Malos entendidos, agresiones verbales, amenazas en el grupo conformado por los habitantes de un edificio. Hasta que la intervención de alguien ayuda a reflexionar y acercar posturas.
En una ciudad grande como Buenos Aires muchas veces las mismas personas que viven en un edificio no se conocen entre ellas. De hecho, desde que llegué a este edificio, me había puesto como objetivo conocer a los vecinos que viven en el mismo condominio, pero los 30 departamentos aproximadamente hace que seamos muchos y a varios todavía no los conozco.
Aprovechando esta era tecnológica, se armó un grupo de Whatsapp donde se publican todos los asuntos relativos a la vida del condominio que puedan servir para todos. Si bien soy la cara visible de quienes vivimos en mi casa, no soy quien participa en las asambleas. Pero muchas cosas pasan a través de este grupo e intento aprovechar para crecer en la relación con las personas.
En el último tiempo tuvimos un problema con el tema de la puerta del edificio que no cierra bien. Uno de los vecinos vio que una joven que salía hacia la calle no se había preocupado por ver que la puerta quedara cerrada. Y se fue. El vecino no la conocía, intentó hablar con ella, y allí comenzaron diferentes versiones en las que algunos dicen que incluso hubo insultos. Finalmente esta persona que reclamaba la atención le sacó fotos a quien supuestamente había dejado la puerta abierta y las subió al grupo de Whatsapp para saber si alguien la conocía.
Después de una hora, un vecino contestó en el Whatsapp diciendo que la de la foto era su hija y a partir de ese momento comenzó un conflicto entre el padre y la persona que había subido las fotos; el padre afirmaba que el otro no podía hacer eso sin el consentimiento de la “fotografiada” y le achacaba cuestiones relacionadas con las expensas y ruidos molestos, dando a entender que el denunciante no tenía autoridad moral para criticar a otros.
Otros vecinos se sumaron al “diálogo” comentando “qué feo todo lo que está pasando”. Y llegó el momento en que la situación fue empeorando y me interpeló sobre qué era lo que yo podía hacer, ya que el padre de la chica amenazaba con denunciar a quien había subido las fotos.
Lo que sucede también en estos grupos, además de conocerse las cosas rápidamente, es que las personas se ponen en contacto pero sin tener una relación directa o personal. Y también era evidente cómo cada uno escribía y opinaba desde su perspectiva, y se generaba una contraposición muy grande. Digamos que se generaba una nueva fractura social en muy pocos minutos.
Pensando en estas divisiones que se generan entre las personas recordé la Palabra de Vida de febrero, cuando dice: “Dios confía en el hombre y no actúa sino con su contribución, su libre sí. Exige nuestra parte, aunque sea pequeña: que reconozcamos su voz en la conciencia, que confiemos en él y que al mismo tiempo nos pongamos a amar”. Y mi “amar” entendí que era involucrarme en esta situación y ver de qué manera podía hacer razonar a los dos vecinos.
Al principio no quería hacerlo porque no los conocía personalmente pero, estando en el grupo de Whatsapp, tenía sus números telefónicos. Entonces les envié un mensaje privado a cada uno, comenzando con quien había sacado las fotos a la chica, y al finalizar le aclaré que ese mismo mensaje se lo iba a mandar al papá de la joven.
Para mi sorpresa y luego de unos minutos, comenzaron a responderme privadamente, y también en el grupo cada uno fue bajando el tono de la conversación, aunque el padre de la chica también aclaraba que ahora debía convencer a su hija, mayor de edad, de que no hiciera la denuncia.
Entonces a ambos les propuse que se encontraran. Fue una oportunidad de abrirme con ellos, hablar incluso de la realidad de los jóvenes que viven en el edificio, etc. Sentí que fue la ocasión de construir puentes y no barreras. Más allá de la amargura con la que ambos se quedaron después de lo ocurrido, al menos la situación no pasó a mayores.
La Palabra de Vida decía justamente que la cultura de hoy en la que estamos inmersos hace saltar la agresividad en todas sus formas, en cambio el Evangelio presenta una paradoja: nuestra debilidad, nuestros límites, nuestras fragilidades de un lado, y estos son el punto de partida para poder entrar en una relación con Dios y ayudarlo en esta gran tarea que es la fraternidad universal.
Ahora queda pendiente convocarlos a los dos para tomarnos un café, un helado, en un lugar neutral como puede ser mi departamento, para seguir creciendo en la relación. E incluso pensar en hacer algo más comunitario con los habitantes del edificio para que entre todos los vecinos podamos tener un momento de amistad y salir de ese mundo del anonimato que implica vivir en un condominio en una gran ciudad.
P.R. (Buenos Aires)
Artículo publicado en la edición Nº 617 de la revista Ciudad Nueva.