Cómo un religioso argentino pudo construir 20.000 viviendas, conseguir estudio, trabajo y devolver dignidad a miles de pobres de Madagascar.
Las vivencias en Madagascar del padre Pedro Pablo Opeka, un religioso vicentino nacido en la Argentina, han tenido espacio en las páginas de Ciudad Nueva. Pero siempre vale la pena recordar la obra de este servidor de la humanidad. Esta vez, lo ha destacado un artículo del escritor Jesús M. Silveyra, publicado en el portal de noticias Caminos Religiosos. Silveyra es autor del libro “Un viaje a la Esperanza”, publicado por Lumen, dedicado precisamente a la obra realizada por Opeka en Madagascar.
Esta isla ubicada a 400 km de las costas continentales de África, es uno de los países más pobre del mundo. Más del 70% de los 25 millones de habitantes viven en la pobreza y una gran parte de éstos sobreviven con menos de dos dólares diarios.
El contacto con esta situación impactante fue para este misionero, que arribó a Madagascar en 1970, el resorte que puso en marcha su creatividad y su entrega, aprovechando además de su conocimiento del oficio de albañil, el de su propio papá.
Ante las casuchas de cartón de los pobres que poblaban las colinas de Ambohimahitsy, cerca del basurero municipal – relata Silveyra – con la ayuda de un grupo de jóvenes universitarios Opeka impulsó la Asociación Humanitaria Akamasoa (en lengua malgache: “los buenos amigos”). Consiguieron tierras fiscales y con una ayuda económica compraron materiales, alimentos, herramientas y semillas y comenzaron a levantar junto con las familias que colaboraban los primeros dos poblados llamados: “Don del creador” y “Lugar de Esperanza” (Manantenasoa, en malgache). Una cantera cercana permitió conseguir el material para levantar viviendas dignas.
La historia de estos 27 años, cuyos momentos aparecen en el libro mencionado, queda marcada por el don y la entrega en beneficio de los que menos tienen, a menudo ni siquiera una voz que les permita ser escuchados. Más de 20.000 personas viven en los cinco pueblos promovidos por Akamasoa, los niños pueden asistir a las escuelas, miles de personas trabajan con la asociación en la explotación de la cantera, la fabricación de muebles, la producción artesana, en servicios de salud, de educación y en el mantenimiento de los propios pueblos. Se pudieron realizar hospitales en cada poblado y también un dispensario. El Centro de Acogida ha asistido en estos años a más de 500.000 personas, brindando ayuda para construir su futuro.
Opeka tiene bien claro que una cosa es ayudar otra cosa es crear dependencia. “El asistencialismo, cuando se vuelve permanente (excepto en los casos de ancianidad, niñez o incapacidad) termina convirtiendo en dependiente al sujeto de la asistencia y Dios vino al mundo para hacernos libres, no esclavos”. Tampoco hay una receta única para afrontar los problemas de la pobreza: “Se sale con el corazón y la voluntad, con el trabajo duro y el esfuerzo” y la dignidad como personas se recupera con el “trabajo y la educación”.
En Akamasoa se ha apuntado a crear obras permanentes, en generar trabajo que permitiera autonomía y al mismo tiempo permaneciendo abiertos a las constantes necesidad de quienes llegaban a pedir ayuda. Las ayudas, que a menudo son utilizadas mal por los países en desarrollo, han tenido un destino bien determinado y, además, susceptible de controles por parte de los donantes y han tenido como objetivo la autosustentabilidad. Para Opeka, esta tarea educativa para evitar la dependencia, comienza desde la familia, donde los padres tienen que acostumbrar a sus hijos a no recibirlo todo de los adultos:
“Asistir a alguien sin ninguna exigencia es matarle su espíritu de iniciativa”, son las palabras del religioso recogidas por Silveyra.
Akamasoa, se ha transformado en un laboratorio de la reciprocidad. El gesto gratuito de la solidaridad genera una respuesta: se recibe ayuda y también se dona a su vez ayuda colaborando cada uno en el desarrollo de todos. Es el secreto y el motor del verdadero desarrollo y el padre Opeka lo aplica.
El padre Opeka encontró la PERLA ESCONDIDA, fue, vendió todo y la compró, el que da todo tiene todo para seguir dando. Vender todo es dar, la perla escondida EL AMOR, y la fuente LA PROVIDENCIA INFINITA DE DIOS. Todos a nuestra manera tenemos al alcance de nuestras manos la posibilidad de ser MEDIOS PARA DAR VIDA, solo basta descubrir el secreto.