Corea del Norte acepta dialogar sobre la renuncia a su programa de armas nucleares. Se encamina un sendero de paz.
Es la noticia más sorprendente de los últimos meses: en mayo el presidente Donald Trump y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, se reunirán para discutir los términos de una normalización de las relaciones y el abandono del país asiático de su programa de armamento nuclear.
La cumbre seguirá a la reunión que Kim Jong-un mantendrá en abril con su par de Corea del Sur, Moon, Jae-in. En los contactos diplomáticos no se habló de un mero congelamiento del programa nuclear, sino de desnuclearización y de abandono de nuevas pruebas balísticas mientras se negocie.
Los Estados Unidos seguirán aplicando las sanciones comerciales contra Corea del Norte, las que están afectando la economía del país. También se percibe el peso de la adhesión de China a tales sanciones, que ha reducido a la mitad las compras de productos norcoreanos. Es éste quizás un factor decisivo en la delicada balanza de estas negociaciones. Pekín es el principal aliado de Kim Jong-un y de su régimen. Por tanto, las presiones de los chinos han jugado casi seguramente un rol decisivo en este proceso, obligando al líder norcoreano a elegir entre el ahogo económico y contar con armas nucleares o renunciar a las mismas y apostar a mejorar la calidad de vida en su país.
Para Trump se trata de uno de los pocos resultados positivos de su política exterior. El presidente norteamericano lo presentará como un efecto de sus bravuconadas verbales, pero posiblemente el éxito se centra en haber coordinado o consensuado con China la presión sobre Corea del Norte, dejando que se llevara a cabo siguiendo los cánones de comunicación que al mejor estilo oriental prefieren las indirectas a patear una mesa. Las cucharadas de miel capturan más moscas que los toneles de vinagre.