Pensar pasado, construir futuro

Pensar pasado, construir futuro

El valor de la Historia.

No es extraño escuchar en el aula de una escuela, e incluso en un ámbito universitario, la pregunta: ¿para qué sirve la Historia? Hay muchas respuestas pero, evidentemente, todas insatisfactorias –de otro modo, la pregunta habría dejado de formularse hace tiempo–. Parece ser que ninguno de nosotros entiende demasiado cuál es la finalidad de la Historia y quizás esa sea la razón por la cual es una de las materias que más desinterés genera en la escuela secundaria y una de las profesiones menos elegidas.

Frente a este panorama, resulta imperioso analizar en profundidad cuál es el verdadero sentido de la disciplina histórica y buscar su resignificación. Por un lado, deberíamos ir más allá del conocido sentido que se le da a la Historia, el cual nos conmina a buscar en ella un modo de mirar los hechos del pasado para imitar los aciertos y evitar repetir los errores. Esta respuesta a nuestra pregunta sobre la finalidad de la Historia resulta simplista y limitada, dado que solo toma en cuenta los hechos. En el análisis de la Historia es crucial no centrarse en un mero compendio de acontecimientos, sino en los largos y complejos procesos que son, a la vez, telón de fondo y pieza central del pasado. Y he aquí que nos encontramos con el primero de los elementos que otorgan sentido verdadero a la Historia: el análisis profundo de dichos procesos nos permite entender la formación de modos de producción, de estructuras sociales, económicas, políticas, estatales, culturales, familiares, de género, etc., y, en consecuencia, no naturalizarlos.

El segundo elemento que se nos presenta es la capacidad que tiene el estudio de la Historia para mostrar el potencial de transformación de toda sociedad. Ningún sistema de valores, de signos, lingüístico, económico o político duró para siempre. Y aunque vivir inmersos en un presente ya moldeado según dichos aspectos nos dificulte imaginar otro futuro, la historia demuestra que es posible hallar uno distinto. Es probable que ningún conde francés del siglo XI pudiera imaginarse el fin del feudalismo, pero aquí estamos, capitalistas y globalizados.

Con estos elementos podemos empezar a percibir una posible respuesta a nuestra pregunta de partida. La Historia es, antes que nada, un elemento revolucionario y el único camino de cambio. Es más que reyes, batallas y fechas –por todos los cuales, confieso, siento pasión obsesiva–. La Historia es lucha, es debate, es empoderamiento por darnos la posibilidad de entender los procesos por los cuales existe el mundo que nos rodea.

Si queremos lograr una transformación verdadera y profunda de la sociedad, si queremos construir una nueva humanidad, debemos –quizás particularmente los jóvenes– entender la Historia como marco de debate y confrontación con las estructuras sociales establecidas –y por ende con nuestra comodidad en ellas–, como marco de pensamiento y de repensamiento, como marco de apropiación de nuestro presente y de construcción de nuestro futuro ·

*El autor es estudiante de Historia – Facultad de Filosofía y Letras (UBA).

Artículo publicado en la edición Nº 614 de la revista Ciudad Nueva.

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