Una escuela hacia la libertad

Una escuela hacia la libertad

La educación dentro de los penales puede generar inclusión y proyectar un futuro diferente.

Soy docente de nivel primario desde 1991 y desde 2002 trabajo en Educación en Contexto de Encierro (ECE). Durante este tiempo de permanencia en la Modalidad ECE he comprendido que son muchos los docentes que ingresan a dar clase a los penales, pero los que verdaderamente elegimos este contexto de trabajo por convicción somos quienes permanecemos y llevamos adelante la posibilidad de acceso a educación de los estudiantes, permitiendo ese “momento de fuga” para ellos, brindando la posibilidad de asistir a la escuela y de adquirir herramientas para la superación personal y social.

Me he desempeñado como docente de ciclo y docente de alfabetización en el nivel primario de adultos dependiente de la Escuela de Educación Básica de Adultos Nº 6 de Viedma, en el Anexo Educativo Penal Federal Nº 12 de esta localidad y también en el Anexo Penal Provincial Nº 1 de Viedma. Además me desempeñé como docente a cargo del taller literario durante dos años y posteriormente dos años más con un proyecto institucional que se articuló entre los distintos ciclos del nivel primario y con el nivel secundario.

Actualmente, tengo la fortuna y la posibilidad de poder recorrer y visitar todos los penales de la provincia de Río Negro (provinciales y federales) para seguir construyendo puentes que permitan reconocer la Educación en Contexto de Encierro como una modalidad con sus propias características, que brinda la posibilidad a los jóvenes y adultos privados de su libertad de acceder a educación y que permite, a través de ella, otorgarles entidad.

La escuela en la cárcel está pensada como un espacio cargado de una cotidianeidad totalmente cambiante. A su vez, la formalidad escolar le otorga un sentido de creatividad y una tensión por superar las estructuras rígidas y una educación transformadora e innovadora. Las prácticas educativas que reconocen las “otredades” del espacio social y del sujeto. Esto queda evidenciado en la propia experiencia. Hace falta una educación en cárceles que ponga en juego el equilibrio entre la subjetividad y la objetividad de las “miradas”, que favorezca el autoaprendizaje, que permita minimizar aquello que el penalista Eugenio Zaffaroni llama “un proceso de prisionalización”, el cual tiene un impacto tal en los que están viviendo la cárcel como detenidos que los ubica en una situación de franca vulnerabilidad.

Sin embargo, al mismo tiempo se rescata el espacio de la cárcel como distinto de la escuela, ya que en ella se suspende “la lógica de la cárcel” y ese proceso, en tanto existen en su dinámica institucional el diálogo, la confianza, el respeto entre docentes y estudiantes y entre pares. En este espacio distinto con una estructura diferente, dentro de una institución “total” (la cárcel) que tiene un objetivo distinto del de la escuela, surgen las relaciones de horizontalidad para construir aprendizajes colectivos, con sus características propias, atravesadas por la particularidad de los individuos y del contexto.

En las cárceles suceden cosas múltiples y variadas todos los días. Los docentes caminan entre la diversidad de silencios, miradas, bullicios, y puertas que se cierran y se abren. Un escenario escolar particular, cargado de significaciones y mitos, en muchas ocasiones diferentes del de una escuela extramuros.

El funcionamiento cotidiano de este contexto tiene otros rituales. El trajinar permanente de agentes penitenciarios, el deambular reglamentado, las palabras, los sonidos, los olores, etc.; conforman una trama peculiar, diferente de la de otras instituciones sociales y cargada de significados muy específicos. Estos sentidos atraviesan, con mayor o menor fuerza y conciencia, las prácticas de los docentes, los modos en que cada uno de ellos construyen y reconstruyen el sentido de la escuela en contextos de privación de libertad.

Lo que sucede en las escuelas tiene que ver, casi siempre, con lo que les sucede a docentes y estudiantes, con los significados que les otorgan sus quehaceres y vivencias, con las experiencias cifradas por vivir en un tiempo y en un lugar particulares. Sin embargo, hay también relatos que se cuentan y que, sin ser escritos nunca, se intercambian y se comunican al ras de las experiencias que tienen lugar en las escuelas. Los anexos educativos de los penales están cargados de historias y los docentes son los actores de sus tramas, los autores y los narradores de sus propios relatos.

Por eso, conversar con uno o con un grupo de docentes supone una invitación a escuchar historias de enseñanza, historias escolares que los tienen como protagonistas y que los posicionan como expertos, como enseñantes que hacen escuela y la piensan en términos pedagógicos, también en el interior de una cárcel.

A pesar de que varios especialistas de la criminología, del derecho e incluso de la sociología afirman que es “absurdo educar para la libertad” entre rejas, los docentes con su insistente presencia dejan huella y ponen a trabajar los “imposibles”. Cruzan por mi mente estas preguntas: ¿es posible que se den aquí, a partir de prácticas pedagógicas, procesos de reconstrucción o reelaboración de la subjetividad? ¿Son posibles procesos educativos en un sentido amplio, más allá de la mera instrucción? ¿Es posible pensar y educar para la libertad en una cárcel? Solo tengo una certeza, creo que no existen las respuestas terminantes o absolutas. El propósito es que a través de ellas intentemos comprender e interpretar los mundos narrados, para entender la posibilidad de educación para la libertad en este contexto.

Las cárceles son un exponente visible de los fracasos de la libertad y, en cierto modo, de la educación. No es el castigo lo que transforma la conducta humana, sino la educación. La educación no solo aporta una herramienta laboral, sino que reconstruye la humanidad que la cárcel aniquila. La educación es la única que produce verdadera inclusión social; es lo que nos permite proyectar un futuro diferente del pasado que los trajo hasta acá ·

* La autora es coordinadora de Educación en Contexto de Encierro (DETJAYFP) – Ministerio de Educación y Derechos Humanos (provincia de Río Negro)

Artículo publicado en la edición Nº 611 de la revista Ciudad Nueva.

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