Entrevista a María Clara Bingemer – Multiapreciada teóloga y comunicadora brasileña, participa en la Comisión de Contenidos de la Asamblea Eclesial convocada por el CELAM que tendrá su punto culminante a fines de noviembre de este año. Sinodalidad y escucha como discípulos-misioneros en camino: una manera completamente fraterna de andar nuestra Iglesia.
–¿Qué nos trae a América Latina y el Caribe esta Asamblea Eclesial?
–La idea era convocar a una asamblea presencial pero después se llegó a la conclusión de que todavía no había sido asimilada la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Aparecida en 2007, el concepto de discípulos-misioneros no se está dando. Entonces se va a retomar Aparecida a la luz de “Querida Amazonia”, los sueños del Papa expresados allí y ver cómo concretarlos, pero también cómo se está haciendo ya.
La novedad más grande es el método de preparación de la Asamblea: el método de la escucha. En el fondo es lo que la Iglesia siempre ha intentado hacer antes de sus grandes eventos, cuando hace consultas a las parroquias, a las diócesis. Pero resulta que esas consultas casi nunca llegan a las bases y las contestan solo los párrocos o los obispos, o algún agente pastoral más graduado. Hay un esfuerzo por organizar la escucha y obtener orientaciones más precisas. Las reuniones para la escucha no son un taller, no son una conferencia, no son un seminario: se trata de escucharse realmente. Se trata de aprovechar la capilaridad de la Iglesia para llegar lo más posible a las bases y escucharlas para conocer sus deseos, su sentir, lo que están viviendo.
Escuchar trae consigo sus dificultades concretas porque estamos en pandemia y reunir a la gente no es muy fácil. El Documento Preparatorio da una serie de indicaciones muy prácticas: cantidad de personas que pueden estar juntas, distanciamiento, mascarillas, alcohol.
Junto con todos estos aspectos está la cuestión de la sinodalidad. Esta Asamblea es una buena oportunidad para practicarla. Ir con la sinodalidad muy presente hacia la Asamblea.
–Los criterios de sinodalidad ayudan a romper con estructuras clericalistas, ¿estás de acuerdo?
–Seguramente porque la idea de sinodalidad es que todos caminan juntos. La presencia, la voz, el sentir, la palabra de cualquier segmento de la Iglesia es tan importante como la del sacerdote, obispo, cardenal. Es llegar a concretar eso que ya san Agustín decía: “Con ustedes soy obispo, sin ustedes soy un hombre solo, no soy ni cristiano”. Se está tratando de trabajar que la sinodalidad sea aquello que configure el camino hacia la Asamblea y la Asamblea misma. En este sentido, recordemos que para 2022 habrá un sínodo sobre la sinodalidad al que invitó el papa Francisco.
–La pandemia nos empujó a trabajar juntos en la virtualidad porque si perdíamos el contacto nos acabábamos como comunidades. ¿Qué pensás sobre el rol que fueron adquiriendo las redes sociales en este tiempo?
–Entre la amenaza de esa cosa horrible que es la pandemia, es la gracia la que está en el fondo y descubrimos esta otra manera de comunicarnos. No la inventamos, ya estaba, pero no se usaba tanto. La Iglesia siempre fue muy partidaria de lo presencial y de pronto estábamos todos reunidos por Zoom. Se alargó y se ensanchó la perspectiva del encuentro de una manera impresionante. Esta fue la gracia que se nos dio y que nos ayuda a soportar la pandemia. Y, a la vez, multiplicó un poco el trabajo porque estamos viviendo a full la virtualidad. La comunicación en las redes es fundamental. En las reuniones virtuales de la Comisión de Contenidos del CELAM coincidíamos varios de diferentes países que quizás de otro modo no lo hubiéramos logrado.
–¿Cómo van a participar las Conferencias Episcopales en esta Asamblea Eclesial y cómo lo hará el pueblo de Dios?
