El país persa suspende parte de esos acuerdos. Responde así a la aplicación de sanciones por parte de Estados Unidos, pese a haber cumplido con las disposiciones.
Irán anunció que suspende la aplicación de parte del acuerdo alcanzado en 2015 sobre su programa nuclear, firmado y monitoreado por los cinco países del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania y con inspecciones de la Agencia de Naciones Unidas por la Energía Atómica (AIEA). Luego de 10 años de polémicas sobre si el programa iraní de energía atómica tenía o no un perfil militar, se llegó a ese pacto por una simple razón: el país persa es visto en la región como una potencia rival por Arabia Saudita y por Israel. Los sauditas combaten a los iraníes porque la corriente religiosa sunita (wahabitas) que encuentra adeptos en la monarquía que conduce el país, considera a los chiitas como herejes, así como rechazan cualquier forma de aplicación moderada del islam y abierta a la modernidad. La casa saudita, y las otras monarquías del Golfo, han destinado decenas de miles de millones de sus ricas arcas a financiar mezquitas, escuelas coránicas, centro y obras sociales que en realidad difunden sus teorías radicalizadas del islamismo, las que se han transformado en numerosas organizaciones terroristas, entre ellas el proprio Isis, Al Qaeda, Al Nusra, para citar solo algunas.
Sí, usted ha leído bien. El principal aliado de Estados Unidos en la región es responsable no solo de violaciones a los derechos humanos en su país (hace más de una semana fueron ejecutadas más de 30 personas por motivos religiosos, todas chiitas, y una de ellas ¡fue crucificada!), sino de fomentar y apoyar grupos terroristas. La guerra en Siria tiene esta motivación, entre varias. Ha sido la tentativa de abatir un régimen aliado de Irán, por tanto, de aislar lo más posible el país persa. Así como tiene esa explicación el conflicto que se lleva a cabo en Yemen, donde la minoría huti (de tradición chiita) se ha rebelado al gobierno al sentirse discriminada por un proyecto de federalización del país. Allí los sauditas y sus aliados del Golfo han realizado una pesada intervención en el conflicto, contando con el apoyo también de Estados Unidos, alegando que Irán apoya a los rebeldes huti. En realidad, el único verdadero choque en este momento en el área de Oriente Medio es entre sunitas wahabitas y chiitas, más allá de razones geopolíticas.
Un tercer actor en este contexto es Israel. La política agresiva contra el pueblo palestino ha encontrado en Irán un defensor de la causa, en particular apoyando al grupo Hamas que controla la franja de Gaza, un reducido territorio literalmente sitiado por las fuerzas armadas israelí, en el que se concentran dos millones de personas, en condiciones precarias y sin otros recursos que las ayudas internacionales. Hamas es un grupo que ha radicalizado la lucha palestina, no duda en utilizar escudos humanos y cuando puede no discrimina entre civiles y militares en sus acciones ofensivas. Por su parte, Israel no utiliza métodos más humanitarios, sino lo contrario. Del mismo modo, antes su pretensión de controlar regiones fuera de sus fronteras, la minoría chiita de Líbano ha armado el grupo Hezbolah, una milicia que se opone precisamente a esos designios de Jerusalén. Ese grupo también es apoyado por Irán. Se entiende que es un enfrentamiento, este último, que entra en el marco del conflicto israelí-palestino. Sin embargo, la idea de un Irán como potencia regional es un estorbo para la política israelí, que ha encontrado actualmente un aliado en Arabia Saudita en clave anti iraní.
¿Y el tema nuclear? Estos móviles han alimentado la polémica sobre el programa nuclear de Irán, que pertenece al acuerdo de No Proliferación de estas armas. De ahí las denuncias y las sanciones. Que no se han aplicado en el caso de Israel, que sí posee armas nucleares, pero que no forma parte de dicho acuerdo.
Luego de denunciar durante años que Teherán estaba a un paso de poseer bombas atómicas, bajo la administración de Barack Obama se llegó al pacto alcanzado en 2015. Las sucesivas inspecciones de la AIEA, de las que poco se habla, demostraron que nunca Irán estuvo a punto de poseer armas nucleares. Se trató de manipulaciones mediáticas que aprovechan el hecho de que en Occidente ni los medios de comunicación iraníes ni de sus aliados, como Rusia, tienen eco, por lo que solo aparecen versiones acomodadas de los acontecimientos.
El año pasado, el presidente Donald Trump se retiró de ese pacto nuclear a partir de versiones brindadas por sus aliados israelíes y sauditas sobre incumplimientos por parte de Irán. Se trató de hechos amañados y viejos que pasan por alto el monitoreo al que concurren también Rusia, Francia, China, Reino Unido y Alemania, además de la mencionada agencia de la ONU. Al haber perdido la guerra en Siria y al no tener éxito en Yemen, se estrechó el cerco sobre Teherán denunciando ese pacto y volviendo a aplicar sanciones económicas, entre ellas la prohibición de comprar petróleo iraní. El poder de Washington es tal, que puede penalizar también a los países que comercien con los persas. Bien lo sabe Italia que tuvo que renunciar a jugosos negocios con Teherán obligada por la Casa Blanca. La Unión Europea corre el mismo riesgo.
Con una crisis económica seria motivada por la reactivación de las sanciones, Irán anuncia que suspende parte de ese pacto nuclear. Y es difícil no darle razón en ese contexto. En el fondo quien manda es la Casa Blanca, que no solo se retiró del acuerdo, sino que presentó a los iraníes como promotores mundiales del terrorismo, dando vuelta asombrosamente los hechos y soslayando las responsabilidades sauditas. Algo que ningún servicio de inteligencia puede avalar, por ser irreal. En este contexto ¿tiene sentido renunciar a desarrollar un programa nuclear que siempre tuvo finalidades civiles y no militares?
Obviamente, Teherán sabe que eso evoca fantasmas de un posible plan militar e intenta jugar esa carta, para obligar a la diplomacia a encontrar una salida negociada de este episodio.
La administración Trump tiene una grave responsabilidad en haber avalado tanto a su aliado saudita, promovido como potencia regional, pese a sus métodos y a la negación sistemática de los derechos fundamentales dentro y fuera del país. Y por otra parte, ha dejado carta blanca al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, que además de extender los asentamientos israelíes en perjuicio de los territorios palestinos, ha anunciado la anexión de los Altos del Golán, territorio sirio ocupado militarmente desde 1967, confirmando la política de control militar más allá de las fronteras.
Estamos ante una lógica radicalizada, que aprovecha las debilidades de un presidente norteamericano fácilmente manipulable desde sus creencias erróneas y desde un narcisismo que le impide distinguir lo verdadero de lo falso. Una situación delicada, si las hay, en momentos en que el mundo carece de líderes con visión que no sea de corto plazo.
Es muy posible que pueda hacer mucho el Papa, si el Vaticano logra desplegar su diplomacia. Es quizás la esperanza más sólida para los constructores de paz.