Trump, la CIA y Arabia Saudita

Trump, la CIA y Arabia Saudita

El presidente de los Estados Unidos no claudicará y la monarquía Saudí seguirá siendo su principal aliado en Medio Oriente. Haga lo que haga…

Donald Trump no tiene dudas o, al menos, no las manifiesta: el príncipe heredero de la casa saudita, Mohamed bin Salman, principal aliado de la Casa Blanca en Medio Oriente, no tiene responsabilidad alguna en el asesinato del periodista saudí, Jamal Khashoggi, un crítico de ese régimen monárquico.

La postura es coherente con la línea política asumida por el mandatario norteamericano, que ha decidido cerrar un ojo –y también el otro por las dudas– acerca de los cuestionamientos a la monarquía saudita. Pese a ser un país que ha difundido doctrinas radicalizadas del Islam que han encendido varios conflictos (Yemen y Siria, por ejemplo) y financiado y apoyado el terrorismo, Trump ha decidido que el villano de la película es Irán, y nada hasta ahora parece que pueda hacerle cambiar idea, aunque un periodista crítico de ese régimen ingrese en un consulado saudita en Turquía, allí sea estrangulado no bien llegar –como demuestra un audio y como aseguran el Gobierno turco y la propia CIA–, para luego hacer desaparecer su cuerpo gracias a la intervención de una quincena de agentes expertos en estas tareas. El episodio se une a decenas de sentencias de muerte aplicadas a menudo por razones religiosas, contra ese mínimo de activistas sociales y religiosos que pueden atreverse al disenso en ese país.

La novedad es, quizás, el desencuentro de Trump con su principal agencia de inteligencia, la CIA. Acostumbrado a dar muestra de total seguridad, pese a toda evidencia en contra, el presidente de Estados Unidos sabe que además tiene a favor la historia de esta agencia cuyas afirmaciones siempre han sido funcionales, no a la verdad sino a la política del país. Valga como muestra la cantidad de veces que la CIA ha asegurado que Irán estaba por fabricar armas atómicas en cuestión de meses, sin que de ello se encontrara rastro en las inspecciones realizadas en el país persa.

Aquí como en otros casos, lo que juega es la razón de Estado. Más allá de que a la agencia de inteligencia norteamericana quizás hoy no le agrada la política exterior de la Casa Blanca, su presidente ha decidido que eso es lo que más le conviene a su gestión (es de dudar que le convenga al país).

No es la primera vez que un régimen nefasto es declarado aliado de Washington. Cuando en Nicaragua reinaba el dictador Anastasio Somoza, se le hizo notar a presidente F. D. Roosevelt que apoyarlo significaba apoyar a un delincuente (la expresión fue en realidad menos elegante). Su respuesta fue: “Puede que sea un delincuente, pero es nuestro delincuente”.

Ayer como hoy, la Casa Blanca y los aparatos de inteligencia del país siguen jugando con verdades a media o mentiras de cómodo: el Isis ha sido el gran enemigo, Siria es un país canalla, Iraq poseía armas de destrucción masivas… pasando por decenas de otros episodios en los que la verdad es la primera víctima del realismo político. Nada nuevo bajo el Sol, incluso el silencio con el que el resto de Occidente recibe estas noticias y acata los que se dicta desde la Casa Blanca. Una lástima.

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