–Seguramente las Conferencias Episcopales estarán muy empeñadas porque los obispos son invitados naturales. Por lo que estoy viendo, la metodología que prepara la Asamblea –en especial la cuestión de la escucha– va a permitir –y ojalá se consiga– que no sea una asamblea solo de obispos. Es una asamblea de todos los segmentos del pueblo de Dios, el que no solamente estará recibiendo lo que generan los obispos sino generando contenidos ellos mismos: que sientan que la Asamblea es cosa suya. Esto será algo importante y diferente.
–¿Y cómo se logrará desde lo metodológico?
–Tras lanzarse el proceso de la escucha todo girará en torno a eso. La escucha lleva tiempo para llegar a las bases. Hay incluso una preocupación muy práctica que tiene que ver con guiones específicos para que las personas se identifiquen, entender qué lugar ocupa cada uno en la Iglesia, si participa de un movimiento, de una asociación, para tener un mapeo. Esto será hasta mediados de junio.
–¿Qué le puede aportar la Iglesia latinoamericana a la Iglesia universal desde esta Asamblea Eclesial que es primera y única en su propuesta?
–La Iglesia latinoamericana tiene una tradición reciente muy rica. Veo dos hitos en el siglo XX. Uno es el momento previo al Concilio Vaticano II cuando aparecen la nouvelle théologie y sus movimientos de renovación que desembocan en el Concilio y que, luego, serán asumidos por la Iglesia toda, con el protagonismo de Rahner, Schillebeeckx, Congar, la escuela europea renovada, la revista Concilium.
El otro hito se da después del Concilio, que termina en 1965. Pasados tres años (1968) se realiza la Conferencia de Medellín donde nace un nuevo hecho eclesiológico que fue pensado primeramente para América latina –tornarse una Iglesia fuente y no una Iglesia reflejo, de modo de no repetir solamente lo que decía Europa– pero llegó al mundo entero. Este evento cumplió 50 años en 2018 y se ha intentado seguir esa línea. Puebla (1979), que retomó Medellín y consolidó las tres grandes columnas: la opción por los pobres, la teología de la liberación y las comunidades eclesiales de base como nuevo modelo de Iglesia; Santo Domingo (1992), que son consecuencia de la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II que pone el modelo de Iglesia como pueblo de Dios. Las comunidades son el pueblo de Dios aglutinado alrededor de la Palabra de Dios y realizando acciones transformadoras.
–¿Qué pasó en la Conferencia de Santo Domingo (1992) que tantos reveses implicó en su momento?
–Hubo un interregno. Santo Domingo fue muy problemática. Juan Pablo II no vino, mandó como delegado al cardenal Ángelo Sodano que era más bien conservador, fue un malestar, casi no sale el documento final y salió gracias a un santo obispo brasileño, dom Luciano Mendes de Almeida, un hombre muy inteligente que no dormía, no comía, conversaba con uno y con otro para que saliera el documento… y finalmente salió un documento que no recogía las Conferencias anteriores. Tenía un tema bueno: el protagonismo de los laicos. Esa es la categoría que nos quedó de Santo Domingo. Sin un protagonismo de los laicos no habrá una nueva evangelización.
Haciendo un racconto, Juan Pablo II se quedó 26 años, al llegar Benedicto XVI dio un respiro un poco más grande con relación a América latina pero todavía la situación no era tan clara hasta Aparecida, en 2007. Benedicto XVI tuvo el gran mérito de ir a Aparecida, pronunciar un discurso inaugural muy bueno, inteligentísimo, y decir “no hay más que discutir sobre si la opción por los pobres es o no evangélica. Es cristológica porque recoge el Evangelio de Mateo 25 que dice que quien hace un gesto al pobre lo está haciendo al mismo Cristo”. Cerró esa cuestión y permitió que Aparecida pudiera retomar el importante recorrido de América latina, en especial en el binomio fe y justicia. Justicia que algunos países como Brasil, Perú y otros lo trabajaron más desde el lado socio-económico-político y otros, como Argentina y Chile, sin dejar de lado esto, hicieron hincapié en la cuestión cultural relacionada con la teología del pueblo. Esa es la riqueza que Bergoglio bebió en su Argentina, la teología que lo inspira y que lo configura: una tensión dirigida al pueblo, al pobre y su manera de vivir y de expresar su fe, sus fiestas, sus expresiones simbólicas, la religión popular. Repito, no es importante solo para América latina, es riqueza para toda la Iglesia universal.
