Política, una manera de dar la vida

Política, una manera de dar la vida

Amor de los amores – Una reflexión fundada en la definición que Chiara Lubich tomó para la política, una herramienta que permite transformar la diversidad en perfecta armonía.

“¡Qué bien estaríamos si no existieras…!”, o “Me interesa escucharte, aunque no coincido en nada, porque quiero encontrar un punto en común para avanzar”. Dos actitudes que demuestran el arduo camino a recorrer para construir una actitud política que haga realidad aquello de Chiara Lubich: “La política es el amor de los amores”. Pensamiento que el papa Francisco ratificó al hablar de quienes hacen política.

En realidad todos hacemos política en un sentido amplio pero real. Sin embargo, acá se trata sobre todo de “políticas públicas” en los diferentes ámbitos donde se ejerce algún tipo de poder con repercusión en la vida de un grupo o sociedad.

Desde la “manada original” hasta las complejas sociedades modernas, siempre el conflicto de intereses marcó la convivencia de las personas en relación. La forma en que los distintos grupos hicieron valer sus intereses, de cualquier tipo que estos fueran, estuvo vinculado a cómo pudieron hacer valer el poder del que disponían. Para esto debieron encontrar caminos para poder negociar, articular, pactar, establecer normas y criterios donde, de alguna manera, esos intereses se vieran resguardados.

Desgraciadamente, cuando esto no fue posible, esos conflictos se convirtieron en crisis y se recurrió al autoritarismo del más duro, generalmente acompañado con el uso de la fuerza, de la violencia, con su secuela de muertes, destrucción y los odios consecuentes que se prolongan a través del tiempo. Y esto sucedió al interior de esas sociedades o en su relación con otras.

Aun hoy vemos que esos mecanismos existen, tanto los que se practican para encontrar caminos “civilizados” de convivencia, como los otros, los que apuestan a la violencia física o de cualquier otro tipo, pero violencia al fin.

¿De dónde nace, entonces, aquello de la “política: amor de los amores”?

Se trata fundamentalmente de iluminar desde el Evangelio una actividad connatural a la vida en sociedad. En particular y en nuestros días, desde el carisma que el Espíritu inspiró a Chiara Lubich: “que todos sean uno”. Esa “unidad” de ninguna manera pretende negar o eliminar las diferencias de todo tipo que hoy atraviesan las sociedades entre sí y dentro de ellas mismas, y cuya expresión son las múltiples formas de cultura, organización política y social, tipos o modelos de producción, pensamientos y experiencias que durante siglos y actualmente, han constituido el día a día de la historia humana. Las acepta, las valora, las reconoce y son el punto de partida para la construcción de una nueva humanidad.

La política es la herramienta que permite transformar la diversidad en la máxima armonía posible en un momento y en un lugar determinados. No es estática. Está sometida a permanentes tensiones, sufre avances y retrocesos. Quienes en la sociedad asumen la tarea de trabajar para que esto sea posible, y lo hacen desde el interés genuino de quien dedica su vida a un ideal de este tipo pueden ser consideradas personas que  dan la vida, su vida, por los demás. Y como dice el Evangelio, “No hay mayor amor que aquel que da la vida por el que ama.”

En un reciente documento de la pastoral social de Buenos Aires, hablando de un necesario “pacto social” para poder salir de la profunda crisis que hoy vive la Argentina, encontramos estas afirmaciones que enriquecen esta perspectiva: “La actividad política es central en la vida humana. De ella depende la vida buena y justa en la sociedad y la realización del ser humano. Es, por tanto, una de las actividades humanas más elevadas. La realización humana y su responsabilidad están implicadas en la política”.

El episcopado francés, en su documento Rehabilitar la Política (1999) nos dice que “la política es el uso del poder legítimo para la consecución del bien común de la sociedad (…) es una obra colectiva, permanente, una gran aventura humana. Ella concierne, a la vez, a la vida cotidiana y al destino de la humanidad. Ella es una actividad noble y difícil. Hay que revalorizarla”1.

La política, vivida como el amor de los amores, no exime de errores y frustraciones a quienes intentan bajarla al terreno concreto. En situaciones de importantes tensiones y fracturas sociales, revalorizarla puede resultar una tarea ardua, dolorosa y por momentos casi imposible.

