Editorial de la edición de julio de la revista Ciudad Nueva.
La economía atraviesa todos los órdenes de nuestra vida. Y si nos detenemos en los fríos números de la actualidad local, regional o mundial probablemente nos surjan sentimientos de angustia ante una pobreza y desigualdad que aumenta de manera constante. En un contexto como este, ¿cómo creer que existe una manera distinta de vivir y de pensar la economía? ¿Cómo mirar con esperanza un porvenir plagado de incertidumbre?
La realidad global de hoy no es muy distinta de la que percibió Chiara Lubich en Brasil 30 años atrás, cuando el contraste entre favelas y rascacielos de la ciudad de San Pablo le hizo nacer dentro de sí una intuición profética: poner en práctica la cultura del dar y con ella una economía que tenga en el centro a la persona para contrarrestar precisamente la iniquidad y recuperar la dignidad de cada ser humano.
Y si bien hay similitudes entre este presente y el de los inicios de la década de los noventa, sobre todo en nuestra región, aquella semilla plantada en los corazones de los empresarios, emprendedores, estudiosos y diferentes actores de la naciente Economía de Comunión ya ha dado abundantes frutos que muestran que es posible un cambio de perspectiva.
Como bien quedó reflejado en los festejos por los 30 años de aquella inspiración de la fundadora del Movimiento de los Focolares, aunque tres décadas sea poco tiempo en la vida de una nueva cultura, la difusión de los valores de esta nueva economía habla de una necesidad pero también de un deseo de cambiar la ecuación que solo considera válida la maximización de la riqueza.
Reciprocidad, don, desarrollo sostenible, comunión, son términos que se familiarizan cada vez más con la economía gracias a miles de personas que los viven en la práctica y que están dispuestos, cada uno desde su lugar, a cambiar las lógicas del mercado.
La red conformada por quienes creen en una nueva economía crece con fuerza y entusiasmo y superando los grandes desafíos actuales, con proyectos concretos que tienen características propias pero comparten un mismo espíritu. Entre ellos están los jóvenes que en estos dos años se han sumado a la Economía de Francisco y que, anclados en los valores del santo de Asís, se la juegan por los bienes comunes y relacionales, y por la salud de la Casa Común que todos habitamos.
En esa línea, el profesor y economista italiano Stefano Zamagni, promotor de las ideas de Economía de Comunión desde los inicios, durante los festejos por los 30 años se refirió no solo al hoy sino al mañana: “EdC es un proyecto específico de quienes se reconocen en un carisma específico, pero esos elementos también se encuentran en otra parte: ese proyecto era como un profeta, por lo tanto, uno que anticipa. De cara al futuro, todos los que adhieren a este proyecto tienen sobre sus hombros la gran responsabilidad de llevar el peso de un experimento que ahora está muy extendido: cómo seguir siendo innovadores en el doble frente de reflexión y práctica económica. (…) Al principio la vida es fácil, empiezas de cero y todo lo que consigues es una mejora, pero cuando has alcanzado un cierto umbral, es cuando seguir desarrollándote es difícil. Pero estoy seguro de que habrá fuerzas en el futuro que conducirán a un mayor avance de ese proyecto inicial”.
¿Cómo no creer entonces en un horizonte de esperanza? Las llamadas nuevas economías están tomando forma y con ellas van moldeando un nuevo presente que traerá dignidad y bienestar a las futuras generaciones.
Artículo publicado en la edición Nº 632 de la revista Ciudad Nueva