La lógica del don se expresa al escucharnos

La lógica del don se expresa al escucharnos

¿Dónde están las periferias de las que habla el Papa Francisco, en época de pandemia?

La historia de la salvación comienza con esta operación básica. Escuchar. “Shema, Israel”, se lee en el libro del Éxodo. Es una verdadera obsesión, Dios y la esencia de la Ley van a ser revelados a los hombres a través del mismo llamamiento: “Escuchad”. Las palabras de la vocación profunda se revelan en la atenta escucha. El gran sacerdote no oye nada pero, de todos modos, sabe decir al pequeño Samuel: “Tu dirás, si eres llamado otra vez: Habla Señor, tu siervo escucha”. (I, Sam. 3, 1 y sigs). Lo que agradó a Dios del pedido de Salomón fue su peculiar deseo que se transformó en sabiduría: “Da a tu servidor un corazón que escuche” (I, Rey. 3, 5 y sigs).

No son las únicas expresiones que leemos a lo largo del texto sagrado. Escuchar la Palabra de Dios es abrirse a ella de tal manera que sea creadora en nosotros, es entrar en el gran ciclo de la fecundidad divina: “Como la lluvia y la nieve descienden de los cielos y no suben sin haber regado la tierra, sin haberla fecundado y hacerla germinar para que dé la simiente al sembrador y el pan comestible, de igual modo la palabra que sale de mi boca no vuelve a ella sin resultado, sin haber hecho lo que yo quería y haber cumplido su misión”. (Is. 55, 10-11).

La lógica del don se hace visible cuando se está dispuesto a escuchar al pobre. Porque en algo Dios y el pobre se parecen. Dios es, no tiene. Al igual que el pobre que solo va con su existencia. Al escuchar al pobre, escuchamos a Dios. Pero ¿quién es el pobre? ¿Aquel que no tiene dinero? Hay días en que el pobre tiene dinero e incluso cuando lo tiene lo malgasta. ¿El que no tiene relaciones y amistades? En verdad es quien no tiene este bien que es relacional, que jamás pasa delante de los otros, porque los otros no lo ven. Más profundamente es aquel que no tiene ninguna cultura, porque es extranjero en todas las tierras. Pero me parece que hay una definición que espesa más aún la comprensión de quién es el pobre. El pobre es el que escucha siempre y a quien nadie escucha. El pobre ha escuchado a la maestra, cuando iba a la escuela -si es que tuvo la gracia -; a la religiosa o el religioso en la capilla; a la asistente social; escucha siempre y a él, pobre, nadie lo escucha. Ahí está la raíz de toda pobreza: no ser escuchado jamás durante una existencia entera.

Cuando se define así al pobre –aquel que escucha siempre y a quien nadie escucha– se vuelve a leer el Eclesiastés: “La sabiduría del pobre es desconocida y no se escuchan sus palabras” (Ecl. 9, 17).

Si queremos practicar en nuestras vidas el don, para llegar a la pobreza del pobre, lo primero que tenemos que hacer es escuchar antes de hablar, hacer lo que él hace. Y en esto también habremos imitado a Dios. “El pobre clama, Dios escucha” (Sal. 34, 7).

Estos tiempos de incertidumbre, de aislamiento, ¿dónde está el pobre? ¿A quién dejamos de escuchar? ¿Puedo salvarme sólo, sin salvar a los demás? Se multiplican las noticias de algunos, cuyas actitudes no son muy prosociales que digamos, pero hay muchos más que en el silencio, escuchan. La lógica del don es creíble, aunque no sea del todo visible. Ahí radica su grandeza, en su discreción.  

Cuando Francisco nos habla de la periferia no es que está pensando en un paquete turístico “del desastre”, nos llama a escuchar los confines de mi comodidad. Ciertamente es la actitud de quien contempla, pero el de quien contempla para obrar, para gastar los días y la vida en el otro. Porque la verdadera felicidad está en el darse.

*El autor es presidente de la Fundación Charis Argentina.

  1. Gracias Enrique! Muy interesante! Sobre todo en una época dónde no hay tiempo para escuchar en profundidad

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