La naturaleza manifiesta a Dios

La naturaleza manifiesta a Dios

La novedad de un carisma.

De mi infancia en Bernal conservo siempre un recuerdo especial de las noches de verano. No había todavía tanta iluminación pública en calles y avenidas. Era posible entonces contemplar muy bien el cielo estrellado… ¡Qué hermosura! Y cuando lográbamos salir de esa zona suburbana y pasar en familia algunos días de vacaciones en contacto con la naturaleza… ¡cómo quedaba fuertemente grabado el recuerdo de lo contemplado! También Chiara Lubich experimentó estos sentimientos. Los invito a dejarse introducir en su experiencia y reflexión…

“Quiero ofrecerles una pequeña experiencia que he hecho en estos días. En un momento de descanso vi un documental sobre la naturaleza. (…) Ese largometraje produjo en mi alma un gran efecto. Contemplando la inmensidad del universo, la extraordinaria belleza de la naturaleza y su potencia, me remonté espontáneamente al Creador de todo y adquirí una nueva comprensión acerca de la inmensidad de Dios. La impresión que tuve fue tan fuerte y tan nueva que enseguida me habría arrojado a tierra de rodillas para adorar, alabar y glorificar a Dios (…)

Y casi como si se abrieran mis ojos, comprendí como nunca quién es el que hemos elegido como ideal; o mejor dicho, quién es el que nos ha elegido a nosotros. Lo vi tan grande, tan grande, que me parecía imposible que hubiera pensado en nosotros (1).

Quisiera que nos detuviéramos un momento y nos recogiéramos en lo más profundo de nuestro corazón y, todavía asombrados, nos preguntáramos: ‘Pero ¿quién es el que me ha elegido?’.

Luego, elevando el pensamiento por encima de todo lo que nos ocupa en este mundo (nuestros asuntos, nuestra casa, nuestra familia, las noticias del día…) nos remontáramos con el pensamiento a (…) a los momentos cuando hemos podido contemplar la infinita extensión del mar, una cadena de montañas altísimas, un glaciar imponente o la cúpula del firmamento constelada de estrellas… ¡Qué majestuosidad! ¡Qué inmensidad!

Y que, a través del esplendor deslumbrante de la naturaleza, nos remontáramos a Aquel que es su autor: Dios, el rey del universo, el Señor de las galaxias, el Infinito. (…)

Entonces, si la percepción de su majestuosidad nos anonadase, la certeza de que Él nos ha elegido podría abrirnos el corazón y suscitar en nosotros el deseo de descubrir, de encontrar -detrás de tanta gloriosa belleza de la creación- su rostro, su presencia. Él existe. Existe porque está presente en todas partes: está en el murmullo de un arroyo, en una flor que se abre, en un alba clara, en el rojo de un ocaso, en una cima nevada (…).

Mi deseo y consejo sería que… lo buscáramos en este tiempo de manera particular allí donde la naturaleza nos lo muestra.

Es verdad que, después del período veraniego volveremos a nuestras metrópolis de cemento, construidas por las manos del hombre entre el ruido estridente del mundo, donde muy pocas veces se ha salvado la naturaleza. No obstante, si queremos, basta un retazo de cielo azul descubierto entre las cimas de los rascacielos para recordarnos a Dios; basta un rayo de sol, que nunca deja de penetrar ni siquiera entre los barrotes de una prisión; basta una flor, prado, el rostro de un niño…” (2).

  1. Lubich, C. (1993). Buscando las cosas de arriba. Madrid-Buenos Aires: Ciudad Nueva, p. 18.
  2. 2.  ibid. pp. 113-114.
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