Una patria que no tiene fronteras

Una patria que no tiene fronteras

Cuando se está lejos de la tierra natal, crisis como la pandemia pueden volverse más complejas aún. La experiencia de algunos venezolanos que encontraron una comunidad acogedora que los acompañó en los momentos más difíciles.

Por Rufo Arraga

Soy venezolano con tres años y medio en Argentina. Tengo 56 años y casi 35 de casado. Emigré con mi esposa impulsado por un instinto de supervivencia y un principio ético: cuidar la vida. Hemos seguido los pasos de nuestros cuatro hijos, tres de los cuales migraron antes que nosotros. Hoy tenemos una hija en Chile y tres en Argentina.

Para un migrante la incertidumbre forma parte de las decisiones tomadas y sabemos que las dificultades pueden aparecer durante el recorrido elegido. Pero como ha dicho el papa Francisco en su última encíclica Fratelli Tutti, “las dificultades que parecen enormes e insuperables son una oportunidad para crecer”.

Fuimos integrándonos a diversos grupos de migrantes, citadinos y personas de otras provincias, ampliando así nuestra vida social. También nos vinculamos inmediatamente con las comunidades del Movimiento de los Focolares, en el cual participamos desde hace más de 20 años, quienes nos han dado un apoyo incondicional desde que llegamos a la Argentina.

Iniciamos una linda experiencia de inculturación, reciprocidad y armonía en diversos espacios, agradeciendo a Dios y al cosmos por todas las puertas que se abrían a nuestro paso. Comenzaron a surgir oportunidades de amar concretamente y desafíos personales para acompañar a otros. Nada es casual, pienso que ha sido una hermosa ocasión para donar lo que más nos cuesta y atesoramos: el tiempo.

Con la pandemia se inició un gran desafío para todos. El caos se acentuó entre los más vulnerables y los migrantes conformábamos una población muy expuesta. El Movimiento de los Focolares con gran voluntad y determinación se lanzó a ofrecer ayuda humanitaria a toda persona que comunicara su necesidad a través de la comisión “Manos por pandemia”, creada por un grupo de voluntarios con la finalidad de acompañar y proveer de insumos básicos a los más necesitados. También fue importante el apoyo de la FCCAM (Fundación Comisión Católica  Argentina para Migrantes) y la Parroquia de los migrantes, organizaciones que atendieron las necesidades de migrantes de diferentes países que estaban en condiciones vulnerables y que de manera particular yo iba conociendo.  

El tiempo dedicado se convirtió en un inmunomodulador (sustancia que estimula el sistema inmunológico). Dábamos y recibíamos la alegría del otro (hermosa recompensa).

Progresivamente me fui comprometiendo y atendiendo situaciones de personas que se encontraban en condiciones complejas, por escasez de recursos o problemas de salud física y emocional. Mi esposa y yo logramos vincularnos y acompañar a 25 personas pertenecientes a 10 familias.

El papa Francisco ha dicho más de una vez: “No basta con ser buena gente, es importante desarrollar un espíritu misionero”. Y en mí ha estado presente desde la adolescencia.

Cada caso que iba llegando requería atención y seguimiento. Yo lo asumía con solemnidad y dedicación porque se trataba de la integridad física, espiritual, mental y emocional de personas que buscaban contención, ser escuchadas, acompañadas y atendidas en diferentes aspectos.

Todo este recorrido se transformó en una hermosa experiencia de caminar juntos como Iglesia peregrina. Mientras los templos permanecían cerrados o restringidos, el reto era salir y llevar la Iglesia a cada lugar donde estaba el rostro de dolor, de Jesús Abandonado.

Hay consignas que han marcado mi vida y una de ellas es la célebre frase de san Ignacio de Loyola: “En todo, amar y servir”.

Las necesidades y los colaboradores se iban multiplicando. Mi corazón varias veces expresó con lágrimas el agradecimiento a Dios ante la presencia de la providencia que aparecía cuando solo teníamos la fe y la voluntad para solventar las necesidades que surgían.

