Es paradójico que gente que proviene de migrantes hoy lleve a cabo políticas inhumanas, con sesgo racista.
“¿Por qué no se vuelven a sus países?”, truena desde la Casa Blanca, un nieto de alemanes devenido presidente, contra cuatro legisladoras: una neoyorkina de padres puertorriqueños, una afroamericana nacida en Ohio, una hija de palestinos nacida en Detroit, y una congresista llegada de Somalia cuando niña. Donald Trump no soporta críticas y, con su ya tradicional falta de conocimiento, ignora que estas mujeres de color han nacido todas, menos una, en Estados Unidos y, en el caso de la puertorriqueña, es originaria de un territorio que es parte de Estados Unidos. Defiende a las cuatro legisladoras otra mujer, la líder de los demócratas, Nancy Pelosi, de apellido italiano. Está todo dicho para graficar los absurdos a los que llega apelar al discurso xenófobo, el pariente más cercano del racismo, sentimiento que a menudo se oculta tras elaboradas teorías que intentan alcanzar el objetivo de mantener distante a los extranjeros, por supuesto estableciendo arbitrariamente quiénes lo son o no lo son y a partir de qué momento.
Las críticas de las cuatro legisladoras de la oposición demócratas se dirigían contra la política migratoria del presidente que ahora está promoviendo redadas de migrantes ilegales, siguiendo un tema que obsesivamente destaca como el origen de muchos de los males estadounidenses, atribuyendo a los recién llegados la culpa de todo. Trump sostiene que su objetivo son los ilegales, pero ha restringido los ingresos al país también para los que desean cumplir con todos los requisitos. Para peor, ha encarado su política de un modo inhumano, separando a menores de sus padres, mientras decenas de miles de personas se hacinan en los centros de migrantes situados en la frontera sur. Y si a la gente no le gustan esas condiciones (que han horrorizado a los propios norteamericanos), ¡que regresen a sus países! Para Trump todo sirve. No está tratando con personas, sino con objetos que le procuran votos entre las masas que se alimentan de información proveniente de sus cadenas televisivas amigas, comenzando por Fox, la que él mismo consulta diariamente durante horas.
La involución que se sufre gracias a figuras como Trump, el italiano Salvini, el húngaro Orban entre otros, es que sus posturas faltan de humanidad, poco importan las consecuencias y las condiciones de los migrantes o si de por medio hay una emergencia humanitaria. Hacen abiertamente algo que antes se prefería ocultar tras las formas, avalados por la construcción de un relato falso en torno a la cantidad de migrantes y refugiados, el costo de recibirlos y el valor del aporte económico de los migrantes, atribuyendo sin datos reales ser responsables del incremento del delito. Eso es posible porque ese relato es aceptado como una verdad revelada por un gran número de seguidores, cuyas frustraciones, temores y prejuicios encuentran cobijo en las redes sociales, potenciándose mutuamente. Pocos dan muestra de saberse informar mejor, estar abiertos al diálogo y disponer de argumentos válidos. Una involución que incluso pretende amañar verdades evangélicas, aguando el sentido universal del amor al prójimo y achicando la solidaridad al ámbito más inmediato. El problema es que con ello, en pleno siglo de la globalización, se pretende limitar el alcance de los valores humanistas, los “ladrillos” de nuestra convivencia, necesarios si nuestra civilización aspira a tener un futuro.
¡Cuidado!¡Un ciego con poder!