Sean una familia

Sean una familia

Tras las huellas de Chiara

Una de las fuertes características del carisma de Chiara Lubich es la construcción de las relaciones. Para construirlas existe una actitud indispensable. Se trata de la capacidad de experimentar lo que el otro experimenta. En lenguaje popular diríamos: “Ponerse en los zapatos del otro”. Toda ocasión es una posibilidad para dejarse afectar por el otro, dejar que toque mi corazón para que pueda sentir lo que él siente. Pero no basta experimentar lo que el otro experimenta, es necesario entender también con la razón lo que el otro siente. Sentir y entender nos llevan a construir una relación cercana, una relación de familia. Una relación que nos constituye como persona, que nos hace ser familia.

Si hoy tuviera que dejar esta Tierra y se me pidiese una última palabra que definiera nuestro Ideal, yo diría –con la seguridad de ser comprendida en el sentido más preciso– «Sean una familia». ¿Hay, entre ustedes, alguien que sufre pruebas espirituales o morales? Compréndanlo como lo haría una madre, o más. Ilumínenlo, con la palabra o con el ejemplo. No dejen que le falte el calor de la familia. Más aún: acreciéntenlo a su alrededor. ¿Hay, entre ustedes, quienes sufren físicamente? Que sean sus hermanos predilectos; sufran con ellos. Traten de entender profundamente sus dolores. Háganlos partícipes de los frutos de la vida apostólica, para que sepan que ellos han contribuido más que otros. ¿Hay quienes mueren? Imaginen estar en su lugar, y hagan lo que desearían que les hicieran a ustedes hasta el último momento. ¿Hay alguien que goza, por un triunfo o por cualquier motivo? Alégrense con él, para que no se empañe su espíritu y para que la alegría sea de todos. ¿Hay alguien que se va? No lo dejen ir sin antes haberle llenado el corazón de una sola herencia: el sentido de la familia, para que lo lleve consigo hasta su destino. Nunca antepongan una actividad de cualquier índole, ni espiritual ni apostólica, al espíritu de familia con aquellos hermanos con quienes conviven. Y donde quiera que vayan para llevar el Ideal de Cristo… lo mejor que pueden hacer es tratar de crear con discreción, con prudencia, pero con decisión, el espíritu de familia. Es un espíritu humilde, que quiere el bien de los demás, que no es soberbio… que es, en definitiva, la caridad verdadera, plena. En fin, si yo tuviera que dejarlos, en la práctica dejaría que Jesús en mí les repitiera: «ámense mutuamente… para que todos sean uno»1.

Artículo publicado en la edición Nº 637 de la revista Ciudad Nueva.

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