Cuatro indicios de una revolución ética en marcha.
Es verdad: el viejo capitalismo ávido de antes ya no existe. Ese capitalismo al que Milton Friedman, en un famoso artículo publicado en el New York Times en septiembre de 1970, confiaba una única e ineludible misión: aumentar los beneficios empresariales. O ese por el cual, según el economista de Harvard, Greg Mankiw, era indispensable defender al 1 % más rico de la población de las incomprensibles e injustificadas pretensiones redistributivas del restante 99 % de los mortales (“Defending the One Percent”. Journal of Economic Perspectives, 27(3), pp. 21–34).
O ese de la doctrina del “trickle-down” (derrame), que dice que si bajamos los impuestos a los ricos, estos ganarán más y una parte de su riqueza antes o después llegará a los demás, como las migajas de la mesa del rico Epulón. Pero será que “todo cambia”, como cantaba Mercedes Sosa. Así es: “todo cambia”. El pasado 19 de agosto, los representantes de la Business Roundtable, la poderosa organización compuesta por los administradores delegados de doscientas importantes empresas norteamericanas, entre las que se encuentran Amazon, Apple, Ford o JP Morgan, firmaron un documento por el que se comprometían a orientar sus empresas hacia una nueva “misión”: no solo obtener beneficios, sino realizar acciones responsables con el medio ambiente, las generaciones futuras, todos los portadores de interés, los proveedores y naturalmente los trabajadores.
En este extraño clima de conversos llegaba el titular con el que el Financial Times, a través de su editor Lionel Barber, anunciaba que al capitalismo le ha llegado el tiempo del “reset”. El Financial Times, no el boletín parroquial. Y para terminar el forum IGM de la Universidad de Chicago entrevistaba a los más importantes economistas europeos y descubría que el 82 % de ellos decía estar de acuerdo o muy de acuerdo con la afirmación de que las crecientes desigualdades están poniendo en peligro las democracias liberales.
Las reacciones de la opinión pública y de los comentaristas a estos reiterados descubrimientos repentinos son, naturalmente, muy variadas. Sin embargo, generalmente se polarizan bien hacia el entusiasmo ingenuo por un lado o hacia la más clásica teoría cínica de la conspiración por el otro.
Inversiones sostenibles
De todos modos, parece innegable que algo está ocurriendo. No hay duda. Las tendencias globales que surgen de este revisionismo improvisado, más o menos creíble son importantes y no deben absolutamente ser infravaloradas. Me gustaría señalar cuatro de ellas: La primera tendencia tiene que ver con el oxígeno que respiran las empresas, con la linfa que necesitan para desarrollarse y crecer, es decir con la inversión. En los mercados inversores están surgiendo nuevos enfoques. Puede que se trate de simples modas, pero de momento son capaces de mover millones de dólares, a través de la acción mediadora de los fondos, de un lugar a otro, de un sector a otro, de unos tipos de empresas a otros. En particular, estos últimos años han experimentado un enorme desarrollo los fondos de inversión éticamente orientados; es decir, gestionados de acuerdo con criterios ESG (Environmental, Social, Governance), de sostenibilidad ambiental, social y gobernativa.
La apuesta de Black Rock
Solo el gigante Black Rock ha lanzado a principios de este año seis de estos fondos. Están pensados para los inversores que con su dinero no quieren solo obtener una alta rentabilidad económica sino contribuir a la reducción de las emisiones de efecto invernadero, por ejemplo. Las personas que deciden invertir ahí lo hacen para impedir que su dinero sirva para financiar empresas del sector armamentista, ya sea nuclear o de armas de fuego tradicionales, o empresas de la industria del tabaco o del carbón y otros combustibles fósiles, así como empresas que de un modo u otro violan principios éticos fundamentales como los incluidos en el Global Compact de las Naciones Unidas.
Pero ¿por qué un operador fundamental como Black Rock realiza esta apuesta tan decidida por los fondos éticos? El motivo es que, según sus previsiones, estos fondos, en un futuro próximo, no representarán solo decisiones exóticas de unos ricos extravagantes sino opciones que se extenderán rápidamente en el ámbito de los procesos de inversión mainstream. Las estimaciones indican que la mitad, al menos, de los principales inversores institucionales, en los próximos cinco años, tendrá una cartera formada en un 50 % de acuerdo con los criterios ESG de sostenibilidad. Solo en Europa, durante los próximos diez años, se espera que estas inversiones se multipliquen por 20.