–Entonces podríamos decir que el CELAM y los Papas vienen compartiendo miradas y caminos que son muy identificables.
–Entiendo la opción del CELAM de no invitar a una sexta conferencia pero sí rescatar Aparecida para dar una continuidad. Bergoglio fue el presidente del Comité de Redacción en aquella V Conferencia y en 2013 fue elegido Papa. Claramente estamos palpando un trayecto. Evangelii Gaudium (EG), primer documento de su pontificado, refleja todo lo que está en Aparecida. Es como si Aparecida hubiera sido el texto programático de su pontificado y después él lo propone en la EG. Hay conexión y también en el Sínodo de la Amazonia, algo muy discutido, temido por algunos, conflictivo, que generó muchas opiniones y posiciones diferentes: centró la atención en otro aspecto que el pontificado de Francisco trae y que es la cuestión del planeta y la humanidad. Con poco abordaje en las conferencias de Medellín y Puebla, Francisco lo instala con la Laudato Si’ en 2015, el sínodo de la Amazonia y Querida Amazonia. Y ahora la Fratelli Tutti lo une todo. Sin el planeta no hay humanidad, en fin, ensancha a nivel universal la intuición que América latina había tenido. Porque fue América Latina la que expresó eso que la Gaudium et spes habla de forma más genérica. Retomar todo eso en el fondo es reconocer la contribución que la Iglesia de América latina ha dado a la Iglesia Universal.
–¿Europa es tierra fértil para recibir estas miradas?
–Europa está todavía muy metida en un proceso de secularización muy radical. Están lidiando con la muerte de Dios, el duelo del cristianismo, hacia dónde va el cristianismo, están perplejos con eso. La secularización está presente en América latina pero es una configuración diferente. A pesar de que haya cambios, que los evangélicos estén aumentando y que los católicos y los protestantes históricos estén perdiendo adeptos, el cristianismo tiene un lugar importante. Como también la pluralidad, el diálogo interreligioso es algo que siempre estuvo presente desde la colonización en América latina. Y las matrices africanas y de los pueblos originarios dio a nuestro catolicismo un rostro diferente al rostro europeo. La matriz europea es una de las matrices del catolicismo latinoamericano pero no es la única. A nivel de la Iglesia Universal, América latina ha tenido y sigue teniendo una contribución importante.
–Lo nombraste a Francisco como factor importante de contribución a la Iglesia Universal. ¿Cómo estás viendo su pontificado?
–La elección de Francisco es algo muy positivo que le pasó a la Iglesia, que estaba por el piso cuando Benedicto XVI renunció. Creo que fue su gesto más sabio y pasará a la historia por todo lo que fue como teólogo pero también por su honestidad y clarividencia para decir “esto no va más así, hay que salir y dejar a otro tomar otro rumbo”. Explotaban los abusos sexuales, escándalos financieros, la Iglesia estaba en un momento terrible.
