Por qué debemos animar a nuestros jóvenes a estudiar

Por qué debemos animar a nuestros jóvenes a estudiar

Los títulos de estudio tienen la capacidad de señalar un mayor grado de conocimientos del trabajador, y el mercado laboral premia esa señalación.

Los Estados Unidos son un país muy raro. Podríamos encontrar abundantes ejemplos, pero hay uno que me ha parecido especialmente interesante: si dejas la high school sin diplomarte, se te da una segunda oportunidad a través de un sistema paralelo, llamado General Educational Development (GED), creado originariamente en los años 40 para ayudar a los veteranos de guerra a completar su instrucción secundaria. Para obtener el título, es necesario superar una batería de exámenes estándar que incluyen matemáticas, lengua, ciencias, sociedad, literatura y arte.

Lo raro del sistema está en que el umbral para aprobar varía de unos estados a otros. Con la misma nota en los exámenes finales, en algunos estados federales se obtiene el título y en otros no. Por ejemplo, con 40 puntos se puede aprobar en Texas, pero no en Florida.

Esta peculiar característica del sistema GED se utilizó hace unos años para estudiar de qué manera influye el título académico en los niveles salariales y en el funcionamiento del mercado de trabajo (Tyler, J. Et al. 2000. “Estimating the Labor Market Signaling Value of the GED”, Quarterly Journal of Economics, 115(2): 431–468).

Dos eran las hipótesis principales: según la teoría del capital humano desarrollada inicialmente por el premio Nobel Gary Becker, el nivel de instrucción influye en el salario porque, a su vez, influye positivamente en la productividad del trabajador. En cambio, según la teoría de la señalización, propuesta en los años 70 por otros dos premios Nobel, Kenneth Arrow y Michael Spence, los salarios varían en función del título académico no solo porque los conocimientos hacen más productivos a los trabajadores, sino porque el título, por sí mismo, transmite información sobre algunas características poseídas por el trabajador que son valiosas para el empleador, pero no son directamente observables. Por ejemplo: el carácter, la perseverancia, la capacidad de resolver problemas de forma autónoma y de trabajar en grupo, y otros rasgos de personalidad que pueden resultar valiosos para el empleador, pero el trabajador no puede comunicar de manera creíble a través de un sencillo CV o una entrevista. Según la teoría de la señalización, el título se utiliza para seleccionar a los trabajadores no tanto porque indique qué competencias poseen – competencias que a lo mejor la empresa ni siquiera necesita – sino porque quien ha obtenido un diploma, una licenciatura o un doctorado, ha tenido que sudar y superar obstáculos y una fuerte competencia, y por tanto es más probable que posea esos rasgos del carácter que la empresa busca, más allá de las competencias específicas, en mayor medida que quien no ha tenido que afrontar tales dificultades. A falta de información creíble sobre las características no directamente observables de los trabajadores, el mercado trata de aprovechar una señal creíble que pueda transmitir, aunque sea de manera imperfecta, esa información.

Sin embargo, no es fácil distinguir estas dos teorías, porque en parte producen las mismas previsiones: quien tiene un título elevado ganará más que quien tiene un título menos elevado o no tiene título. Por tanto, aunque observemos una relación positiva entre salarios e instrucción, esta no nos dice nada acerca de cuál de los dos explicaciones es más acertada. Aquí es donde entra en juego el GED. Gracias a la peculiaridad del mecanismo descrito anteriormente, podemos encontrarnos con una persona que, por ejemplo, haya obtenido una puntuación de 40 y un título académico y con otra que, al vivir en otro estado con un umbral más exigente, con la misma puntuación no haya obtenido el título. En este caso, la teoría del capital humano debería prever salarios similares, mientras que la de la señalización debería prever salarios más altos para el trabajador titulado. Es un caso perfecto de un experimento crucial para determinar la validez de una teoría.

¿Qué dicen los datos? Los elaborados por John Tyler y compañeros muestran, de forma inequívoca, que, a igualdad de competencias, quien ostenta un título gana sensiblemente más, en algunos casos hasta un 20% más. Por consiguiente, el mercado de trabajo parece apreciar la capacidad de señalización que los títulos académicos llevan consigo. En un mundo de asimetrías informativas, cada pequeña pieza de información añadida asume un valor enorme. Ciertamente es posible plantear muchas objeciones, porque hay títulos y títulos: los que se pueden obtener en Boston no son como los que se pueden obtener en Tirana. Además, hay títulos ganados y títulos regalados. Algunos planes de estudios son más sencillos y otros más exigentes. Pero en su conjunto, en los grandes números, el título representa una señal creíble de cualidades de carácter positivas, tan concreta que el mercado de trabajo le asigna un valor monetario: el diferencial de salario que los empleadores están dispuestos a pagar por tener un trabajador titulado.

Alguien podrá replicar diciendo que esto puede ser verdad en los Estados Unidos, pero no en Europa, donde a nadie se le niegan los estudios universitarios. Sin embargo, es más cierto lo contrario. En el conjunto de la OCDE, solo el 37% de los ciudadanos con edades comprendidas entre los 25 y los 64 años posee un título universitario, con notables diferencias entre unos países y otros. Los títulos tienen un valor de señalización más alto cuanto más escasos son. Finalmente, alguien podría objetar que innovadores de éxito como Bill Gates o Mark Zuckerberg no tienen título universitario. Es verdad. Pero ambos fueron admitidos en Harvard y esto, por sí solo, tiene un valor de señalización. Si además vemos por qué abandonaron los estudios, descubriremos que también ahí actúa la misma lógica informativa. ¿Cómo convencer a los inversores de que tu idea no es descabellada, que tu proyecto es válido y sobre todo que estás comprometido con todas tus fuerzas para lograr el éxito? Una buena idea, en este sentido, precisamente porque es altamente arriesgada y costosa, consiste en quemar los puentes detrás de ti, renunciando a una oportunidad como la de obtener una licenciatura súper prestigiosa.

Sin embargo, a menos que estemos ante un nuevo Bill Gates o Mark Zuckerberg, deberíamos animar a nuestros jóvenes a estudiar, porque el “trozo de papel” que tendrán entre manos dentro de unos años vale mucho ya hoy; y no solo porque el conocimiento hace personas más libres, ciudadanos más conscientes y consumidores más sensatos y exigentes. Además de todo eso, está el valor de señalización que el título conlleva. Tener o no tener un título universitario dice de nosotros muchas más cosas que las que imaginamos, no solo acerca de lo que sabemos, sino también acerca de quiénes somos. Deberíamos tenerlo muy en cuenta cuando acompañamos a nuestros hijos en su proceso educativo, cuando seleccionamos a nuestros colaboradores y también, con mayor motivo, cuando elegimos a nuestros representantes políticos. En todos estos casos, la universidad de la vida y todos sus innumerables cursos es mucho menos creíble que un bodeguero cuando magnifica las cualidades de un mal vino.

Original italiano publicado en Il Sole 24 ore el 14/04/2019

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