Una mirada sobre el caso de José López y su detención con cerca de 9 millones de dólares.
Un importante filósofo y jurista argentino, Carlos Santiago Nino (1943 – 1993), a principios de los 90 escribió un libro: “Un país al margen de la ley”, al que subtituló “Estudio de la anomia como componente del subdesarrollo argentino”. En él, mostraba descarnadamente la realidad de una grave y profunda llaga social no resuelta hasta hoy.
Más allá del tono de desencanto de la democracia recuperada pocos años atrás, lo cierto es que la realidad que el autor describía volvió a cobrar dolorosa notoriedad en estos días frente a los últimos hechos que tomaron estado público, en relación al exfuncionario José López y su más que extraño intento de ocultar (o algo así), millones de dólares y otros valiosos bienes arrojándolos en bolsas, dentro del terreno de un monasterio.
Apenas se comenzaron a conocer algunos detalles del hecho, surgieron todo tipo de versiones con respecto al origen del dinero y las circunstancias que llevaron a este hombre a actuar de esa manera. Se habló y se habla de operaciones de los servicios de inteligencia, de arrepentimientos tardíos, de amenazas de inminentes allanamientos y consecuencias por el ocultamiento de semejante cantidad de dinero, que habrían apresurado una desesperada maniobra por deshacerse de semejante “paquete”….
Existen un sinnúmero de preguntas que aún no tienen respuesta, y que se supone que las investigaciones intentarán dilucidar. Aunque tampoco la justicia en sus diferentes versiones está exenta de la sensación – o algo más – de estar contaminada con la corrupción que sin duda existe detrás de estos y otros hechos vinculados al lavado de dinero, cuentas off shore, coimas, cohechos, sobornos vinculados a las licencias y concesiones para las obras públicas o privadas, evasiones de impuestos, declaraciones juradas “truchas”…y así adelante.
No podía faltar, por supuesto, en este deprimente show, el uso político y oportunista de este hecho para involucrar a todos los adherentes a la anterior gestión, con generalizaciones gratuitas pero funcionales a la coyuntura, en especial la parlamentaria, en momentos en que se discute una ley de “blanqueo” de capitales” y posibles cambios en el sistema previsional…
Al mismo tiempo, comenzaban a cobrar un incómodo espacio en la opinión pública, las investigaciones sobre la relación de importantes funcionarios actuales con empresas privadas (de las que dichos funcionarios eran representantes hasta el momento de asumir la función pública), así como las sumas millonarias que esas personas habrían sacado del país con distintos mecanismos más o menos legales, pero en todo caso, con la imposibilidad de contar con esos fondos para el desarrollo nacional.
Simultáneamente se somete al conjunto de la ciudadanía a un esfuerzo, en muchísimos casos con altísimo costo humano y social, en nombre de la transparencia de la economía y el inicio de un camino virtuoso hacia la felicidad general…
El trasfondo de todo esto es una constatación que ya desde la antigüedad se planteaba: la imposible convivencia virtuosa cuando en la sociedad se generaliza la corrupción , la avivada y el incumplimiento de la ley.
La sensación de bronca, malhumor, tristeza, e impotencia ante este hecho no solo es privativo de quienes se identifican con el ideario o propuesta del gobierno anterior, sino de la sociedad toda, independientemente de diferencias ideológicas, políticas, agrupacionales, o partidarias….
Dos observaciones más: condenar el hecho, es algo que corresponde hacer sin atenuantes de ningún tipo. Pero no preguntarse al mismo tiempo, cómo andamos por casa, en el día a día, en la pequeña historia de cada uno, es demasiado fácil. Soslaya la imperiosa necesidad de reconocer las minicorrupciones (o no tan “mini”) con las que convivimos, o de las que más o menos conscientemente somos protagonistas. Es cierto, se podrá decir que no hay comparación entre los montos en juego en la diaria, y lo que se juega en estos episodios de mega corrupción. Hasta casi se podría argumentar que es un mecanismo de defensa, para no quedar al margen.
Pero las gotas que forman el mar son mínimas, pero sin ellas, no existiría el mar. Los corruptos no son alienígenas. Surgen de la misma sociedad que el común de los ciudadanos, hasta que dejan de ser “tan comunes”.
Lo otro: lo paradójico. Pese a todo y a todos, la inmensa mayoría de los argentinos, que diariamente, bien temprano, salen a pelear su futuro, que cuentan sus pesitos para ver si llegan a fin de mes, que viajan como pueden, que con esfuerzo pagan sus cuotas y sus créditos puntualmente – está demostrado que cuanto más humilde es el nivel social, más cumplimiento existe n ese tipo de obligaciones – , que construyen con sacrificios y horas duplicadas de trabajo sus sueños, simples, modestos, no merecen seguir escuchando más discursos cínicos de futuras bondades y progresos inimaginables, mientras en las mesas del poder real concentrado, cualquiera sea el origen o color político, se reparten la riqueza, resultado del esfuerzo de millones de trabajadores, sin ningún tipo de escrúpulos. No importa el mecanismo, en tanto resulte una manera “segura” de hacerlo. Cualquier cosa, tienen la corporación judicial, que con valiosas y honrosas excepciones, ayuda a solucionar los problemas.
Esa gran mayoría anónima tiene derecho a creer en un país donde los José López y la red de complicidades que lo hacen posible no terminen por desilusionar sus esperanzas y alimentar el descrédito de la política. Tiene derecho a seguir teniendo fe en las utopías y en la convicción de que el trabajo honesto, el esfuerzo colectivo de los “nadies”, es la base indestructible, sólida, real de un país inclusivo donde no exista el descarte social, sino por el contrario, el lugar concreto donde poder vivir la simple felicidad de los sencillos.