Una plaza donde encontrarnos

Una plaza donde encontrarnos

Las redes sociales y todo el entorno digital repercuten en la manera en que nos desarrollamos e interactuamos con otros. Algunos párrafos de Christus Vivit ayudan a entender riesgos y bondades de estos nuevos medios de comunicación.

Nuestra vida está atravesada por las redes sociales. Se vuelve inevitable. No es extraño escuchar en diferentes ocasiones y contextos que “si no está en las redes no existe”. De allí surge muchas veces la “necesidad” de publicar no solo aquello que producimos con nuestro trabajo, para que tenga un mayor alcance y notoriedad, sino nuestra propia privacidad, convirtiendo en público aquello que en otros tiempos estaba limitado al conocimiento de los más cercanos: las fotos de nuestras vacaciones, del primer día de colegio de nuestros hijos, del cumpleaños festejado en familia y con amigos cercanos, y un sinfín de etcéteras en los que cada uno podrá identificarse.

A tal punto ha llegado esa “necesidad” de navegar por los océanos digitales que, incluso cuando estamos en tierra firme, compartiendo el tiempo y el espacio con otras personas, igualmente buceamos en esas aguas virtuales como si buscáramos –muchas veces inconscientemente– teletransportarnos y habitar por un momento otro lugar.

Es un “estar” sin “estar” que nos lleva aun a perder la noción de la trascendencia que tiene encontrarnos cara a cara con el otro, mientras intentamos descubrir lo que otro –probablemente en una situación similar a la nuestra– está haciendo o diciendo en un sitio diferente.

Nadie está ajeno a esos riesgos. No hay diferencias generacionales a la hora de volvernos “invisibles” para quienes están bien cerca, y “visibles” para quienes están lejos. En todo caso, esta segunda consecuencia es quizás la ventaja más grande de esta era súper tecnológica: poder ver a los ojos a quien está a kilómetros de distancia y sentirlo a nuestro lado. Aunque si nos alejamos de quien está pegado a nosotros, entonces la vocación más sana de estos nuevos medios de comunicación estaría incompleta.

El ambiente digital

Vale la pena repasar algunos párrafos de la exhortación apostólica Christus Vivit que el papa Francisco publicó tras el Sínodo de los Jóvenes. El Pontífice describe con precisión las características del ambiente digital que “caracteriza el mundo contemporáneo. Amplias franjas de la humanidad están inmersas en él de manera ordinaria y continua. Ya no se trata solamente de ‘usar’ instrumentos de comunicación, sino de vivir en una cultura ampliamente digitalizada, que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás” (86).

“La web y las redes sociales han creado una nueva manera de comunicarse y de vincularse, y son una plaza en la que los jóvenes pasan mucho tiempo y se encuentran fácilmente, aunque el acceso no es igual para todos, en particular en algunas regiones del mundo. En cualquier caso, constituyen una extraordinaria oportunidad de diálogo, encuentro e intercambio entre personas, así como de acceso a la información y al conocimiento. Por otro lado, el entorno digital es un contexto de participación sociopolítica y de ciudadanía activa, y puede facilitar la circulación de información independiente capaz de tutelar eficazmente a las personas más vulnerables poniendo de manifiesto las violaciones de sus derechos. En numerosos países, web y redes sociales representan un lugar irrenunciable para llegar a los jóvenes e implicarlos, incluso en iniciativas y actividades pastorales” (87).

“Pero para comprender este fenómeno en su totalidad hay que reconocer que, como toda realidad humana, está atravesado por límites y carencias. No es sano confundir la comunicación con el mero contacto virtual. De hecho, el ambiente digital también es un territorio de soledad, manipulación, explotación y violencia, hasta llegar al caso extremo del dark web. Los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas. Nuevas formas de violencia se difunden mediante los social media, por ejemplo el ciberacoso; la web también es un canal de difusión de la pornografía y de explotación de las personas para fines sexuales o mediante el juego de azar” (88).

“No se debería olvidar que en el mundo digital están en juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios. La proliferación de las fake news es expresión de una cultura que ha perdido el sentido de la verdad y somete los hechos a intereses particulares” (89).

“En un documento que prepararon 300 jóvenes de todo el mundo antes del Sínodo, ellos indicaron que ‘las relaciones online pueden volverse inhumanas. Los espacios digitales nos ciegan a la vulnerabilidad del otro y obstaculizan la reflexión personal. Problemas como la pornografía distorsionan la percepción que el joven tiene de la sexualidad humana. La tecnología usada de esta forma, crea una realidad paralela ilusoria que ignora la dignidad humana’. La inmersión en el mundo virtual ha propiciado una especie de ‘migración digital’, es decir, un distanciamiento de la familia, de los valores culturales y religiosos, que lleva a muchas personas a un mundo de soledad y de autoinvención, hasta experimentar así una falta de raíces aunque permanezcan físicamente en el mismo lugar. La vida nueva y desbordante de los jóvenes, que empuja y busca autoafirmar la propia personalidad, se enfrenta hoy a un desafío nuevo: interactuar con un mundo real y virtual en el que se adentran solos como en un continente global desconocido. Los jóvenes de hoy son los primeros en hacer esta síntesis entre lo personal, lo propio de cada cultura, y lo global. Pero esto requiere que logren pasar del contacto virtual a una buena y sana comunicación” (90).

El Papa, al cierre de la Exhortación, anima a las nuevas generaciones (y también a todos) citando al joven venerable Carlo Acutis. “Él sabía muy bien que esos mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes del consumo y de las novedades que podemos comprar, obsesionados por el tiempo libre, encerrados en la negatividad. Pero él fue capaz de usar las nuevas técnicas de comunicación para transmitir el Evangelio, para comunicar valores y belleza” (105).

“No cayó en la trampa. Veía que muchos jóvenes, aunque parecen distintos, en realidad terminan siendo más de lo mismo, corriendo detrás de lo que les imponen los poderosos a través de los mecanismos de consumo y atontamiento. De ese modo, no dejan brotar los dones que el Señor les ha dado, no le ofrecen a este mundo esas capacidades tan personales y únicas que Dios ha sembrado en cada uno. Así, decía Carlo, ocurre que “todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias” (106).

Artículo publicado en la edición Nº 617 de la revista Ciudad Nueva.

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