Una nueva casa para Jesús

Una nueva casa para Jesús

Editorial de la revista Ciudad Nueva del mes de diciembre.

“La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que ‘gime y sufre dolores de parto’ (Romanos 8, 22)”. Ya en el segundo párrafo de Laudato Si’, el papa Francisco advierte sobre el estado de la Creación. En esas pocas líneas se resumen cada una de las noticias que leemos y escuchamos a diario, que van desde la crisis climática hasta la explotación de los recursos naturales, la degradación humana y tantas catástrofes que deben interpelarnos a todos en cuanto a nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con la casa común.

La Iglesia Católica –con el aporte de científicos, filósofos, teólogos, representantes de pueblos originarios, misioneros y organizaciones sociales–, como también otras iglesias, comunidades y religiones, viene recorriendo un camino de reflexión que pueda iluminar a todos, desde los “ciudadanos de a pie” y de buena voluntad, hasta los principales actores políticos del planeta, para que cada acción sea en pos del cuidado de la Tierra y sus habitantes, todos. Ese proceso tuvo su punto culminante en la reciente Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica que, más que una instancia de llegada, representó el compromiso de partir decididamente y unidos hacia un futuro esperanzador.

En ese contexto, las ediciones de Ciudad Nueva de América Latina y el Caribe nos hemos abocado a abordar esta problemática de manera conjunta, y publicamos el resultado de este trabajo en la presente edición, en la que confluyen también aportes de agencias de noticias, observatorios y redes de comunicación que se preocupan y ocupan de esta temática.

La situación actual de la Amazonia, una región absolutamente vital para el planeta, nos clama que ya no hay tiempo para mirar hacia otro lado y nos llama a unirnos para amplificar el mensaje no solo sobre la gravedad de la situación sino también sobre la oportunidad que tenemos de recomenzar en el cuidado y protección del planeta.

Dios confía plenamente en nosotros, sus hijos, y ha puesto en nuestras manos semejante tesoro. Solo un Padre que tiene una fe “apasionada” en la humanidad puede atreverse a regalarnos la Tierra y darnos la libertad, ya no de servirnos de ella sino de estar en relación con ella. En nosotros está la capacidad de ser hermanos con los hermanos que habitan la Amazonia en lo rural profundo y en las ciudades. La solidaridad con las poblaciones de la región, y de manera especial con los pueblos indígenas es determinante para su supervivencia y en definitiva también para la nuestra. Como decía Chiara Lubich al final de su discurso en la 2º Asamblea Ecuménica Europea de Graz (Austria)1, “si todos ponemos un mayor cuidado en salvaguardar la naturaleza, ella misma responderá misteriosamente a nuestro amor, como sabe hacer todo lo que Dios anima y sostiene”.

En este mes en que Jesús renace para darle nueva vida y vitalidad a nuestros corazones tantas veces cansados y agobiados, es el momento de mirar a los ojos a la “hermana, nuestra madre tierra”2, pedir perdón por las infinitas heridas que le hemos infligido y recomenzar a quererla afectiva y efectivamente, para que el Hijo de Dios, que tanto la amó, nos vuelva a abrazar en una casa común renovada y más justa.

1. El 23 de junio de 1997. 2. Cántico de las criaturas: Fonti Francescane (FF) 263.

Artículo publicado en la edición Nº 615 de la Revista Ciudad Nueva.

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