Las palabras de Chiara Lubich nos permiten descubrir la riqueza de la vejez, una etapa de la vida tan valiosa como las anteriores.
Aproximarnos al tema de la vejez nos interpela en la valoración que podemos tener de ella. “Delante de Dios –dice Chiara Lubich– no hay vida, no hay porción de vida indigna de ser vivida”.
En una cultura que valora a la persona en base a cuanto produce, se considera a muchos, también a los ancianos, como ciudadanos de segunda categoría y se los abandona a su soledad.
Se trata de comprender el valor de esta etapa a los ojos de Dios, para redescubrir a quienes la viven y prepararnos a vivirla.
Para muchos, la ancianidad puede consistir sobre todo en cierto decaer del cuerpo. Se pierde la agudeza de los sentidos, los miembros no son tan ágiles, los órganos se hacen delicados. La enfermedad es a menudo el acompañante permanente. La memoria puede resistirse a servir. Las nuevas informaciones no se asimilan con tanta facilidad y las antiguas se van desdibujando. El propio país con sus realidades económicas y políticas se va haciendo extraño. Los ancianos pueden sentirse incomprendidos y a veces incluso rechazados por un mundo difícil de entender. Ya no se reclama su opinión, su cooperación, su presencia. Así lo experimentan y, lamentablemente, así ocurre muchas veces.
Chiara misma, en los primeros tiempos de los Focolares, reflejó a través de un escrito una mirada distinta, que nos invita a interpelarnos: “A los ojos de Dios, ¿será más hermoso el niño que te mira con ojos inocentes, tan semejantes a la naturaleza límpida y tan vivos, o la jovencita que deslumbra con la lozanía de una flor recién abierta, o el anciano marchito y encanecido, ya encorvado, casi del todo inhábil, quizás solamente en espera de la muerte?”1.
Y luego de comparar este proceso vital con el desarrollo del grano de trigo que crece, muere y da nueva vida, Chiara afirma: “Son bellezas distintas. Y sin embargo, a cuál más bella. (…). Esas arrugas que surcan la frente de la viejecita, ese andar curvo y tembloroso, esas pocas palabras llenas de experiencia y sabiduría, esa mirada dulce de niña y mujer a la vez, pero más buena que la una y que la otra, es una belleza que nosotros no conocemos. Es el grano de trigo que, al extinguirse, está a punto de encenderse a una nueva vida, distinta de la primera, en cielos nuevos.
Yo creo que Dios ve así las cosas y que el aproximarse al Cielo es muchísimo más atractivo que las distintas etapas del largo camino de la vida, que en el fondo sirven solo para abrir esa puerta”2.
En la línea de la fundadora del Movimiento de los Focolares, san Juan Pablo II describía: “La vejez es la coronación de los escalones de la vida. En ella se cosechan frutos; los frutos de lo aprendido y de lo experimentado, los frutos de lo realizado y de lo conseguido, los frutos de lo sufrido y lo soportado. Como en la parte final de una gran sinfonía, se recogen los grandes temas de la vida en un poderoso acorde. Y esta armonía confiere sabiduría”.
Cercanos a “abrir la puerta”
La proximidad natural a la última etapa de la vida puede invitarnos a la reflexión sobre el sentido del dolor y de la muerte. “Cuando el cristiano sufre –dice Chiara– es más justo decir que es Cristo que sufre en él; cuando muere, es Cristo que muere en él”.
Por lo cual la muerte, que había sido vista siempre como un negativo que lleva a un positivo, al encuentro con Dios, conquista un novísimo valor.
Ante la profundidad del tema de la muerte, resultan iluminadoras las palabras de san Juan Pablo II en Evangelium Vitae (67): “La certeza de la inmortalidad futura y la esperanza en la resurrección prometida proyectan una nueva luz sobre el misterio del sufrimiento y de la muerte, e infunden en el creyente una fuerza extraordinaria para abandonarse al plan de Dios”.
Volviendo a lo que decíamos al comienzo con respecto a la cultura de la que nosotros somos parte y a la que debemos aportar, podemos apostar a las palabras del papa Francisco: “Los que cuidan a los mayores con amor, colaboran al bien de la sociedad” ·
*La autora es médica geriatra.
Artículo publicado en la edición Nº 609 de la revista Ciudad Nueva.
- Lubich, C. (2017). La doctrina espiritual. Buenos Aires: Ciudad Nueva, p. 204.
- Ibidem, p. 204.