Una dificultad que puede ser superada

Una dificultad que puede ser superada

La dislexia es un trastorno en el aprendizaje que sufre alrededor del 10 % de la población mundial. La importancia de detectarlo para no caer en el fracaso escolar.

¿Cómo sería si, mientras usted lee estas líneas, las letras se movieran sin parar?

¿Si de pronto la frase empezara con “¿Omco esria is…” y al segundo fuera “¿Mooc aisre si…” y así todo el tiempo, cambiando una y otra vez?

Este ejercicio puede hacerse completo (en inglés) en un sitio1 creado por el desarrollador sueco Victor Widell, para mostrarle al 90 % del mundo lo que sufre cotidianamente el otro 10 %. El 10 % que tiene dislexia.

La dislexia no es una enfermedad. Es un trastorno del aprendizaje de la lectoescritura, de carácter persistente y específico, que se da en niños que no presentan ningún problema físico, ni psíquico ni sociocultural. Los disléxicos manifiestan dificultades para recitar el alfabeto, denominar letras, realizar rimas simples y para analizar o clasificar los sonidos, y su lectura se caracteriza por las omisiones, sustituciones, distorsiones, inversiones o adiciones, lentitud, vacilaciones, problemas de seguimiento visual y déficit en la comprensión, explican en la página global de la ONG Disfam citando a la Organización Panamericana de la Salud.

Disfam tiene una filial local que nació como “una asociación de padres y profesionales para dar a conocer e intervenir en políticas públicas para generar disposiciones que regulen esta dificultad”, señala Gustavo Abichacra, su titular.

La entidad fue una de las principales impulsoras de la ley 27.306 del derecho a la educación de las personas con dificultades específicas de aprendizaje (DEA). La sancionó el Congreso en noviembre de 2016 y recién se reglamentó en abril de 2018, con lo cual este es el primer año escolar que arranca con esta norma vigente.

“Hoy hay una ley y tenemos herramientas para actuar. Por ejemplo, agrandar la letra y el texto, el uso de tablas y calculadoras y el favorecer la oralidad les va a permitir a estos chicos acceder a los contenidos”, señala Abichacra. La ley abarca distintos aspectos que hacen a la detección y el tratamiento de la dislexia. El primero es el que tiene que ver con los recursos educativos a los que estos alumnos ahora podrán acceder en el aula, los que se llaman “adaptaciones de acceso y forma’. Además de otorgar más tiempo, los docentes deberán evitar los dictados extensos y que lean en voz alta “para que no queden expuestos porque son factores que pueden favorecer el bullying”.

En relación con lo que ocurre en el aula, otro punto muy importante de la ley es que establece la capacitación docente. Y esto, según el experto, es una gran falencia del sistema educativo. “La principal dificultad que sufren los chicos con dislexia y sus familias es el desconocimiento. Los docentes no están formados, no tienen formación en los profesorados y muchas veces profesionales que tendrían que estar al tanto como médicos, psicopedagogos o fonoaudiólogos tampoco tienen conocimiento suficiente. Muchas veces por tener enfoques de tipo psicológico, atribuyen estas dificultades a trabas emocionales o problemas familiares que no tienen nada que ver: lo consideran un problema social y no de tipo neurobiológico y hereditario, como es su causa”, describe. Y pone un ejemplo claro: “Los docentes creen que separan las letras porque los padres están separados u omiten una letra porque hay algo que no pueden decir, cosas que hoy no son aceptadas porque está más que demostrado científicamente que el problema se aborda de otra manera”.

Aquí entra la tercera pata que garantiza la ley: el acceso a los diagnósticos y tratamientos, que desde ahora tienen que ser cubiertos por el Plan Médico Obligatorio (PMO). “Son muy caros y en especial los sectores de menores ingresos muchas veces terminan abandonando el colegio”, apunta.

Es que la dislexia está directamente relacionada con el fracaso escolar: es su principal causa en personas inteligentes sin problemas sociales, psicológicos o de salud. “Se calcula que afecta a entre el 10 % y 15 % de la población, con lo cual hay entre dos y tres alumnos por aula”, calcula el presidente de Disfam. Y concede que esta situación es “dramática” para las familias, que “pese al esfuerzo con la maestra particular se encuentran con la incomprensión de la docente que piensa que con poner el traste en la silla se alcanza la comprensión de la lectura. Y no, se necesita una reeducación especial”.

“Hay fallas de la conciencia fonológica, que es poder manejar los sonidos del habla; de la conciencia léxica, separar mentalmente una palabra de otra; y de la conciencia fonémica, el poder detectar qué sonidos forman parte de la palabra. Entonces, es la letra, la sílaba y la palabra”, explica sobre las bases del aprendizaje de la lectoescritura. Ya a partir de los cuatro años, señala, es posible realizar un diagnóstico y empezar a trabajar con ese chico para que pueda hacer ese proceso de manera fluida como el resto de sus compañeros.

Hoy, el 90 % de las personas con dislexia no están diagnosticadas: muchos se enteran de que la tienen de adultos y a partir de allí llegan al diagnóstico de sus hijos. Es que la dislexia –que es un trastorno en la migración neuronal– es hereditaria.

Este factor (la herencia) y las dificultades en el habla cuando los niños son muy chiquitos son los principales signos para sospechar. “La falta de vocabulario muchas veces se acompaña con confusiones de derecha e izquierda o antes y después, confusiones al atarse los zapatos o al abrocharse los botones, el rechazo a todo lo que sea lectura y escritura. Esas son las señales principales a las que prestar atención”, advierte. Desde allí, la recomendación es consultar con un fonoaudiólogo neurolingüista (“más cuando hay antecedentes familiares”, insiste Abichacra) y, si se confirma el diagnóstico, la derivación a un psicopedagogo para el entrenamiento especial, que dura alrededor de dos años y que permitirá superar esa dificultad que va a acompañar toda la vida, pero ya no será sinónimo de fracaso en la escuela ·

Más datos: Facebook DISFAM o en la web 

Artículo publicado en la edición Nº 606 de la revista Ciudad Nueva.

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