Un odio que vuelve a golpear

Un odio que vuelve a golpear

Nuevamente Francia bajo ataque. Esta vez fue un camión lanzado contra la muchedumbre en Niza.

A esta altura, el escenario elegido para una nueva demostración de odio asesino tiene una importancia más para los analistas que para el común de la gente: Estambul, París, Bruxelles, Bagdad, Dacca, Niza… componen un reguero de sangre inocente que tributa un precio demasiado elevado para una paz que parece cada día más lejana.

Nunca habrá palabras suficientes para repudiar estos gestos.

La paradoja es que esta enésima matanza se llevó a cabo precisamente en un nuevo aniversario del evento que marcó para la modernidad el fin del absolutismo bajo el lema del tríptico: libertad, igualdad, fraternidad. La gente asistía ignara a los fuegos artificiales en una noche de verano a orillas de las cálidas aguas del Mediterráneo celebrando la fecha patria francesa. Bastó que el asesino alquilara un gran camión y lo lanzara contra la muchedumbre para enlutar a toda la humanidad, una vez más: 84 los muertos, 200 heridos, varios en estado crítico.

No aparece evidente ni la vinculación con grupos extremistas del autor del ataque, un chofer de camiones franco-tunecino de 31 años. Un tipo difícil, que los vecinos describen como poco amable, con antecedentes por delitos menores, entre ellos violencia contra su propia mujer. Puede que el extremismo islamista lo haya inspirado. El ISIS, en clara retirada, tanto en Siria como en Iraq, está convocando a las mentes débiles que los escuchan a lanzarse en una cadena de atentados de este tipo. Y no es improbable que algún demente resentido haga propia la invitación en nombre de un improbable premio eterno. Siempre habrá fanáticos, marginados, fracasados sociales, criminales y locos dispuestos a embanderarse tras una causa que los escudes de sus miserias humanas.

Los conflictos en Medio Oriente les dan una oportunidad. Así como en los Estados Unidos otras formas de resentimientos arman las manos de criminales que luego ingresan en una escuela matando gente.

Ante esta forma de odio y de locura, la respuesta no puede ser exclusivamente la de incrementar indefinidamente las medidas de seguridad. Porque ¿hasta dónde podremos llegar? Mañana el atacante será el chofer de un bus o de un tren, el cuidador de una represa, un técnico de una empresa de alimentos o de una red de agua potable… las posibilidades son infinitas y el resultado sería un mundo paranoico sumido en la desconfianza y el odio. Que es precisamente el objetivo de estos criminales: revertir la apertura propia de las sociedades democráticas para transformarnos en un mundo dividido en compartimientos estancos. Nosotros aquí, los otros fuera.

Sin duda, las autoridades deberán velar por la seguridad, habrá que ser vigilantes, habrá que acabar con la amenaza del ISIS. Pero cuidado, no es esa la guerra. Hace falta construir un clima de paz, tomar distancia de la violencia y de los violentos, particularmente en los países donde más incidencia tienen en la sociedad. Hace falta rever ciertos modelos de integración en Europa, acaso mirando más a la experiencia latinoamericana que ha sabido amalgamar más pueblos diferentes. Hay que actuar contra los países que alimentan el terrorismo, y menos todavía aceptar que inviertan adquiriendo peso económico. Hay que desmantelar los conflictos en curso, muchos de los cuales alimentados por los países Occidentales que se sienten amenazados. Francia tiene graves responsabilidades en los conflictos estallados en Libia y Siria, por ejemplo.

La lista de lo que hay que hacer es larga. Pero nada de eso será posible si no volvemos a descubrirnos miembros de la única familia humana, convocados a ser hermanos.

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