Una mujer apasionada por los archivos, las bibliotecas y el idioma español

Una mujer apasionada por los archivos, las bibliotecas y el idioma español

Se trata de María Moliner, dama nacida el viernes 30 de marzo de 1900 en Zaragoza, aprendió su método de trabajo con Juan Monerva, en el Instituto de Filología de Aragón, entre 1917 y 1921. 

El lingüista Santiago Kalinowski la describe como “una bibliotecaria de carrera que, en soledad y en los ratos libres que le dejaba su trabajo, se dedicó a completar su Diccionario de uso del español (DUE), una obra por la que sería reconocida universalmente como lexicógrafa”. Ella buscaba expresar una idea con la máxima precisión, y conducir al lector desde la palabra que conoce al modo de decir que desconoce. A estos rasgos se suman otros, como un sistema de sinónimos, palabras afines y referencias, indicaciones gramaticales y de construcción, o ejemplos sobre el valor de uso. Todos ellos esenciales, fundamentalmente para quienes trabajan en el área de la escritura.

García Márquez sostuvo que el diccionario de uso de Moliner era mejor que el de la Real Academia Española. Su diccionario fue pensado y escrito por una sola persona durante quince años. “Diccionario de autor” es una expresión que se emplea para designar la modalidad lexicográfica que se opone a la de los diccionarios académicos o “corporativos”. 

En general, los diccionarios de la lengua española copian la nomenclatura de los diccionarios de la RAE y a partir de ahí hacen recortes, reformulaciones, supresiones y agregados. Si bien la obra de Moliner tomó como modelo la edición del DRAE de 1956, por tratarse de un diccionario de uso y no prescriptivo, incorporó voces que no estaban en el académico. 

Modificó las definiciones que presentó en un español más actual, simple y sencillo. Las palabras desusadas y los arcaísmos fueron eliminados. Incorporó neologismos, muchos provenientes de la prensa en dos volúmenes rotundos, de más de 3000 páginas, lanzados entre 1966 y 1967. Su magnífico trabajo debilitó la autoridad del diccionario académico e hizo posible que se imaginaran otros acercamientos científicos al idioma.

Pese a la calidad incuestionable de su trabajo, la autora guardaba sus fichas de trabajo sobre palabras en cajas de zapatos.

“Su marido solía medir a escondidas los ficheros con una cinta métrica, y les mandaba noticias a sus hijos”, relató Oscar Ba fsaA<GBrney Finn. Uno de los hijos de la pareja, a quien le preguntaron cuántos hermanos tenía, contestó: “Dos varones, una mujer y el diccionario”. A su vez, Moliner dedicó el diccionario a su esposo y a sus hijos. Evidentemente, las letras eran el centro de su vida.

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