Resiliencia: Una mirada desde abajo

Resiliencia: Una mirada desde abajo

Una posible perspectiva comunitaria.

por Jorge Fernández*

Hace escasos 16 ó 17 meses un hecho inédito irrumpió en nuestras vidas. Un virus de origen aún hoy desconocido para la Organización Mundial de la Salud (OMS). Aunque sí se ha difundido ampliamente su origen, incluso en ocasiones utilizado para estigmatizar y señalar a ciudadanos y ciudadanas chinas como responsables. El virus SARS-CoV-2 se ha convertido en uno de los mayores riesgos del siglo XXI, esparciéndose alrededor del globo y donde el covid-19 se ha transformado en una pandemia, junto con el miedo y la muerte.

El impacto de esta pandemia se ve, se observa, se siente en la vida cotidiana; el miedo y la incertidumbre son elementos que están presentes en todos lados, en todos los continentes, en todos los espacios públicos y privados, en todos los ámbitos de la cultura, de la producción, de los espacios sociales, económicos y religiosos. La pandemia ha puesto en jaque a los Estados en relación con su capacidad de respuesta. Estos se ven en muchos casos desbordados por las demandas de atención de miles de personas que necesitan acceder a saturados sistemas de salud, los cuales previamente ya habían sido víctimas de recortes presupuestarios que han provocado que esta pandemia se montara sobre sistemas frágiles, con trabajadores y trabajadoras precarizados. El virus ha puesto la gobernanza en juego, en el desarrollo de las habilidades de administración del conflicto social, político, sanitario y ambiental en todas sus manifestaciones. Y las perspectivas del modelo de desarrollo futuro también están en juego. La creación respira algo más aliviada (al menos por un tiempo) porque el humo, la polución, los gases de las fábricas y de los medios de transporte se han visto reducidos considerablemente.

Mientras tanto los organismos internacionales dan cuenta de los millones de empleos que se han perdido, de los incrementos alarmantes de la pobreza e indigencia, de la enorme cantidad de niños, niñas y adolescentes que ha abandonado el sistema educativo dado que no pudieron continuar su vinculación con el sistema por carecer de acceso al mundo digital. El número de víctimas de maltrato y abuso en mujeres y niños, niñas y adolescentes se ha incrementado, diariamente tenemos terribles noticias acerca de los feminicidios que se cometen y dejan al desnudo cómo no funcionan los sistemas que debían brindar protección y no lo lograron.

En las fronteras cerradas de nuestro continente han quedado miles de migrantes que peticionan asilo y refugiados que claman por acceder a un nuevo territorio que les brinde protección, cuidado y oportunidades de una vida mejor, estando varados y a merced de robos, discriminación y malos tratos. Pareciera que el sueño de llegar a “la tierra prometida” cada vez queda más lejos, un territorio que pareciera nunca llegar.

Sociedades enteras han tenido que ser aisladas como método de prevención. El ejercicio y el acceso a los derechos básicos se han visto limitados, la seguridad alimentaria se pone en juego tratando de hacer síntesis ante las falsas dicotomías entre la economía y la salud. Se necesita más que nunca sostener la vida y preservar los medios de vida, ambos son la misma cara de un imperativo humanitario en estos tiempos.

La pandemia ha puesto sobre la mesa que nuestra antigua normalidad (global y local) encubría un sistema de enormes inequidades, injusticias y precariedades sistémicas a las que ya nos habíamos acostumbrado. Algunas de estas situaciones y contextos han generado verdaderos desastres y crisis globales, regionales, nacionales y locales, dado que han visto superadas sus capacidades de poder hacer frente a semejante amenaza de origen biológico que pareciera llevarse puesto todos los sistemas de producción, protección y cuidado que creíamos sólidos. Las llamadas “superpotencias” también han visto impactadas sus capacidades y en la actualidad la geopolítica juega en el campo sanitario para lograr la mejor vacuna posible en territorios plagados de desigualdades y tensiones. Estas descripciones son parte de un panorama complejo e incierto, donde no todo el mundo se ha visto afectado por igual.

En los territorios empobrecidos de cualquier gran ciudad, vivir aislados y sin recursos para poder mantener la subsistencia cotidiana suma complejidades, incertidumbres, angustias y preocupaciones de todo tipo. Tratar de subsistir en este contexto incrementa los niveles de estrés a niveles cuasi patológicos y nocivos para cualquier persona, para cualquier comunidad. Niños y niñas sufren no ir a la escuela y encontrarse con sus amigos y amigas, pero en ocasiones sufren más la violencia intrafamiliar, la soledad y la depresión.

¿Cómo se sale de esta situación?

La experiencia en los barrios ha demostrado que la salida es desde la solidaridad, desde la articulación de las organizaciones comunitarias, territoriales, desde las diferentes iglesias y templos con la presencia del Estado en el territorio. Esta capacidad de organización, de planificación, de articular y movilizar recursos (siempre escasos) son elementos necesarios para tratar de sostener la vida. La economía del cuidado se visibiliza poco a poco y se hace consciente, tangible y más que nunca necesaria.

