Editorial de la edición Nº 600 de la revista Ciudad Nueva.
Mirar la ciudad –las grandes, las pequeñas y cada lugar que habitamos– representa un gran desafío para todos. Mirar la ciudad es no ser indiferentes ante los flagelos y problemáticas que podemos encontrar a cada paso, como así tampoco a las alegrías y buenas noticias que pueden estar ocurriendo muy cerca de nosotros.
Teniendo en cuenta que el fenómeno del urbanismo ya ha asumido dimensiones globales (más de la mitad de los hombres del planeta vive en las ciudades) la urbe es sin dudas uno de los escenarios más evidentes en los que estamos llamados a actuar.
“Los fieles laicos, sobre todo, están llamados a salir sin temor para ir al encuentro de los hombres de las ciudades: en las actividades diarias, en el trabajo, como particulares o como familias, junto con la parroquia o en los movimientos eclesiales de los que forman parte, pueden derribar el muro de anonimato e indiferencia que a menudo reina indiscutiblemente en las ciudades. Se trata de encontrar la valentía de dar el primer paso de acercamiento a los demás, para ser apóstoles en el barrio”, animó el papa Francisco, en su discurso a los participantes en la Plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos que tuvo como lema “Encontrar a Dios en el corazón de la ciudad”, en 2015.
Cada uno de quienes pasan a nuestro lado está “esperando” ese testimonio, ser destinatario de una delicada atención de nuestra parte. Agrega el Santo Padre: “En la ciudad existe a menudo un terreno de apostolado mucho más fértil de lo que muchos se imaginan”. Y vuelve a la tarea de los laicos: “Están llamados a vivir un protagonismo humilde en la Iglesia y convertirse en fermento de vida cristiana para toda la ciudad”.
El desafío es enorme. Aún hay mucho por hacer allí donde habitamos. Cada vecino nos “llama”, cada “desconocido” se convierte en candidato a recibir nuestra mirada, una mirada que pueda hacer foco en lo esencial de cada persona.
Ciudad Nueva llegó a sus 600 ediciones y son miles los ciudadanos que a lo largo de estos 55 años se han visto cautivados y enamorados por el mensaje que, con errores y aciertos, mes a mes intentamos transmitir. Puede ser ésta una nueva oportunidad para continuar irradiando el ideal de la fraternidad universal.
Así como Chiara Lubich inició su camino en Trento, son muchas las ciudades que aún nos esperan. Como les dijo a los jóvenes en 2006, “si quieren transformar una ciudad empiecen a unirse con los que tienen su mismo ideal. Pongan a Dios por encima de todo lo demás. Prométanse amor recíproco, dispuestos a dar la vida el uno por el otro, y custodien este pacto cueste lo que cueste: Él, presente entre ustedes, les sugerirá los pasos a dar, los sostendrá en las inevitables dificultades.
Después tomen las medidas de la ciudad. Juntos vayan en busca de los más pobres, de los abandonados, de los huérfanos, de los encarcelados, de los marginados, y den, den siempre: una palabra, una sonrisa, su tiempo, sus bienes… (…) No dejen a nadie solo. Compartan todo con sus amigos: los momentos de alegría y de triunfo, de dolor y fracaso, para que la luz no se apague. Recen y perdonen, porque, si bien ir contra corriente cuesta, allí está la raíz más profunda del éxito. (…) Una ciudad no basta. (…) Hagamos de modo tal que al final de la vida no tengamos que arrepentirnos de haber amado demasiado poco”.
Todos podemos dar nuestra contribución transformadora de la ciudad. Como cristianos o personas de buena voluntad estamos llamados a darle un alma y a transformarla con nuestra acción. ¡Es el momento de actuar!
Nota: editorial de la edición Nº 600 de la revista Ciudad Nueva.