En ese clima, todo intento de pacto o acuerdo fácilmente se traduce en una traición. La actitud de postergar (no negar o anular) una reivindicación por no ser oportuna, en aras de conciliar intereses legítimos aunque sean momentáneamente contrapuestos, es calificada de turbia y sospechada de esconder acuerdos espurios; ceder espacios de poder en beneficio de otros como prenda de buena voluntad y en aras de intereses superiores, puede ser calificada de debilidad o incapacidad; aceptar prioridades que pueden no ser las propias pero atienden reclamos fundados o urgencias que resultan reales. Son experiencias que pueden poner a prueba las mejores intenciones. Sobre todo cuando las historias vividas son lamentable y dolorosamente pródigas en ejemplos donde esas sospechas resultaron ciertas.

Sin embargo, sin desconocer en absoluto las enormes dificultades para vivir la política como el amor de los amores, existen los testimonios de quienes lo han intentado y aun hoy intentan vivir ese Ideal. Seguramente, es más frecuente encontrarlos en espacios de gestión política más focalizados, instituciones de orden local, con impactos mediáticos reducidos. En ocasiones, también en niveles de mayor responsabilidad. No pertenecen necesariamente a una misma expresión política partidaria u organización social. Lo importante en todo caso es alentar, fortalecer, reconocer a quienes lo intentan.

Sobre este particular, no se trata de aceptar o dejar de lado las críticas, cuando estas aparecen como fundadas y necesarias. En todo caso, quien vive esta concepción de la política cuidará de que la crítica sea oportuna, en lo posible acompañada de la propuesta (condición necesaria para legitimar la protesta), dispuesta a escuchar lo que el otro tenga que decir.

El “dar la vida por el otro” encuentra en la política muchas ocasiones en las que no necesariamente está en juego la vida física, sino la paz interior, el reconocimiento a la tarea realizada, el buen nombre y honor de la persona, la tranquilidad de la vida privada. La incomprensión de propios y extraños, las calumnias, las campañas mediáticas (hoy tan extendidas como arma de presión política sin escrúpulos ni límites) son la respuesta a quien en forma transparente y honesta intenta construir una política genuina que busca el bien común sin trampas y con las manos tendidas al otro. ¡Eso también es dar la vida!

El santoral católico no es muy generoso en reconocer la santidad de políticos, quienes hicieron de este camino, un camino de santidad. Quizás la propuesta de Chiara anime a muchos a vivir la política como una experiencia que para los creyentes tiene mucho de ese “Jesús abandonado” y crucificado.

El rol de los medios de comunicación y el papel del ciudadano

Un aspecto novedoso a desarrollar y profundizar es el carácter “colectivo” de una construcción política diferente, al que hace referencia la cita del episcopado francés. Profundizar este aspecto permitiría alejar la siempre presente añoranza del mesianismo político, aun con las mejores intenciones y propósitos. Las campañas electorales son una muestra acabada de cómo “el amor de los amores” puede transformarse en coaching exitoso, “marketing para ingenuos”, slogans creativos, predominancia de la forma sobre el contenido o directamente una melodía amable para quienes gustan de ella o esperan escucharla, independientemente de quién la cante o interprete y más aun de la cruda realidad de los hechos. El papel de los mass media, incluyendo ahora en esta expresión las redes sociales, juegan un papel estratégico fundamental: su capacidad de direccionar el pensamiento y las opciones de la opinión pública, o parte de ella, ha quedado demostrado incluso con ribetes delictuales. El permanente descrédito que en ocasiones se hace de los políticos y la política no persigue el objetivo de denunciar y corregir lo que es perjudicial para la sociedad, sino desvalorizar y desacreditar la noble y necesaria función de esa actividad para transformar y mejorar la calidad de vida de las personas.

Corresponde a los ciudadanos y a su cultura política descubrir ese mecanismo perverso cuyo objetivo es abrir el paso a la no-política, al autoritarismo que empobrece los valores de la sociedad y deja el poder en manos de oportunistas y advenedizos de cuyas decisiones dependerá el avance de la justicia y el bienestar de la ciudadanía. La política como camino de santidad, como práctica del amor de los amores es un desafío vigente.

¿Encontraremos quiénes lo asuman y lo vivan de esa manera?

Artículo publicado en la edición Nº 608 de la revista Ciudad Nueva.

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