Nace una nueva cultura.
“En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella nada se hizo. Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.” (Jn 1, 1-5).
Es difícil no conmoverse con este pasaje del Evangelio de Juan. Precisamente los cinco primeros versículos concentran, como en una molécula divina, la historia que vendrá.
En la entrega anterior hablábamos de tres palabras para hacer nacer una nueva cultura: constancia, consuelo y esperanza. Esas tres palabras están asociadas a lo que podríamos llamar tres instituciones, núcleos interpersonales, comunidades de destino: la familia, el mundo del trabajo (la empresa) y la escuela.
Las primeras palabras citadas de San Juan nos remiten a la familia divina, a la Santísima Trinidad. Nuestra familia, la doméstica, si quiere renacer en la nueva cultura debe imitar esa unión. La vida del mundo nos ha empujado afuera de ese refugio que es la familia, imitando la engañosa invitación de Caín a Abel, “vamos afuera” (Gen.4,8). Y cuando estaban en el campo, se abalanzó y lo hirió de muerte. El afuera le representó a Caín el lugar donde Dios no ve, de tal manera que se sintió libre como para quitarle la vida a su hermano. Pero Dios ve todo, porque el todo está en nuestro corazón.
Sigue San Juan hablando del poder hacedor de la Palabra. A imitación del poder creador de Dios, el hombre con su trabajo recrea, hace para sí y para otros. Esto nos pone en la encrucijada de resolver el destino común de los bienes. Porque en verdad, cuando los hombres trabajamos ponemos algo más que lo estipulado en un contrato, ponemos nuestra interioridad, nuestra vida y esto no es lícito que lo posea otro exclusivamente, porque es un don.
La luz expresa la sabiduría. El cultivo de la sabiduría es mucho más que la simple instrucción, por eso en las escuelas, aún con las limitaciones de hoy, no solo aprendemos matemática, también aprendemos de humanidad, del ligarme con otros, de la belleza de las poesías, a vivir en comunidad.
Las tres instituciones están siendo atravesadas por la coyuntura actual.
De repente, el volver a casa, nos puso de relieve lo importante que tiene la comunicación en la familia. Nos hizo ver que cuando no podemos manejar las tensiones, el único modo de reducir sus efectos es poner una palabra, una palabra que cure, que sane. La palabra nos pone en otra dimensión. Para poder hablar, para poder hablarnos, es necesario vernos a los ojos, reconocer el rostro del otro, como algo distinto de mí, en su otredad, que no es para nada igual a lo que nos creímos que era. Esa presencia nos dice que no estamos solos, y por tanto nuestro ser será siempre con otros. Nuestra existencia está marcada por esta tensión relacional. Somos en otros, con otros y para otros. El lugar original de ese descubrimiento es el hogar. Sin esa experiencia es muy difícil la comunicación con el mundo.
La reducción de la actividad económica ha puesto de manifiesto una vez más el impacto que tiene el trabajo en la vida de los hombres. En todas sus dimensiones. En lo subjetivo, como aporte a la formación individual y personal; en lo colectivo, en ese ser con otros; y en lo objetivo, considerando el bien producido.
Muchas empresas han tenido que reorganizarse. Algunas han podido sostener procesos con el llamado “Teletrabajo”. Es interesante ver qué sucede con este cambio. En la cotidianidad del trabajo, en tiempos de “normalidad”, los vínculos interpersonales mayoritariamente se dan en el ámbito físico de la empresa. Esta modalidad que irrumpe ha requerido que el trabajador le abriera la puerta virtual de su casa a sus compañeros y gerentes. Ni unos ni otros están suficientemente preparados para esta experiencia. Existe la sensación de agotamiento y de alargamiento de los tiempos de trabajo en unos, aun cuando por otro lado, se incrementa la sospecha de una menor dedicación por estar fuera del control gerencial en otros.
Las empresas que no pueden recurrir a esta modalidad se debaten ante la subsistencia y la reconversión. Muchas no verán el próximo día. Pero siempre habrá quienes quieran volver a emprender.
La suspensión de la actividad escolar en el mundo está mostrando la inmensa brecha de desigualdad que existe entre las distintas comunidades. Muy pocas instituciones han tenido la posibilidad de migrar a modo virtual sus clases, ya sea por falta de recursos tecnológicos al alcance de las escuelas y docentes, o por la falta de acceso a esos mismos recursos por parte de los alumnos. Pero si hay algo en que todas las escuelas se igualan es en la imposibilidad de reemplazar el vínculo interpersonal entre docente y alumno en el aula.
En la escuela donde trabajo, además de aprender y enseñar, nuestros alumnos reciben el almuerzo. Debido a las restricciones, hemos tenido que reemplazar el servicio del comedor por bolsones de alimentos que cada quince días los padres retiran de la escuela, en distintos turnos para evitar la aglomeración. Hace unos días dos madres comentaban en la fila, mientras esperaban ser atendidas, sus experiencias en estos días y una le decía a la otra: “mi hijo me reprocha porque no le hablo como le habla su maestra, a lo que yo le respondí ‘no soy tu maestra, soy tu madre’”.
En el último tiempo la falta de estima social hacia los docentes estaba afectando gravemente a la institución escolar. Es posible que el aislamiento devuelva una mirada de reconocimiento a la tarea de los maestros. La tarea que muchos docentes están realizando en este momento, para que sus alumnos no dejen de aprender, es realmente admirable. Algunos se han tenido que adaptar muy rápidamente a las plataformas virtuales. Cabe mencionar la labor silenciosa de muchos que asisten a sus compañeros menos hábiles para que puedan acceder a los recursos disponibles. Inclusive vemos que algunos docentes y organizaciones comparten los recursos libremente en la web para que no falten experiencias y soluciones para cumplir con la tarea, una suerte de destino universal del conocimiento al alcance de todos.
Sin advertirlo muchas escuelas están volviendo a la práctica original de escuchar atentamente la demanda particular del entorno, sin depender tanto de la organización ministerial.
Finalmente, de las tres palabras de la nueva cultura quisiera quedarme con la última, con la esperanza. Este tiempo nos ha permitido participar como una suerte de espectadores vip de ciertas expresiones de entusiasmo y pesimismo desmedido a la vez. En las interminables reuniones virtuales, se escuchan expresiones de este tipo. Y eso mismo que vemos desde afuera también lo experimentamos interiormente. Será que tengo la gracia de trabajar en una escuela, y eso me conecta con la esperanza, y me ha forjado la firme convicción de que la realidad es mucho más de lo que vemos, aun cuando no siempre se quiera mostrar, o simplemente no tengamos sincronizado nuestro radar con la sintonía que merece. Lo que me da esperanza es la velocidad creativa que se abre camino, desde la creatividad medioambiental hasta la simbólica. Lo que suceda a partir de ahora va a depender de nosotros, de la capacidad humana de reconversión, de salir de nosotros mismos para alcanzar una vida más plena.
*El autor es presidente de la Fundación Charis Argentina.