sociedad en su conjunto guiada por los organismos del Estado debe estar al pie de los problemas. Es necesario un acuerdo social, político y educativo donde prioricemos valores en los que no queremos claudicar. Por ejemplo el valor de la familia, sea como fuere que esté conformada.

—¿Cómo reciben tus hermanos obispos los informes que compartís sobre la vida en la cárcel y la misión de la Iglesia?

—Junto a mis hermanos obispos hemos crecido en la conciencia no solo de la realidad carcelaria sino además de integrar cada vez más dentro de la pastoral de la diócesis los equipos que van a las unidades carcelarias. Los capellanes y laicos que van a las cárceles se sienten apoyados por sus pastores pero a la vez le piden a la comunidad diocesana mayor visibilidad para la toma de conciencia de la comunidad cristiana. Algunas veces y en ciertos sectores cuesta incluso pedir una intención en las misas por los presos y sus familias, y seguramente que dentro de esa comunidad eucarística hay algún familiar de un preso e incluso algún ex detenido.

La Comisión Episcopal se ha formado hace más de diez años pero el trabajo en conjunto entre todas las regiones pastorales del país se viene realizando desde fines de la década del setenta, con un encuentro anual de referentes y cada tres años una asamblea nacional con todos los actores del mundo de la carcelación. Se proponen orientaciones comunes, se crece en la oración, reflexión e integración pastoral. La presencia de los obispos y su cercanía a las cárceles se ve cada vez más, no es novedad que el pastor visite la cárcel de su propia diócesis.

—¿Cómo sintetizarías la prédica del papa Francisco sobre los encarcelados?

—El papa Francisco no deja de visitar las unidades carcelarias visibilizando esta realidad en la sociedad civil. Es una prédica constante el hablar de la dignidad humana, de la fraternidad y por supuesto del objetivo de todo establecimiento penitenciario que es la reinserción social de los encarcelados. Así les hablaba a las mujeres presas en Chile: “Ser privado de la libertad no es lo mismo que estar privado de la dignidad. La dignidad no se toca a nadie, se cuida, se custodia, se acaricia. Nadie puede ser privado de la dignidad y ustedes están privadas de la libertad… Toda pena que uno está llevando adelante para pagar una deuda con la sociedad tiene que tener horizonte, es decir, el horizonte de reinsertar de nuevo y prepararme para la reinserción. Eso exíjanlo a ustedes mismas y a la sociedad… La sociedad tiene la obligación de reinsertarlas a todas, reinsertarla a cada una con el proceso personal de reinserción, una por un camino, otra por otro, una con más tiempo, otra con menos tiempo, pero es una persona que está en camino hacia la reinserción. Eso métanselo en la cabeza y exíjanlo”1. Y resumiendo el concepto claramente sentenció: “Una condena sin futuro no es humana, es una tortura” ·

1. cf. Discurso papa Francisco en el Centro Penitenciario Femenino San Joaquín (16-01-18).

Entrevista publicada en la edición Nº 611 de la revista Ciudad Nueva.

Testimonio en primera persona

Obispo Juan Carlos Ares y Patricia Alonso

Patricia Alonso: “En la cárcel encontré el rostro de Cristo sufriente”

