Con modales civilizados, la dueña le manifestó que esa empresa, al revés que el Gobierno, aplica estándares de “honestidad, compasión y cooperación”
Si el presidente de los Estados Unidos se toma la prerrogativa de establecer en forma tan inhumana quién es bienvenido y quién no lo es en el país, un privado tiene todo el derecho de rechazar como cliente a un representante de ese Gobierno.
Es lo que ha ocurrido en Lexington, un municipio rural de Virginia donde la vocera de la Casa Blanca, Sara Huckabee, junto con su marido y otras seis personas había decidido quedarse a cenar.
En modo educado, luego de los aperitivos, la propietaria del lugar solicitó a la funcionaria seguirla en el patio exterior y allí le explicó que ese restaurante cumple con estándares de “honestidad, compasión y cooperación” y que por eso mismo no eran bienvenidos en ese establecimiento. Le solicitó por tanto que se retiraran. La vocera de la Casa Blanca accedió al pedido y, sin que se armara un escándalo, ella su pareja y acompañantes se retiraron del lugar. Incluso, no se les cobró lo consumido hasta ese momento.
El episodio deja de manifiesto lo impopular que es la política migratoria de Trump. Hace unos días, la secretaria de Seguridad interior, también fue abucheada en un restaurante de Washington, en los días de la polémica sobre la separación de padres e hijos que ingresan ilegalmente al país.
Quien escribe nunca fue partidario de los exabruptos de los escraches o de reacciones desmedidas. Pero una ciudadanía tiene derecho a manifestar su incomodidad ante un presidente, hijo de inmigrantes, que sin razones válidas, con base en argumentos falaces pretende endilgar el descontento de algunos al drama que viven cientos de miles de personas que buscar una alternativa a su vida desdichada, como en su momento lo hizo la familia del propio presidente Trump. Y que eso lo manifiesten en modo tan contundente, a la vez que en forma civilizada, es parte del juego democrático. Todo tiene un límite.