Las nuevas prioridades de los jóvenes
La segunda tendencia que surge con fuerza está de algún modo relacionada con la primera y con las dinámicas intergeneracionales. Nuevos inversores asoman al mercado. Son sobre todo jóvenes y mucho más sensibles que sus padres ante los temas medioambientales, los derechos, la sostenibilidad y la transparencia. Se calcula que en los próximos años la generación del baby boom transferirá a sus hijos, la generación X y los millennials, bienes y ahorros por un importe de 30 trillones de dólares. Es una masa de riqueza enorme, capaz de marcar la diferencia en el sector industrial y tecnológico y ciertamente capaz con su impulso financiero de influir en la evolución de la cultura corporativa a nivel global.
Esta transferencia, antes que nada, fomentará las decisiones de inversión éticas de las que hemos hablado, porque las jóvenes generaciones tienen ya hoy prioridades muy diferentes a las de las generaciones anteriores. Tienen exigencias, proyectos de vida y objetivos distintos y muchas veces radicalmente opuestos a los de sus padres. El cambio cultural que ya está en marcha, a través de la creciente disponibilidad financiera, alimentará la presión que en un futuro próximo conducirá al capitalismo si no hacia un verdadero reset sí al menos hacia una evolución orientada a la amplitud de miras y la sostenibilidad.
Consumidores más conscientes
Los dos últimos impulsos para el cambio tienen que ver respectivamente con el papel de los consumidores y con el de los trabajadores. Dado que los millennials y la GenX no son solo inversores sino sobre todo consumidores, las decisiones de consumo comienzan a estar cada vez más orientadas por nuevos valores. Al igual que hoy se van sustituyendo las botellas de plástico por cantimploras reutilizables, pronto un número cada vez mayor de consumidores comenzará a valorar no solo la calidad y el impacto de los productos sino también la de los procesos productivos.
La accesibilidad a costo cero, que la red permite a las informaciones relevantes, facilitará que los consumidores puedan orientar sus decisiones de compra a través del llamado “voto con la billetera”, para premiar los bienes producidos por empresas responsables, que respetan los derechos de los trabajadores, el medio ambiente, las comunidades donde operan y las leyes de los estados donde residen. La demanda, en este sentido, ejercerá una presión cada vez mayor sobre las decisiones de los productores, sobre su ética y su grado de compromiso y responsabilidad social.
A la empresa le conviene ser responsable
Hay un último punto, puesto magistralmente de relieve por un estudio de Daniel Hedblom, Brent Hickman y John List, que acaba de publicarse en el National Bureau of Economic Research (“Toward an Understanding of Corporate Social Responsibility: Theory and Field Experimental Evidence”. NBER Working Paper No. 26222, September 2019). A la empresa le conviene ser responsable, no solo porque de esta manera será premiada por los consumidores responsables, sino porque conseguirá atraer trabajadores más motivados y productivos. Para probar este efecto, más allá de cualquier posible distorsión estadística, los tres autores del estudio crearon una empresa. Esta empresa envió anuncios de trabajo de manera casual en algunas de las principales ciudades norteamericanas. Las cartas se diferenciaban unas de otras por dos características fundamentales: el salario y el tipo de actividad. Unas ofertas ofrecían una paga de U$S 11 la hora y otras prometían U$S 15. Por otro lado, en algunos casos la empresa se presentaba como proveedora de servicios para una multinacional, con ánimo de lucro y no especialmente comprometida con la responsabilidad social, y en otros casos se decía que estaba asociada a una organización sin ánimo de lucro que proporcionaba servicios con descuento para proyectos de alto impacto social.
La empresa sin ánimo de lucro capta trabajadores más motivados
Una vez seleccionados y contratados, a los trabajadores se les asignó una actividad de inserción de datos y se midió atentamente su productividad y la calidad de su trabajo. Los resultados pusieron de manifiesto algunos datos interesantes: las ofertas de trabajo en la que se describía la empresa sin ánimo de lucro obtuvieron una tasa de respuesta significativamente más alta, a pesar de la absoluta casualidad en la elección de los destinatarios. Para la empresa todo esto supondría un beneficio equivalente al que podría haber obtenido con un aumento salarial del 36 %.
¿Es cierto que algo está cambiando en el capitalismo global? Es pronto para afirmarlo con certeza. Es cierto que hay buenas razones para que este cambio se produzca. Si no es por bondad, al menos por conveniencia, para anticipar las tendencias profundas de nuestras sociedades que, a lo largo de los próximos años, cada vez pondrán más a prueba los modelos de empresa tradicionales, las motivaciones, la misión y la visión del funcionamiento básico de miles y miles de empresas en los mercados internacionales ·
Artículo original publicado en el diario Il Sole 24 ore, Milán (Italia), 22-09-2019
Artículo publicado en la edición Nº 614 de la revista Ciudad Nueva.