Han transcurrido ya dos semanas de la recepción del Papa Francisco a los participantes de la asamblea general del Movimiento de los Focolares. Y ahora iniciada la Cuaresma, vale recordar sus palabras, su mirada sobre la Obra de María… y a no olvidar la sonrisa.
Me complace recibirlos al término de la Asamblea General, en la que han debatido temas importantes y elegido a los nuevos responsables. Agradezco a la presidenta saliente, Maria Voce —gracias Maria, ha sido muy buena y muy humana, ¡Gracias!—, y a la recién elegida, Margaret Karram, sus amables palabras y por haber recordado aquella tarde de oración por la unidad y la paz en Tierra Santa junto a los presidentes de los Estados de Israel y Palestina. Eran tiempos de promesa, pero la promesa siempre está ahí. Es necesario seguir adelante y llevar en nuestros corazones la Tierra Santa, siempre, siempre. Le doy —así como le dije a María— un gran “gracias” y mis mejores deseos que hago extensivos al copresidente y a los consejeros. Me alegro de que estén aquí el cardenal Kevin Farrell y la señora Linda Ghisoni, la subsecretaria. Saludo a los que están aquí presentes y a los que están conectados en streaming ; y extiendo mi saludo a todos los miembros de la Obra de María, a la que representan.
Para animarlos en su camino, me gustaría proponerles algunas reflexiones, que subdivido en tres: el después de la fundadora, la importancia de las crisis, vivir la espiritualidad con coherencia y realismo.
El después de la fundadora
Doce años después de la partida de Chiara Lubich al Cielo, están llamados a superar el natural desconcierto y también la disminución numérica, para seguir siendo expresión viva del carisma fundacional. Como sabemos, esto requiere una fidelidad dinámica, capaz de interpretar los signos y las necesidades de los tiempos y de responder a las nuevas instancias que la humanidad plantea.
Todo carisma es creativo, no es una estatua de museo, no, es creativo. Se trata de permanecer fieles a la fuente original, esforzándose por repensarla y expresarla en diálogo con las nuevas situaciones sociales y culturales. Tiene raíces muy sólidas, pero el árbol crece en diálogo con la realidad. Esta obra de actualización es tanto más fructífera cuanto más se cumple armonizando creatividad, sabiduría y sensibilidad hacia todos y fidelidad a la Iglesia.
Su espiritualidad, caracterizada por el diálogo y la apertura a diferentes contextos culturales, sociales y religiosos, ciertamente puede favorecer este proceso. La apertura a los demás, sean quienes sean, debe cultivarse siempre: el Evangelio está destinado a todos, pero no como proselitismo, no. Está destinado a todos, es levadura de humanidad nueva en todo lugar y en todo tiempo.
Esta actitud de apertura y diálogo los ayudará a evitar cualquier autorreferencialidad, que es siempre un pecado, es una tentación la de mirarse al espejo. Es muy feo. Solamente para peinarse por la mañana, y basta.
Este evitar cualquier autorreferencialidad que nunca procede del espíritu bueno es lo que deseamos para toda la Iglesia: guardarse del repliegue sobre sí mismos, que siempre lleva a defender la institución en detrimento de las personas, y que también puede llevar a justificar o encubrir formas de abuso. Con tanto dolor, lo hemos vivido, lo hemos descubierto en estos últimos años.
La autorreferencialidad impide ver los errores y las carencias, frena el avance, dificulta la verificación abierta de los procedimientos institucionales y los estilos de gobierno. Es mejor, en cambio, ser valientes y afrontar los problemas con parresía y verdad, siguiendo siempre las indicaciones de la Iglesia, que es Madre, es verdadera Madre, y respondiendo a las exigencias de la justicia y la caridad.
La autocelebración no hace un buen servicio al carisma. No. Más bien, se trata de acoger cada día con asombro —no olvidar el asombro que indica siempre la presencia de Dios— el don gratuito que han recibido al encontrar su ideal de vida y, con la ayuda de Dios, tratar de corresponder a él con fe, humildad y valor, como la Virgen María después de la Anunciación.
El valor de las crisis
No se puede vivir sin crisis. Pero las crisis son una bendición, incluso en el ámbito natural, también en la vida de las instituciones. Hablé ampliamente de ello en mi reciente discurso ante la Curia Romana. Existe siempre la tentación de transformar la crisis en conflicto. El conflicto es feo, puede volverse feo, puede dividir, pero la crisis es una oportunidad de crecimiento. Toda crisis es una llamada a una nueva madurez; es un tiempo del Espíritu, que suscita la necesidad de actualizarse, sin desanimarse ante la complejidad humana y sus contradicciones.
