Más de 520.000 personas han sido detenidas por las autoridades de Estados Unidos, la mitad son centroamericanos. Una emergencia humanitaria.
La cuestión de los migrantes ilegales que desde México, Honduras, Guatemala y El Salvador intentan ingresar a los Estados Unidos, debería tener tratamiento de emergencia humanitaria y ser afrontado por lo que es: un drama. En el caso de los centroamericanos, cientos de miles de personas abandonan sus hogares expulsados por la pobreza y la violencia de los tres países de América Central, que conforman la región más violenta en el mundo, e ingresan en México donde la violencia tampoco parece tener freno. Allí, familias enteras, menores sin sus padres cruzan el país de sur a norte en el intento de llegar a la frontera de los Estados Unidos, expuestos a toda clase de peligros, a menudo explotados por bandas de traficantes de migrantes, robados y asesinados y abandonados en el desierto.
Es algo similar a la desesperación que mueve a miles de norteafricanos por intentar cruzar el mar que los separa de las costas europeas con medios precarios, también vejados por organizaciones delictivas. De a miles han naufragado y perdido la vida. Cuando un padre o una madre afronta semejantes peligros con sus hijos, es que debe ser preferible a la situación de caos y miseria que están viviendo.
La situación debería ser motivo de una política regional coordinada y seria para neutralizar las organizaciones violentas y también afrontar decididamente la pobreza que acosa a las poblaciones centroamericanas. El problema es la combinación de esta emergencia con líderes de escasa estatura política: el presidente guatemalteco Jimmy Morales se concentra más en sus intentos de evitar el juicio político promovido por la financiación ilegal de su campaña electoral, el de Honduras preocupado por complacer al vecino de la Casa Blanca, el de México cada vez más una sombra de lo que debería ser un mandatario, sin indicios de estar enfrentando la ola de violencia que sacude el país, el de Estados Unidos cuya errática e inhumana política migratoria se centra en transformar a los migrantes en los culpables prácticamente de todo. A semanas de las elecciones de término medio (6 de noviembre), Donald Trump no dudó en señalar que en la caravana de hondureños que se está dirigiendo por México a su país, no se puede descartar que haya terroristas de Medio Oriente infiltrados. Una consideración que es música para sus electores republicanos, fascinados por la determinación de su presidente que tanta seguridad y tanto éxito económico les garantiza. El resultado de esta mezcla de inconsistencia, incompetencia y egoísmo institucionalizado es que lejos de ser afrontada, esta emergencia humanitaria se intensifica sin que aparezcan medidas adecuadas.
Es un hecho que las autoridades migratorias de los Estados Unidos, han detenido y expulsado en la frontera a más de 520.000 indocumentados. La cifra es un 25% superior al año anterior. Las familias que lo han intentado son más de 107.000, en septiembre fueron un 80% más que en julio, según datos oficiales. Las detenciones están en sus niveles más altos desde que se registran tales datos. Como la política de Trump asume que los menores no pueden ser detenidos con sus padres, fueron 2.500 los menores separados de sus familias. Se informa que si en el año 2000 el 98% de los detenidos eran mexicanos, ahora la mitad son centroamericanos: unos 260.000. El dato más inquietante es el de los niños que llegan solos a la frontera: casi 59.000 el año pasado, 10.000 más que el año anterior. La mitad proviene de Guatemala, le siguen mexicanos y hondureños.
La caravana de más de 7.000 hondureños que ha literalmente invadido México y que nadie se anima a detener, ha provocado la reacción típica de Trump quien afirmó que mandará al ejército en la frontera, mientras que su vice alimentó la sospecha de una financiación de la caravana por parte de grupos de izquierda y de las autoridades de Venezuela. En uno de sus excesos verbales y de autoconfianza, Trump dijo que en realidad son 10.000 personas, pues tiene un buen ojo para calcular la entidad de multitudes. Su gente le cree. Aparentemente da seguridad saber que alguien levantará muros cada vez más altos para evitar que extranjeros “indeseados” ingresen al país. Son los mismos indeseados, 11 millones, que con su trabajo permiten al país seguir creciendo económicamente. Pero eso no se dice.
Y tampoco se dice que día a día, en medio de violencia, de ineficiencia, incompetencia y una dosis de mala fe, en esa región del mundo se pierde la capacidad de reconocernos como familia humana, embarcados en el mismo viaje de un mundo globalizado que transita por el siglo XXI.