Decidí involucrarme más en un caso bastante crítico. Con mi esposa nos enteramos del estado de salud de Andrés, un joven venezolano que había quedado con hemiplejia parcial después de una intervención quirúrgica. Inmediatamente me puse en contacto con su esposa, quien con mucho coraje, fe y determinación siguió adelante con su niña de 9 meses, sin perder la esperanza, la confianza en Dios y en los médicos, quienes hacían lo necesario por salvar la vida de Andrés, que se apagaba lentamente por las complicaciones que surgieron durante la internación.

Ariadna mostró una gran fortaleza y se mantuvo en pie, recibiendo donaciones de la familia, amigos y desconocidos. Se multiplicaron las cadenas de oraciones. El apoyo espiritual, emocional y material la acompañó durante el mes y medio que Andrés estuvo en coma inducido, con un porcentaje mínimo de sobrevivencia por las múltiples complicaciones orgánicas y fisiológicas.

Aquí me parece rescatar el testimonio de Ariadna: “Ante una de las intervenciones que debían hacerle a Andrés, los médicos me dijeron que la posibilidad de muerte era de un 90 %. Explicar lo que sentí es difícil. Pero yo me encontraba serena y confiada. En mi cuerpo y en mi alma había una sensación de calma, algo que me hacía entender que todo iba a mejorar. Solo Dios es quien puede darnos esa sensación. En todo ese tiempo Andrés tuvo cinco operaciones. Durnte los días que estuvo muy mal, no me dejaban verlo. Yo sabía en qué habitación estaba, entonces me acercaba a la pared de la unidad de terapia intensiva y allí me ponía a orar. Sentía que me conectaba con él de forma espiritual, le hablaba, le decía que soportara, que todos estábamos allí con él, que no estaba solo, que fuese fuerte, que todo lo iba a superar. Trataba de transmitirle toda la energía positiva que podía. Creo que conectarnos espiritualmente con los seres que amamos es sumamente poderoso e importante.

Sin embargo, Andrés entró en cuadro séptico y los médicos volvieron a hablar de un mínimo porcentaje de vida. Dos semanas más tardó en superarlo hasta que, tras permanecer estable por algunos días, decidieron despertarlo del coma. Las dos semanas posteriores fueron emocionalmente difíciles para todos. Andrés estaba desorientado y no podía hablar por el traqueotomo, situación que lo puso agresivo. Él no entendía y debido a la pandemia a mí no me dejaban verlo para acompañarlo en este proceso. Una de las enfermeras hacía videollamadas de vez en cuando para que yo pudiera verlo y contarle que nuestra beba y yo estábamos bien, que todos estábamos contentos, esperándolo. Él no podía responderme, solo asentía con la cabeza. Le escribía cartas y se las llevaba al hospital. Fue la manera que encontré para comunicarme con él y hacerle sentir que no estaba solo. La habitación de Andrés tenía un ventanal que miraba a un jardín interno del hospital, entonces yo todos los días me paraba de manera que él pudiera verme de lejos. Lo hice muchas veces pero recuerdo que solo alcanzó a verme en tres o cuatro ocasiones. Ahí nos quedábamos mirándonos o hablando por señas. Muchas veces lo veía dormido, me quedaba un rato y luego me iba.

Mejoraba lentamente, tenía una hemiplejia parcial que le impedía mover las manos y las piernas, pero la motricidad fue recuperándola con kinesiología. Hasta que el 20 de agosto le dieron el alta. De todas maneras iba a precisar de muchísimos cuidados en casa, se alimentaba aún por sonda, había que curar heridas y escaras. Los médicos no querían darle el alta, pero llevaba dos meses y medio internado y para nosotros ya era demasiado.

Aunque todos nos encontrábamos felices por su regreso a casa, Andrés comenzó a entrar en un proceso depresivo muy fuerte. Para mí era entendible. De un día para otro le había cambiado absolutamente toda su existencia, su bienestar, su estado de salud óptimo, su libertad… Andrés estaba todo el día en cama y dependía de mí, eso definitivamente lo hacía sentir muy mal. Con la atención de una psiquiatra con un enfoque psicoterapéutico dinámico breve, Andrés logró salir de ese estado sin necesidad de medicación.

En enero de 2021 ya teníamos a un Andrés sonriente, motivado a mejorar en todos los aspectos. El vínculo con nuestra hija de un año continuó construyéndose saludablemente con diversos juegos y risas constantes. De igual forma pudimos reconocernos como pareja en este nuevo estilo de vida que iniciábamos, logramos enamorarnos nuevamente. El Andrés que salió de ese hospital no era el mismo que yo conocía, por lo cual nos tocó a los dos recomenzar, reconocernos y revalorarnos.