Cuando anunciaron que Bergoglio era el nuevo Papa me quedé perpleja. Pero al verlo en el balcón, con ese saludo, ya noté algo diferente. Sencillez, sin oros ni piedras preciosas, una cruz de metal, sencilla, y empezar con el “buonasera”, pedir la bendición del pueblo… una eclesiología impecable. Se presentó como obispo de Roma. Inmediatamente comenzaron las sorpresas, todas buenas, con sus gestos pequeños y cotidianos hasta el discurso de Lampedusa que fue una cosa espectacular. Además ha puesto a América latina de vuelta en un espacio de alta visibilidad. América latina estaba exiliada, en un silencio, en un destierro con los pontificados anteriores. Lo evalúo muy positivamente y también digo que nadie es perfecto. En un pontificado que lleva 8 años no se puede hacer todo. Veo que las feministas se quejan, que no aparecen y, sin embargo, creo que él tiene otra estrategia cuando nombra mujeres para cargos importantes, cosa que no había en el Vaticano, en el Sínodo. Quizás a nosotros nos gustaría que fuera por otro camino, pero va por este. No se pueden dar todas las batallas y menos al mismo tiempo, entonces tiene que elegir algunas prioridades. Otro aspecto muy positivo es que retomó el diálogo de la Iglesia con los que están fuera de la Iglesia. Casi es más amado fuera de la Iglesia que adentro. Es admirable. Es el nuevo líder mundial, todo el mundo espera qué va a decir.
Francisco tiene una sensibilidad para la vida normal de la gente, sabe decir palabras que llegan al corazón, a los afectos más directos, más profundos. Y si no es por la palabra es por el gesto, por la actitud, por la informalidad que a veces tiene. Por eso creo que acercó la Iglesia.
–¿Cuáles son las principales deudas y riquezas de nuestra Iglesia latinoamericana y del Caribe?
–Deudas: somos todavía una Iglesia muy clerical. En América latina el clero toma un espacio muy grande. Los ministerios laicos, los carismas laicos, no llegan a dar todo lo que podrían dar. Y eso enriquecería muchísimo a la Iglesia. Cuando digo laicos están supuestas las mujeres, que siempre son laicas, aunque sean religiosas, porque canónicamente las religiosas son laicas, no son ordenadas. Por eso cuando el Papa habla del clericalismo pienso en la experiencia que tiene de su Argentina, sabe cómo es, es un peso grande. Esa es una deuda que como Iglesia se debería examinar con mucha honestidad y apertura, con mucho cuidado, porque el futuro de la Iglesia son los laicos, son los cristianos, los bautizados, y en eso la mayoría son mujeres. Las mujeres son las columnas de la Iglesia. Hay que descubrir un camino real para integrar, valorar, entusiasmar, estimular a los laicos.
Otra deuda es retomar la cuestión comunitaria. Las comunidades de base eran una propuesta muy linda, pero entraron en crisis en determinado momento porque muchas de las personas que estaban dentro fueron perdiendo la conexión espiritual, eclesial. No se puede depender solamente de las parroquias, porque como sucede en Brasil, quizás hay 29 comunidades que dependen de un cura. Y si no está no hay misa, no hay eucaristía. A la vez es inhumano que un hombre pueda hacer todo. Esas comunidades tienen que ser coordinadas y animadas por laicos o por religiosas (que son laicas). Sería el momento de redescubrir una nueva fórmula para la articulación de las bases comunitarias.
También hay una deuda que es el diálogo con las otras culturas y las otras religiones, allí entran los pueblos originarios y los afrodescendientes.
Ya mencioné algunas riquezas. La conexión entre fe y justicia, fe y cultura es una preciosa herencia que tenemos todavía y que es importante llevarla adelante.
Otra cosa que me parece importante es la conciencia de ser un continente a nivel eclesial. Lo que no se consiguió como Mercosur a nivel político, se logró a nivel Iglesia. Hay una conciencia continental latinoamericana. El CELAM, aún con dificultades, avanzó en este sentido.
Ese sueño de ir cada vez más uniendo esfuerzos y haciendo cosas con mayor cooperación mutua. Las redes ayudan mucho, por lo menos a compartir contenidos. Sería importante ir más allá: compartir bienes, ayudas concretas. Es un sueño posible. Hemos bebido mucho de la Iglesia europea como fuente. Ahora es importante producir contenidos, ser nosotros como América una Iglesia fuente. Tenemos todas las condiciones para eso.
Artículo publicado en la edición Nº 631 de la revista Ciudad Nueva.