Editorial de la revista Ciudad Nueva del mes de diciembre.
Se aproxima un nuevo cierre de año, el segundo en un contexto de pandemia. Y si bien hoy podemos disfrutar de una mayor apertura que nos permitirá volver a encontrarnos para vivir las Fiestas junto a nuestros seres queridos, también es verdad que el dolor y el temor que ha provocado el covid en tantas personas y familias aún está presente. Estamos completando un período de casi dos años en los que la conciencia de nuestros propios límites nos llevó a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones y hasta nuestra existencia. Han nacido incontables preguntas sobre las cuales aún no hemos descubierto todas las respuestas.
No obstante, la pandemia también ha revitalizado el valor de los vínculos que conforman el entramado social donde estamos insertos. La calidad de esas relaciones que nos unen sin dudas son un antídoto para la soledad, la desazón y cierta desesperanza que nos invade cuando vemos la realidad con ojos humanos.
La encíclica Fratelli Tutti es de gran ayuda para dimensionar la importancia de las relaciones. Allí, el papa Francisco advierte que “se olvida que ‘no existe peor alienación que experimentar que no se tienen raíces, que no se pertenece a nadie. Una tierra será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá engendrar el día de mañana solo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros, que cree lazos de integración entre las generaciones y las distintas comunidades que la conforman; y también en la medida que rompa los círculos que aturden los sentidos alejándonos cada vez más los unos de los otros’” (FT 53).
Y suma un aspecto que resulta clave: “Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud ‘si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás’. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: ‘Solo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro’. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque ‘la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer solo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte’” (FT 87).
Más de 30 años atrás, Chiara Lubich se dirigía a los miembros de las comunidades de los Focolares con un propositivo mensaje a la hora de pensar las relaciones: “(…) Hay una página del Evangelio que encuentra una resonancia muy especial en nosotros. Jesús dice: ‘Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor […]’. ‘Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado […]’”. Y luego reforzaba con un ejemplo: “(…) Así como en una chimenea encendida hace falta de vez en cuando remover con el hierro las brasas para que la ceniza no llegue a apagarlas, de la misma manera en el gran ‘focolar’ del Movimiento es necesario reavivar las brasas para que no se apague el deseo del amor recíproco, reavivar las relaciones para que no se extingan con los vientos de la indiferencia, de la apatía o del egoísmo1.
Su propuesta es actual y necesaria para los tiempos que vivimos: “Reavivar las relaciones: aprovechar todas las ocasiones del día para hacer salir de nuestros corazones y de los de nuestros hermanos llamas de amor incandescente”.
¡Feliz Navidad y Feliz año!
1. LUBICH, C. (19924). Cercando le cose di lassù. Roma: Città Nuova, p. 95-97.
Artículo publicado en la edición Nº 637 de la Revista Ciudad Nueva.