Necesitamos la esperanza

Necesitamos la esperanza

Un pueblo de Pascua

Cristo ha venido a redimir a todos los hombres, no solo a los que renacerán después de Él sino a los que vinieron antes de Él en la esperanza de una Resurrección. El sepulcro silencioso es la figura de nuestra esperanza. He aquí que en esta noche pascual, ese sepulcro se convierte en una tumba vacía y es el mejor monumento a la esperanza de los cristianos. Moriremos también nosotros, sucumbiremos al embate del dolor y de la muerte, envejeceremos. ¿Se dirá por eso que la redención de Cristo no fue eficaz? ¡De ninguna manera! Eso solo quiere decir que en la redención de Cristo hay una fase definitiva que es su persona divina. El sí ha triunfado plenamente pero el género humano tiene que vivir todavía de esperanza. La esperanza nos es necesaria.

Hermanos, en estas horas en que parece vivir la historia un callejón sin salida, la esperanza ilumina el horizonte de los cristianos. El sepulcro de Cristo, donde parecía que los enemigos del Señor sellaron su victoria, ahora, esta noche, rotas las cadenas y los sellos que le habían puesto sus enemigos, grita: “¡Oh, muerte!, ¿dónde está tu victoria?”. Y así como el sepulcro de Cristo rompe los cerrojos de la muerte, también los sepulcros de nuestros muertos y nuestros propios sepulcros quedarán también un día vacíos.

Es necesario alimentar esta esperanza, sobre todo en estas horas, hermanos, en que muchos piensan dar una solución a los problemas políticos, sociales y económicos únicamente organizando la tierra, únicamente con medidas terrenales. La redención nos habla de que la verdadera liberación del hombre tiene que ser el fruto de un Cristo triunfante y de la esperanza que en Él pongan los hombres. Cuanto más graves sean nuestros problemas, más oportunidad le estamos dando al Redentor, más grande tiene que ser nuestra esperanza. Es una noche de esperanza, una noche de Pascua, una noche de sepulcro vacío.

Esta es una noche de triunfo, una noche de victoria. Pero no una victoria que deja aplastados en el odio, en la sangre, a los enemigos. Las victorias que se amasan con sangre son odiosas; las victorias que se logran a fuerza bruta, son animales; la victoria que triunfa es la de la fe, la victoria de Cristo que no vino a ser servido sino a servir. Y el triunfo de su amor es este triunfo pacífico, el triunfo de la muerte no fue definitivo, es el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo de la paz, el triunfo de la alegría, el triunfo de los aleluyas, el triunfo de la resurrección del Señor ·

Extractado de la Homilía de Monseñor Oscar Arnulfo Romero de la Vigilia pascual, 25 de marzo de 1978.

*Monseñor Oscar Arnulfo Romero murió mártir el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la misa vespertina a las 6:25 de la tarde. Fue declarado santo por el papa Francisco.

Artículo publicado en la edición Nº 618 de la revista Ciudad Nueva.

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