Las personas que se encuentran en mayor situación de vulnerabilidad en estos contextos tienen enormes desafíos para poder salir adelante, pero hay algo que las empujará a lograrlo “porque otra no queda…”, suelen decir. Y es la capacidad de sobreponerse, de atravesar situaciones complejas, difíciles. Esa capacidad de resiliencia, concepto que ya ha sido ampliamente estudiado por la academia.

No obstante, sobreponerse a estos momentos complejos, difíciles y tratar de aminorar los impactos que causa esta pandemia dependerá de múltiples factores, algunos de riesgo y otros de protección. Aquí el contexto de cada persona será clave para poder contar con las capacidades de afrontamiento. No es lo mismo quien está en familia que quien está solo o sola. No es lo mismo quien es un adulto mayor con un conjunto de enfermedades crónicas y con posibilidades de acceso a la salud, que quien no tiene acceso a la medicación y/o a los servicios básicos de la asistencia médica. No es lo mismo si habla el idioma, si conoce la cultura local, si es migrante, refugiado o una persona afrodescendiente, o perteneciente al colectivo LGBTIQ+. Las situaciones de discriminación y malos tratos en contextos como los actuales son otros factores de riesgo para determinados grupos.

En cada grupo poblacional en situación de vulnerabilidad se pueden encontrar pistas y capacidades que se pueden apalancar para trabajar sobre los factores vinculados con su contexto más inmediato y la posibilidad de que este pueda generar unas dinámicas positivas que faciliten una atmósfera habilitadora del despliegue de estas capacidades de resiliencia. La consideración de factores psicológicos son de gran importancia en el proceso de generación o desarrollo de la capacidad de afrontamiento. Los vínculos familiares y sociales, las redes afectivas (amistades, compañeros/as de trabajo) son fundamentales para sostener (y sostenerse) a quienes atraviesan momentos difíciles. Estos factores relacionados con la salud mental y el mundo de los vínculos podríamos enunciarlos como factores protectores de resiliencia (estos son variables de contexto a contexto).

Y contribuyen a mitigar los factores de riesgo (soledad, aislamiento, carencia de vínculos, problemas de salud mental, contextos adversos) que se hacen presentes en los ámbitos de esta pandemia y que son palpables en cada casa, en cada barrio, en cada comunidad.

El gesto y la palabra oportunos (el silencio oportuno también ayuda), la escucha activa, la flexibilidad, la creatividad, la adaptabilidad son elementos individuales que pueden ayudar pero se necesitan otros más de tipo comunitarios como tejer redes, vínculos personales y comunitarios, que pongan en marcha, en acción, la capacidad creadora, la posibilidad de construir juntos una respuesta que no deje a nadie atrás, que amplíe las mesas y donde nadie sea descartado.

La resiliencia personal y comunitaria dependerá de las capacidades individuales que se puedan potenciar en cada ámbito, en cada contexto, con la intencionalidad de construir junto al próximo, al prójimo (nadie se salvará solo, somos comunidades y tenemos la posibilidad de construir algo nuevo) que la “nueva normalidad” sea tan diferente de la anterior que dé gusto vivir y dejar de sobrevivir.

Aquí, en este contexto más que nunca, el rol de las Iglesias, las organizaciones comunitarias, las redes, las escuelas, los grupos scout, las instituciones religiosas, las cooperadoras escolares, de los grupos empresarios, de las colectividades, de los sindicatos, de las mutuales, de las cooperativas, de los centros de estudiantes, de las universidades, de las municipalidades son claves y juegan un papel central en apoyar, acompañar, inspirar y colaborar con el sostenimiento de la vida y sus complejidades. El sociólogo portugués Boaventura De Sousa Santos, en su obra La cruel pedagogía del virus (CLACSO, 2020) nos invita a la reflexión acerca de las enseñanzas y preguntas que este virus nos plantea. Será cuestión si sabemos escuchar y si sabemos aprender.

Las preguntas están sobre la mesa y las respuestas son una invitación a la acción para reconstruir una postpandemia más sana, justa, inclusiva y solidaria, la cual se construye de abajo hacia arriba con esperanza, que será la fuerza que nos empuje hacia adelante.

Las palabras de monseñor Enrique Angelelli siguen resonando en estos tiempos: “Yo me siento feliz de vivir en la época en que vivo, de cambios profundos, acelerados y universales. Me siento igual que todos, débil como todos y al mismo tiempo me siento solidario con todos los hombres. Porque se nos ha dado en este momento histórico la posibilidad de construir algo nuevo.”

Artículo publicado en la edición Nº 629 de la revista Ciudad Nueva.

* Licenciado en Organización y Dirección de Instituciones (UNAM), diplomado internacional de Políticas Públicas de Derechos Humanos, Gestión de Riesgos de Desastres en América Latina y el Caribe. Es miembro de la Red Interagencial de Educación en Emergencias (INEE) y del Centro de Competencias en Negociación Humanitaria (CCNH).

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