Hoy en día se insiste mucho en la importancia de la resiliencia frente a las dificultades, es decir, la capacidad de afrontarlas positivamente, sacando oportunidades de ellas. Cada crisis es una oportunidad de crecimiento. Es tarea de quienes ocupan cargos de gobierno, a todos los niveles, esforzarse por afrontar, en el mejor modo, el más constructivo, las crisis comunitarias y organizativas. En cambio, las crisis espirituales de las personas, que atañen a la intimidad del individuo y a la esfera de la conciencia, deben afrontarse con prudencia por quienes no ocupan cargos de gobierno, a todos los niveles, dentro del Movimiento. Y esta es una buena regla, de la Iglesia desde siempre —desde los monjes, siempre—, válida no sólo en los momentos de crisis de las personas, sino en general en su acompañamiento en el camino espiritual. Es esa sabia distinción entre foro externo e interno que la experiencia y la tradición de la Iglesia nos enseña que es indispensable.
La mezcolanza de la esfera del gobierno y la esfera de la conciencia da lugar a abusos de poder y a otros abusos de los que hemos sido testigos cuando se destapó la cacerola de estos horribles problemas.
Vivir la espiritualidad con coherencia y realismo.
“Esta persona es autorizada…¿por qué es autorizada? Porque es coherente”. Lo decimos muchas veces. El objetivo último de su carisma coincide con la intención que Jesús presentó al Padre en su última y gran oración: que «todos sean uno» (Jn 17,21), unidos, sabiendo bien que es obra de la gracia del Dios Uno y Trino: «Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también estén en nosotros» (ibid.).
Esta intención requiere un compromiso en una doble perspectiva: fuera del Movimiento y dentro de él. Por lo que se refiere a actuar fuera, los animo a ser —¡y en esto la Sierva de Dios Chiara Lubich dio tantos ejemplos! — testigos de la cercanía con el amor fraterno que supera toda barrera y alcanza toda condición humana. Superar las barreras, ¡sin miedo! Es el camino de la proximidad fraterna, que transmite la presencia del Resucitado a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, empezando por los pobres, los últimos, los descartados; trabajando junto a las personas de buena voluntad para la promoción de la justicia y la paz. No olviden que la cercanía, la proximidad, ha sido el lenguaje más auténtico de Dios. Pensemos en el del Deuteronomio, cuando el Señor dijo: “Piensen: ¿qué pueblo ha tenido a sus dioses tan cerca como me tienen a mí?”. Ese estilo de Dios de cercanía continuó, continuó, hasta llegar a la gran cercanía, la esencial: el Verbo hecho carne, Dios que se hizo uno con nosotros. No olviden que la cercanía es el estilo de Dios, es el lenguaje más auténtico, a mi parecer.
En cuanto al compromiso dentro del Movimiento, los exhorto a promover cada vez más la sinodalidad, para que todos los miembros, como depositarios del mismo carisma, sean corresponsables y partícipes de la vida de la Obra de María y de sus fines específicos.
Quien tiene la responsabilidad de gobernar está llamado a favorecer y poner en práctica una consulta transparente no sólo dentro de los órganos directivos, sino a todos los niveles, en virtud de esa lógica de comunión según la cual todos pueden poner al servicio de los demás sus propios dones, sus propias opiniones en la verdad y con libertad.
Queridos hermanos y hermanas, a imitación de Chiara Lubich, escuchen siempre el grito de abandono de Cristo en la cruz, que manifiesta la medida más alta del amor. La gracia que de ella se desprende es capaz de suscitar en nosotros, débiles y pecadores, respuestas generosas y a veces heroicas; es capaz de transformar el sufrimiento e incluso la tragedia en fuente de luz y esperanza para la humanidad. En este pasar de la muerte a la vida está el corazón del cristianismo y también de su carisma.
Les agradezco mucho su gozoso testimonio del Evangelio que seguís ofreciendo a la Iglesia y al mundo. Un testimonio gozoso.
Se dice que los focolares sonríen siempre; siempre tienen una sonrisa. Y recuerdo que una vez escuché una charla sobre la ignorancia de Dios. Me dijeron: “¿Sabés que Dios es ignorante? Hay cuatro cosas que Dios no puede saber” — “¿Pero, cuáles son?” — “Qué piensan los jesuitas, cuánto dinero tienen los salesianos, cuántas congregaciones de monjas hay y de qué se ríen los focolares”.
Confío sus buenas intenciones y proyectos a la maternal intercesión de María Santísima, Madre de la Iglesia y los bendigo de corazón.
Y, por favor, no se olviden de rezar por mí, porque lo necesito. Gracias.
Fuente: https://media.osservatoreromano.va/media/osservatoreromano/pdf/spa/2021/02/SPA_2021_007_1202.pdf