El domingo 3 de abril por la tarde, cuando estaba sobre el final de su viaje apostólico a Malta, el Papa Francisco saludó a los migrantes con afecto.
Los testimonios de Daniel y Siriman, que hablaron ante Francisco, abrieron los corazones de los asistentes. Ellos fueron los portavoces de infinidad de migrantes, que deben dejar su tierra para buscar un refugio seguro. Francisco reiteró lo que había dicho en Lesbos el domingo 5 de diciembre de 2021, «estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes… Estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos».
Este encuentro con los migrantes fue esencial para el significado del viaje a Malta: «Nos mostraron una cordialidad fuera de lo común» (Hch 28,2). Se refiere al modo como los malteses recibieron al apóstol Pablo y a todos los que habían naufragado junto con él cerca de la isla. No fueron meramente cordiales, sino que les dispensaron una humanidad excepcional, con una atención, que el evangelista Lucas quiso inmortalizar en el libro de los Hechos. El deseo de Francisco es que Malta siempre trate de este modo a cuantos llegan a sus costas, que siga siendo un puerto seguro.
Los náufragos
El naufragio es una experiencia que infinidad de personas han vivido durante estos años en el Mediterráneo. Pero hay otro naufragio en ciernes, que es el de la civilización, que amenaza no sólo a los refugiados, sino a todos.
El jesuita porteño pregunta: “¿Cómo podremos salvarnos de este naufragio que amenaza con hundir la nave de nuestra civilización? Comportándonos con humanidad, mirando a las personas como hombres y mujeres, hermanos y hermanas. Y pensando que en el lugar de esa persona que veo en una embarcación o en el mar, a través de la televisión o de una foto, podría estar yo, o mi hijo”.
Náufragos de la guerra
Las historias de los migrantes evocan a miles de personas que tuvieron que dejar Ucrania a causa de la guerra injusta y salvaje. Pero también las de muchos otros seres que se vieron obligados a abandonar su tierra y su gente, como los rohinyás. Son desgarros que dejan marcas, dolores y heridas que necesitan tiempo para curarse. No solo tiempo, sino también dar con personas fraternas, que escuchen, comprendan y acompañen. He allí un bálsamo eficaz para sanar.
Testigos
En el mundo de hoy los migrantes son testigos de los valores humanos esenciales para una vida digna y fraterna. Son valores que llevan dentro. Una vez que la herida cicatriza, los migrantes ponen ese tesoro a disposición de la comunidad que los recibió, y en los ámbitos donde se desarrollan, con fraternidad y amistad.
Frente al problema de los migrantes y de los refugiados, se pueden encender hogueras fraternas, para calentar y reavivar la esperanza. Reforzando el tejido social, con el sabor del encuentro, promoviendo “laboratorios de paz”, con estos benditos experimentos.
No en vano Juan XXIII, decía en su Encíclica sobre la paz: «Que el Señor borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y convierta a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que Él ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, al mismo tiempo que les procuran una digna prosperidad, aseguren a sus compatriotas el don hermosísimo de la paz » (Pacem in terris, 171).
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