¿Qué nos dice hoy la espiritualidad de la unidad surgida de la vida de una joven de Trento, Italia, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial?
Las grandes corrientes espirituales de la historia reflejan el renovado encuentro entre Dios y la humanidad. Pensemos, por ejemplo, en aquellas corrientes que conocemos más, como las espiritualidades nacidas en Occidente, en el seno del cristianismo. Podemos pensar cada espiritualidad como una mirada distinta. A Chiara Lubich le gustaba esta sencilla analogía: imaginar una habitación fotografiada desde distintos lugares, con diferentes perspectivas. Es siempre la misma habitación, pero se ve siempre distinta.
Así, cada espiritualidad cristiana que surge en la historia puede pensarse como un nuevo capítulo de ese prolongado, por momentos difícil, diálogo amoroso entre Dios, que quiere darse a la humanidad, y nosotros, que avanzamos, retrocedemos, crecemos, caemos… Y en ese camino vamos desarrollando sensibilidades nuevas, formas nuevas de pensar y de pensarnos.
A Chiara, como solemos llamarla familiarmente, le atraía también la visión de un Cristo desplegado a lo largo de los siglos. Era, es, siempre el mismo Jesús de Nazareth, ese hombre tan peculiar, que nos sigue interpelando cada día, y los cristianos nos atrevemos a creer verdadero hombre y verdadero Dios. Es siempre él y su mensaje: Dios está cerca, está aquí y nos ama con un amor infinito. Pero es él desplegado en el tiempo y también explicado a lo largo de la historia. Afortunadamente, el verbo italiano que usa Chiara (spiegato) admite las dos traducciones: ‘desplegado’ y ‘explicado’. Un amor infinito no se puede decir con una sola palabra, ni una sola vez. Eso son las espiritualidades cristianas.
Me atrevo a pensar, aunque no conozco tanto, que esto es válido también para otras religiones y para otras maneras de concebir la vida. La divinidad es inagotable y nuestra interioridad también. Siempre aquel Otro será nuevo y siempre en nosotros surgirán novedades. Tengo la impresión de que las espiritualidades, todas, reflejan de algún modo esta novedad continua y profunda.
La espiritualidad nacida de la vida de Chiara Lubich y sus primeras y primeros compañeros surgió en los años cuarenta, en el norte de Italia, en medio de una década y un mundo marcados a fuego por el sangriento conflicto de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué nos puede decir hoy?
En primer lugar, creo que Chiara nos recuerda la perenne centralidad del amor. El amor, todo el amor y el amor a todos. El amor concreto, hecho de hechos, “con los brazos y los músculos” como dijo alguna vez. Para ella todo comienza por el amor y nada tiene sentido si no conduce al amor. Son afirmaciones aparentemente muy simples, mucho más comunes y aceptadas en nuestros tiempos que cuando Chiara comenzó, revolucionariamente, a anunciarlas. Sin embargo, todos sabemos que cada día se hace más necesario recordarlas y convertirlas en nuestra manera de vivir. Basta mirar a nuestro alrededor para convencernos de la imperiosa necesidad de lograr que el motor de nuestra sociedad sea el amor y no otra cosa.
Sin embargo, notablemente, para Chiara Lubich no es suficiente amar. Es necesario amarnos, amarnos unos a otros. La norma de la vida cristiana, el mandamiento de Jesús a sus discípulos, que él mismo llama “nuevo”, tiene que hacerse realidad. Y ella descubre decenas de maneras de realizarlo, antes que nada con quienes tiene más cerca, pero luego con todos.
Amarnos unos a otros, el amor recíproco, tiene que convertirse en la forma de vida de toda la humanidad a todos los niveles. No es suficiente que sea así entre las personas. Así deberían relacionarse también los grupos humanos, las instituciones, los partidos políticos, las naciones… Chiara lo plantea con coraje a todos los niveles, en todos los lugares donde es invitada. Su espiritualidad es comunitaria, es para vivir colectivamente, sobre esto no admite equívocos.
Es evidentemente una respuesta al anhelo profundo de nuestra humanidad contemporánea. Y lo maravilloso es que Chiara Lubich lo vive y lo plantea pero además, enseña cómo vivirlo. Su espiritualidad ilumina los mil pliegues de la compleja relacionalidad humana para mostrar justamente el “cómo”, cómo vivir el amor recíproco en el mundo de hoy y siempre.
Y aún hay más. Para ser capaces de amarnos mutuamente, según Chiara es necesario “ser el amor”, una afirmación que hasta hoy sigue siendo escandalosamente revolucionaria. ¿Pueden acaso los seres humanos pretender “ser el amor”? Para ella no solo es posible sino necesario. Más aún, es imprescindible.
Chiara descubre un secreto, el secreto para realizarlo. Hay un momento de su vida en el cual Jesús llega a ser plenamente sí mismo. Es el momento, el lugar, al cual debemos mirar para descubrir quién es él, y también, qué significa amar. Es ese momento en el cual sobre la cruz grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
El dolor humano más extremo, ese que conjuga el terrible dolor físico, la destrucción interior, la náusea del sinsentido, todo lo negativo de la vida y del mundo, está condensado allí, en el sentirse abandonado por Dios, su Padre. En el amor de ese instante Chiara encuentra el amor más grande, el amor completo, la posibilidad de ser el amor. En ese amor descubre la clave para encontrar la unión con Dios y para construir la unidad de la familia humana. La unidad: el gran ideal, la gran meta de la vida, de su vida.
Chiara Lubich llega a decir “no tengo otro Dios” fuera de Jesús Abandonado. Lo elige como su Esposo y eso significa que irá por el mundo buscándolo, en todos los que sufren, de cualquier manera que sufran, en las divisiones, en las soledades, en los abandonos… En todo lo que parece no ser Dios. Chiara lo hace y además enseña incansablemente cómo hacerlo. Muestra que ese amor conduce a la plenitud.
Una gran novedad, para nuestro hoy y para siempre.
Artículo publicado en la edición Nº 622 de la revista Ciudad Nueva.