Tomar la posta

Tomar la posta

El legado de Lubich ha marcado a una juventud que cree en la revolución del amor.

Los jóvenes estamos en un constante proceso de construcción y reconstrucción que apunta siempre a los más altos estándares: tener un propósito y vivir –a veces hasta dar la vida– por y para algo. Los jóvenes somos los primeros propulsores de los cambios que se generan en la sociedad; los primeros en enarbolar las banderas de aquello en lo que creemos y queremos defender; los primeros en ir al encuentro de quienes más lo necesitan; los primeros en salir de nuestra zona de confort; los primeros en darnos cuenta que hay mucho más que cuidar que a nosotros mismos. Pero también nosotros, los jóvenes, somos el objetivo privilegiado de un montón de críticas, de la mirada prejuiciosa de “los adultos” que nos atosigan con preguntas sobre “el futuro” y sobre qué haremos con él; somos el target privilegiado de marcas y empresas que lo único que quieren es incitarnos a comprar más, más y más, aún cosas que no necesitamos; somos súbditos de las redes sociales y de los estereotipos que nos imponen; muchas veces hasta somos presos de nuestras propias libertades.

En este sentido, Chiara Lubich fue una pionera en ver siempre en los jóvenes su mayor potencial y reconoció desde muy temprano estas características en las nuevas generaciones. Para ella no solo somos el futuro del mundo, sino más bien su presente. Fue la primera que confió en nuestras capacidades y vio que teníamos el poder para cambiar las situaciones a nuestro alrededor, aún antes de que nosotros mismos pudiéramos descubrirlo. Siempre nos confió sus mayores tesoros y nos trató como a sus iguales, segura de que estamos destinados a grandes cosas: entre ellas, ser los principales constructores del mundo unido.

Su ideal, el de la fraternidad universal –bajo la consigna de “que todos sean uno”–, trasciende todo tipo de “barreras” que a veces pueden aparecer entre nosotros: las ideologías, las distintas opciones de vida, los distintos caminos que podamos tomar. El nuevo modo de vida que vino a proponer es adoptado por jóvenes de las más diversas creencias, religiones y partidos políticos, porque la mayoría de las veces se encuentra en lo más esencial de su accionar. ¿Por qué? Porque lo más importante que nos dejó Chiara es justamente aquello que más define a la persona humana: su relación con el otro, con el prójimo, con el hermano. Ella nos enseñó cómo convivir con los otros, cómo tratarlos, cómo encontrarnos con ellos, cómo ponernos en su lugar, aceptarlos y verlos con ojos nuevos. Podríamos decirlo de una manera más simple: nos enseñó cómo vivir en sociedad y cómo hacerla un poquito mejor desde el lugar que nos toca. Ésta es una lección que queda grabada en cualquier persona que se encuentra con el ideal de Chiara, aún si hoy no se identifica con la religión que ella profesaba o no participa activamente del Movimiento de los Focolares.

De por sí nuestro contexto actual está plagado de cambios: sociales, políticos, culturales, jurídicos, sin dudas fuertemente influenciados e impulsados por las redes sociales y los medios de comunicación. Y pareciera que hoy, en el contexto mundial del covid-19, esto se ve potenciado: no sabemos bien cómo va a ser el “después”, pero de lo que sí podemos tener certeza es que algo va a cambiar.

Puede ser que este tiempo nos haya ayudado a recobrar fuerzas, a reforzar las ganas de construir un mundo unido, de fraternidad y paz. O puede que no, que estemos frustrados, apagados por la incertidumbre, por el miedo; nuestra llama de revolución se disolvió.

Podemos pensar que Chiara hoy nos entiende, y como en aquella navidad del ‘71, nos habla muy directamente: “¿Están todavía? Quizás no, porque la vida del joven es lucha, es revolución. Y eso cuesta. Quizás en alguno entró la pereza, se frenó el empuje, ya no se sabe qué es el ardor, la voluntad es débil… El mundo atrae, encandila… Muestren al mundo que la edad de ustedes no es la del fuego de paja ni de los entusiasmos pasajeros. ¡No! Puede, debe ser decisión, constancia, perseverancia hasta el final”(1).

Sin dudas este es un mensaje de esperanza y fortaleza. Hoy más que nunca tenemos que tomar “la posta”, sentirnos parte de este momento de dolor y de incomprensión de la humanidad para renovar nuestro compromiso por la construcción de un mundo nuevo, donde el “que todos sean uno” deje de ser una utopía y empiece a ser realidad en la humanidad. El “distanciamiento social” no puede frenar la empatía que debemos tener hacia nuestros hermanos, sobre todo a los que más necesitan amor y comprensión. Y aquí es donde jugamos un papel importantísimo los jóvenes, que cuando el mundo más nos necesita, estamos dispuestos a renunciar a lo propio para donarnos a los demás.

Propongámonos entonces, todos y no solo los “jóvenes de edad”, sino también los “jóvenes de espíritu” que tienen la fortaleza y la disposición para construir un mundo más unido, mantener esa llama de esperanza encendida aún frente a este contexto adverso. Aprovechemos para ir en profundidad y volver a preguntarnos, como lo hacía Chiara en el Genfest del ’85, cuán preparados estamos para esta tarea: “(…) ustedes, jóvenes, ¿están preparados –humanamente hablando– para un Ideal de tal calibre, para trabajar en el restablecimiento de la unidad en el mundo, cuyo efecto es la paz asegurada? Las generaciones pasadas, salvo algún ejemplo luminoso, ni siquiera osaban mirar tan lejos, tal vez porque no se lo permitía su formación, o tal vez porque no había llegado el momento. Pero ustedes, ustedes, en cierto modo, ¿están predispuestos? En los jóvenes de hoy ¿existe el terreno adecuado para que se pueda esperar semejante fruto?”(2).

Por Sol Wamba y Joaquín Orellana Busandri

1. Chiara a los jóvenes en la Navidad de 1971.
2. Chiara al Genfest de 1985.

Artículo publicado en la edición Nº 622 de la revista Ciudad Nueva.

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