En febrero le quitaron la sonda de alimentación. Le indicaron que se alimentara nuevamente por la boca ya que su esófago estaba bastante rehabilitado.

¡Fueron tantas las personas que tocaron nuestra historia de una u otra forma! Me siento profundamente agradecida por toda la ayuda que Dios puso en mi vida a través de esas personas (médicos, enfermeras, familiares, amigos, desconocidos y comisión Manos por Pandemia). Gracias por la empatía, el acompañamiento, las oraciones, sus buenas acciones hacia mi familia y concretamente hacia Andrés. Hoy creo en un Dios de milagros. Su poder es infinito e inimaginable”.

Después de un año Andrés está bastante recuperado y habilitado para trabajar. Aún sigue en rehabilitación, ejercitando su brazo derecho para restablecer su motricidad. Con gran alegría ha manifestado su agradecimiento y hoy quiere dar un apoyo más concreto a las personas que siguen expresando sus necesidades a través de Manos por Pandemia. Andrés se ha puesto a disposición de la comisión para realizar traslados en el vehículo que actualmente maneja.  

Los migrantes podemos resignificar nuestra condición, amando, explorando nuestros potenciales, ampliando nuestras capacidades, renovando nuestras creencias, fortaleciendo vínculos de fraternidad e incrementando la alegría de vivir.

Artículo publicado en la edición Nº 633 de la revista Ciudad Nueva.

No todo fue malo en la pandemia

Tengo 52 años, soy venezolana, con dos hijos y tres nietos. Salí de mi país dejando todo atrás (familia, amigos, bienes materiales) para buscar salud, paz, seguridad y estabilidad. Aunque esto significó vivir con algo de tristeza y empezar de cero pese a la edad, pero con muchísimas ganas y con perseverancia y trabajo, agradeciendo a este gran país que nos abrió los brazos con su gente única y de buen corazón. Esto sin imaginar la llegada de la pandemia.

Fue un golpe muy duro. Junto a mi familia ya nos estábamos estabilizando, con trabajo, cada quien en un sitio para vivir dignamente. En lo personal estaba encaminada médicamente ya que sufro de lupus, osteoporosis y fibromialgia. Al estallar la pandemia empezó mi preocupación y la de todos por ser de alto riesgo, por las restricciones, por todo. Sumado a que casi toda la familia quedó desempleada. Nos vimos apretados económica y emocionalmente.

Fue muy duro, aunque siempre unidos ayudándonos entre todos y con fe en Dios de que todo pasaría. Llegó el día que ya no teníamos nada y me tocó buscar ayuda. Gracias a Dios que me puso muchos ángeles en mi camino, entre ellos los amigos de la Comisión Episcopal de la Pastoral de Migrantes e Itinerantes (CEMI).

Tuvimos días de optimismo y otros no tanto, como el día que junto a mi esposo nos desalojaron por falta de pago. Se me cayó el mundo y me deprimió mucho esa situación, que pudimos sobrellevar por la ayuda de mi hija que nos alojó en su casa.

Por otra parte, desde que empezó la pandemia nos cuidamos mucho, tomando todas las previsiones y cuando menos lo esperamos nos contagiamos todos en casa. Primero fue mi esposo en el trabajo y luego contagió a mi hija, lo que nos dio temor ya que tenía un embarazo de alto riesgo, y también por mi patología.

Todos lo pasaron como un resfriado, sin embargo yo tuve todos los síntomas. Fue horrible, gracias a Dios fui a tiempo al hospital y con tratamiento lo pude superar. De todas maneras, pasamos las Fiestas de fin de año de una manera muy distinta, ya que estábamos todos aislados.

Sin embargo, no todo fue malo en la pandemia. Tuvimos la dicha de recibir a un nuevo integrante de la familia, mi segundo nieto argentino, y aunque aún no termina la pesadilla de la pandemia, estamos saliendo adelante poco a poco.
Ysabel Rivero

Articulos Anteriores
Articulos Recientes

Deja un comentario

No publicaremos tu direcci贸n de correo.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.