Cuando se persigue el delito con el rigor aplicado por el juez anticorrupción devenido ministro de Justicia, ninguna duda sobre su moralidad puede ser tolerada.
Que la justicia brasileña pudo poner entre rejas a muchos políticos y empresarios responsables de una gigantesco sistema de corrupción, no caben dudas. Algo inédito ocurrió en Brasil comparado con el resto de la región donde, por lo general, la impunidad reina más soberana que el propio Estado. Ahora bien, que al mismo tiempo algunos jueces utilizaron su poder con una finalidad tampoco es de dudar. Las filtraciones de las comunicaciones entre el “juez estrella” de la lucha contra la corrupción en Brasil, Sergio Moro, y los fiscales que investigaban el caso que vinculaba al ex presidente Inacio Lula da Silva, indican que el magistrado habría dado sugerencias e instrucciones a los fiscales que revelan que fue todo menos un juez imparcial. Una falta que está expresamente prevista por el código penal brasileño. En una de las comunicaciones, Moro habría insistido en que se avance pese a que uno de los fiscales dudara de la consistencia de las pruebas acumuladas.
El de la calidad de las pruebas presentadas, es precisamente uno de los costados cuestionables de las duras condenas recibidas por Lula. La defensa sostuvo que el juez se basó en indicios, más que en documentos que prueben el ilícito más allá de cualquier duda.
Que existiera además una postura ideológica contraria al sector político que representa Lula, lo indica también la sucesiva carrera política de Moro, que hoy es ministro de Justicia del gobierno del presidente Jair Bolsonaro, un populista de la ultraderecha, conocido por sus expresiones clasistas, racistas y violentas. Durante la última campaña electoral, Moro divulgó grabaciones de conversaciones entre Lula y la ex presidenta Dilma Rousseff para evitar que el ex mandatario fuera nombrado ministro, con lo que habría gozado de inmunidad especial. La sucesiva condena, contra Lula despejó el camino a la presidencia de Bolsonaro.
Como miembro del Ejecutivo, el rigor de Moro comenzó a menguar: no tuvo nada que decir sobre una investigación por corrupción que involucra a uno de los hijos de Bolsonaro, Flávio, y tampoco cuestionó que el partido del presidente presentara candidatos fantasmas, para así acumular más fondos electorales para la campaña, siendo ésta una violación de la ley. El actual presidente le ha prometido que lo presentará para la próxima vacante en el Supremo tribunal Federal confirmando la sospecha de que ha estado persiguiendo un interés personal pasando por encima de esa ley que pretendió aplicar con rigurosa parcialidad. Hoy solo un paso al costado, en espera de que se aclare su desempeño como juez, podría reparar el descreimiento que ha generado él mismo sobre su persona.