Orlando: más locura que terrorismo

Orlando: más locura que terrorismo

La masacre perpetrada en un club de Orlando, en Florida, vuelve a plantear la facilidad con la que las personas pueden acceder a armas de guerra.

Omar Siddique Mateen fue un asesino letal, tremendamente efectivo. Dos factores permitieron ese resultado: actuó dentro del club Pulse y no al aire libre, es decir, en un espacio limitado en el que, además, había en ese momento mucho público y música a alto nivel que ocultó al menos durante un minuto el comienzo del ataque. A eso se agrega el haber utilizado para su plan de locura criminal un rifle AR-15 semiautomático, una versión del M16 utilizado en Vietnam. Un arma de guerra, de las más letales entre los rifles de asalto, capaz de disparar 600 balas en un minuto.

Es un rifle “populr”, amado por los coleccionistas… y los que planifican acciones violentas, pues fue usado en otras otras tres masacres, la de Aurora (Colorado), Sandy Hook (Connecticut) y San Bernardino (California), que suman otros 53 muertos y 81 heridos al balance de víctimas. El problema es que tanto criminales delirantes como los coleccionistas pueden conseguir este rifle cuya venta está permitida en Florida. El asesino lo compró una semana antes de realizar su plan.

Durante la presidencia de Bill Clinton la venta del AR-15 fue prohibida pero a partir de George W. Bush no fue renovada la prohibición. El actual presidente Barack Obama intenta, inútilmente, que el Congreso vete estos rifles, pese a que en una circunstancia como la del ataque al bar de Orlando no contar con un arma tan poderosa puede salvar vidas. Cada día armas de este tipo matan 12 personas en los Estados Unidos. El FBI señala que los muertos desde 2014 han sido 11.900.

La ex esposa, el padre, quienes lo han conocido coinciden que Mateen era una persona violenta (por eso se separó), discriminadora y homofóbico, resentida, siempre de mal humor. Tres veces el FBI lo rastreó como potencial simpatizante de grupos fanáticos aunque sin tener pruebas. Sin embargo, no sólo tenía permiso para portar armas sino que fue empleado en una empresa internacional de seguridad, G4S.

Hay una combinación de factores que nos llevan lejos del terrorismo y más cerca de las paradojas de una sociedad, la estadounidense, que se empecina en defender el derecho a adquirir armas con extrema facilidad, pese a que periódicamente sean usadas por algún demente para llevar a cabo algún delirante plan criminal. Es el mismo país que, desde los atentados del 11 de setiembre de 2001, ha permitido que perdieran su trabajo docentes que se oponían a la guerra con Iraq, que ha adoptado intromisiones en la vida privada de sus ciudadanos y de extranjeros de dudosa legitimidad, que ha multiplicado los controles que alargan los tiempos para abordar un avión, que ha reducido derechos civiles, pero que no ha permitido limitar el comercio y el porte de armas entre los ciudadanos.

El Isis sueña con que se trate de uno de sus soldados encubiertos. La verdad más probable es que sea el fruto de un mal entendido principio libertario que, una vez más, ofende a las víctimas y deja intacta la posibilidad de que el próximo demente de turno vuelva a herir una sociedad que no parece comprender dónde se anida el mal.   Atentado

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