Compartimos algunas pinceladas del documento Humana Communitas emitido por la Pontificia Academia para la Vida, con sugerencias aptas para este coronatiempo.
El Covid-19 trajo desolación y desorientación a nuestros días: ¿qué hacer con estos ingredientes, como resistirlos, estamos llamados a una mayor toma de conciencia?
El coronavirus es la manifestación más reciente de la globalización, cuestión que hubo de aportar beneficios a la humanidad: difundió conocimientos, tecnologìas, y prácticas sanitarias. Simultáneamente, nos hemos encontrado compartiendo la vulnerabilidad del género humano. ¿Qué aprendimos, y qué estamos dispuestos a hacer por nuestra humanidad?
La pandemia nos muestra el desolador panorama de calles vacías, el distanciamiento, la ausencia de contacto y cariño. Las relaciones corren el riesgo de parecernos peligrosas: hay infinidad de rostros enmascarados e hiperprotegidos.
En el caso de nuestros mayores, el sufrimiento ha sido aún más pronunciado, ya que a la angustia física se suma la disminución de la calidad de vida y la falta de visitas de familiares y amigos.
Hemos sido testigos del rostro más trágico de la muerte: algunos experimentan la soledad de la separación tanto física como espiritual de todo el mundo, dejando a sus familias impotentes, incapaces de decirles adiós, sin ni siquiera poder proporcionar los actos de piedad básica como por ejemplo un entierro adecuado. La vida va y viene, dice el guardián de la prudencia cínica. La dolorosa evidencia de la fragilidad de la vida puede también renovar nuestra conciencia de su naturaleza. ¿Aprenderemos (al menos) a ser más agradecidos, menos malhumorados?
El renacer
Las lecciones de fragilidad, y vulnerabilidad fomentan el cambio. Aprender la lección es volverse consciente, de la bondad de la vida que se nos ofrece.
¿Puede ser esta ocasión la promesa de un nuevo comienzo para la humana communitas, la promesa del renacimiento de la vida?
Debemos llegar, apreciar la realidad del riesgo: todos podemos sucumbir a las heridas de la enfermedad, a la matanza de las guerras, a los desastres. El Covid-19 podría considerarse, a primera vista, sólo como un determinante natural, aunque ciertamente sin precedentes, del riesgo mundial.
Sin embargo, la pandemia nos obliga a examinar una serie de factores adicionales, todos los cuales entrañan un reto polifacético. En ausencia de una vacuna, no podemos contar con la capacidad de derrotar permanentemente al virus que causó la pandemia, salvo por agotamiento espontáneo de la fuerza patológica de la enfermedad. Por lo tanto, la inmunidad contra el Covid-19 sigue siendo una especie de esperanza para el futuro. Al mismo tiempo, es necesario dar cuerpo a un concepto de solidaridad que vaya más allá del compromiso genérico de ayudar a los que sufren.
Esfuerzo y cooperación
El acceso a una atención de salud de calidad y a los medicamentos esenciales debe reconocerse como un derecho humano universal. La distribución de una vacuna, una vez que esté disponible en el futuro, es un punto en el caso. El único objetivo aceptable, coherente con una asignación justa de la vacuna, es el acceso para todos, sin excepciones.
La segunda conclusión se refiere a la definición de la investigación científica responsable. Está mucho en juego y los temas son complejos. La solidaridad se extiende también a cualquier esfuerzo de cooperación internacional. En este contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ocupa un lugar privilegiado. Esta crisis pone de relieve lo mucho que se necesita una organización internacional de alcance mundial, que incluya específicamente las necesidades y preocupaciones de los países menos adelantados que se enfrentan a una catástrofe sin precedentes.
Solidaridad
Este es el verdadero problema en la actual encrucijada a la que ha de hacer frente la familia humana: la solidaridad. Cuestión que conlleva la responsabilidad hacia el otro que está en una situación de necesidad, que se basa en el reconocimiento de que, como sujeto humano, está dotado de dignidad. Claro que la solidaridad no viene gratis, sin costo, y es necesaria la disposición de los países ricos a pagar el precio requerido por el llamado a la supervivencia de los pobres y la sostenibilidad de todo el planeta. Esto es válido tanto de manera sincrónica, con respecto a los distintos sectores de la economía, como diacrónica, es decir, en relación con nuestra responsabilidad por el bienestar de las generaciones futuras y la medición de los recursos disponibles.
A Dios rogando y con el mazo dando
Todos estamos llamados a hacer nuestra parte. Mitigar las consecuencias de la crisis implica renunciar a la noción de que “la ayuda vendrá del gobierno”, como si fuera un deus ex machina que deja a todos los ciudadanos responsables fuera de la ecuación, intocables en su búsqueda de intereses personales.
Estamos llamados a una actitud de esperanza, más allá del efecto paralizante de dos tentaciones opuestas: por un lado, la resignación que sufre pasivamente los acontecimientos; por otro, la nostalgia de un retorno al pasado, sólo anhelando lo que había antes. Es hora de imaginar y poner en práctica un proyecto de convivencia humana que permita un futuro mejor para todos y cada uno.
El futuro y los sueños son nuestros. Nuestro desafío: permitirnos soñarlos, realizarlos y compartirlos urbi et orbi. IInsha’Allah!