Un don nadie, que supo ser campeón

Un don nadie, que supo ser campeón

La historia de Paolo Rossi podría comenzar con un título como éste. Incluso llamarse así en Italia es como ser Juan Pérez en España o América Latina: el símbolo de lo común, del montón, para decir: “cualquiera”. No era ni más remotamente comparable con Maradona. Sin embargo, en ese verano boreal de 1982 su nombre estuvo en la boca de todos. Veías a un italiano y decías: Paolo Rossi, como quien homenajea a un equipo ganador.

Un poco como en la película Carrozas de fuego, que evoca las gestas del equipo británico de atletismo en las Olimpiadas de 1924, la Nazionale italiana llegó al mundial de España sin la menor idea de que al final levantaría la copa. Nadie apostaba un centavo sobre ella. Nadie se esperaba nada. Y sin embargo…, si como dice Benedetti “En la calle codo a codo, somos mucho más que dos”, 11 jugadores pueden ser mucho más que un grupo sin pretensiones si logran ponerse al servicio de un anhelo común.

Luego de una primera fase desabrida, humillada y denostada –con razón– por la prensa, esa Nazionale supo encontrar el genio del fútbol y transformarse en un equipo contra el cual se estrellaron los mejores.

Rossi se hizo famoso porque un 5 de julio fue el que ejecutó 3 goles al mejor equipo de Brasil en años. Los brasileños todavía no entienden cómo pudieron perder. Sucesivamente, destrozaron a una excelente Argentina, para luego hacer lo mismo con Polonia. Ya solo quedaba la siempre poderosa Alemania. Pero Italia se había transformado. De ser 11 jugadores se había vuelto un equipo capaz de multiplicar los talentos y habilidades de cada uno.

Y nuevamente Rossi fue la punta de diamante de ese grupo. Todos recuerdan esa noche en el Santiago Bernabeu, cuando un inapelable 3 a 1 dio el triunfo a los italianos.

El fútbol es así, no es solo una sumatoria de individuos, puede transformarlos en un cuerpo en el que cada uno aporta lo propio y la excelencia es ya colectiva. Sin ser ninguno de ellos un astro, y menos todavía ese Paolo Rossi, sin grandes técnicas, sin malabarismos, se puede lograr que entre todos se consiga superar a los mejores, quizás solo porque no supieron ser tan equipo como esa Nazionale.

Hoy Paolo Rossi se ha ido, una enfermedad se lo lleva a los 64 años. No sé si alguien hará una película sobre esa tercera Copa Mundial. Las películas de fútbol nunca son buenas. Pero queda el recuerdo y el ejemplo que hoy quizás los italianos –y lo digo como tal– deberían seguir para salir de una decadencia que avergüenza a la Patria de Michelangelo, de Verdi, de Caruso, de Tiziano, de Galileo, de Leonardo.

Tomar conciencia que el secreto de la vida no es ser un Maradona, porque como él nace uno cada tanto. El secreto de la vida es aportar lo nuestro en un equipo que busca el bien de todos. Porque el bien de todos es también nuestro bien. Ojalá lo aprendamos todos, especialmente hoy, cuando un virus de porquería nos pone de rodillas, nos divide, se lleva a nuestros abuelos, humilla nuestra tecnología y nuestros saberes.

Quizás también porque no hemos aprendido a ser un equipo de gente del montón que en la calle codo a codo son mucho más.

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