“Soy María Patricia Alonso, hace 36 años estoy casada, tengo 2 hijos, yerno, nuera, 4 nietos y un quinto que está viniendo; tengo a mi mamá y hasta hace poco a mi papá también; hermanos, sobrinos, primos, amigos. Pertenezco a una comunidad parroquial y hace 17 años voy a la cárcel. Coordino la Pastoral Carcelaria Nacional y la de mi parroquia Santa Ana de Glew, también  la Comisión de Pastoral Carcelaria de la diócesis de Lomas de Zamora junto con Miguel Gómez; con él somos responsables de quienes hacen tareas comunitarias, la conocida ‘probation’. También integro el Secretariado Nacional. Para poder cumplir este servicio es importante tener raíces como la familia, parroquia, ¿por qué? Porque estoy entrando en otro mundo y ¿qué encuentro en este mundo? Personas que sufren y sufrieron siempre, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, sin esperanza, sin fe, sin futuro. Pero también ahí hay alguien más y por quien voy cada semana: Jesús preso. Difícil reconocerlo en esos rostros, en esas historias, pero sí, allí está, por eso cada semana estoy con el corazón al rojo vivo, sin ponerme en piloto automático a pesar de todos estos años. En ese lugar tan oscuro, triste, donde falta de todo lo que una persona necesita, ahí está el Cristo vivo, y yo lo encontré. Al tiempo de comenzar a ir a la cárcel le pedí a Jesús que realmente pueda verlo, y no sólo en Fe: verlo, verlo en esos rostros y cuando menos lo esperé salió al cruce. Era una mañana que fuimos con el pesebre viviente a una cárcel de mujeres, con un coro de jóvenes y recorrimos todo el penal; como en la época que iba a nacer Jesús, no todos lo recibían, muchas no salían a pesar de la música que por sí misma anunciaba. En un pasillo había una chica muy delgadita que era un muchachito en su aspecto. Estaba sentada, perdida por el desastre que había hecho el paco en ella. Así y todo, en ese estado triste, doloroso, comenzó a hacer palmas y a gritar ‘llegó Jesús’. Sí, ella, carcomida y destrozada por el maldito paco que les venden, les regalan, para que entren en ese infierno sin salida… Cuando me vio, se levantó, se me abrazó llorando desconsoladamente. La abracé como si fuera su mamá (la que seguramente nunca cumplió ese rol porque quizá eso mismo le haya pasado a ella). ¿Qué podía decirle en ese desconsuelo? ‘Dios te ama’, me salió. Se desprendió de mí y me dijo: ‘¿me dice a mí que me ama?’ Y cuando la miro ya no era su cara, era la cara de Jesús, la de una imagen que había visto hace muchos años en la tapa de un libro, un Cristo sufriente. Al reconocer a Jesús en esa chica dije: ‘Sos vos…’.Me estremecí.Fue increíble. El coro y el pesebre seguían su camino y tuve que dejarla para poder alcanzarlos. Al volver de nuestro recorrido, la busqué y allí estaba sentada, perdida, no me reconoció. Entonces entendí que mi insistente pedido a Jesús de que me dejara verlo en la cárcel ya había sido concedido y mucho más que eso: confirmaba que mi lugar en la Iglesia es ese, que estaba bien que fuera la voz de los presos, sí, de los presos, palabra que se intenta tapar, maquillar, diciendo ‘los internos’, ¿internos? Uno se interna para curarse y las cárceles no curan, son un fracaso, la gente está apilada. Cada vez que entro a la cárcel quedo tan presa como ellos, dejo mi celular, documento y al hacerlo digo ‘Jesús ocupate de los míos que yo me ocupo de estos pobres hijos tuyos que me confiaste’ y en esa confianza me meto en este mundo, tan abandonado por la sociedad y muchas veces por parte de la Iglesia. Digo parte porque mucho ayuda el Santo Padre con sus visitas a diferentes cárceles y con los mensajes que da, visibilizando esta realidad que muchos no quieren escuchar. La Pastoral Carcelaria hace un trabajo ‘artesanal’ de punta a punta del país y en el mundo. ¿Si somos pocos? Sí, pero a cada uno que sigue y sigue caminando esas pasarelas a pesar de todo lo difícil y cuestionador que es, seguramente Jesús le robó el corazón en algún pabellón. Hay uno, dos, tres mil motivos para no ir o para dejar de hacerlo, yo también sufro la bendita inseguridad, pero a pesar de todo lo negativo hay una razón y es que Jesús está preso (Mt: 25,36) y yo me lo encontré. Allí espera, pide ayuda, nos da la oportunidad de conocerlo para que anunciemos el Reino. ¿He ido con el corazón roto por situaciones personales, la pérdida de mi papá, la pérdida de un embarazo de mi hijo y mi nuera, y cómo lo podía hacer? ¿A quién podía consolar? Ese fue el momento de defender el amor de Mi Amado en medio de mi dolor y cargué mi cruz, que hasta ruido parecía hacer y allí fui, vi que sirviendo, corriendo mi dolor, al salir de la cárcel estaba más fuerte para consolar a mi familia y cómo no iba a ser así si había estado con Jesús. Como dijo el Apóstol Pablo: ‘Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio’.”

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