El vínculo potente de realizar algo juntos cooperando mutuamente. Comentarios de la serie Mind the Economy.
Cooperar significa optar por ayudarnos recíprocamente cuando nos encontramos inmersos en una situación de potencial conflicto. La palabra clave es “recíprocamente”, porque la reciprocidad es fundamental para que podamos realizar cosas juntos. Es un vínculo potente, el cemento de la sociedad. Nos mantiene unidos y nos permite establecer relaciones de cooperación y de mutuo provecho incluso entre extraños, incluso entre sujetos que no tienen ninguna correlación genética, incluso cuando las interacciones son esporádicas y no repetidas, e incluso en situaciones de conflicto abierto.
“Quid pro quo”, decían los latinos, “tit-for-tat”, traducen hoy los teóricos de la teoría de juegos. La reciprocidad, en su versión “directa”, es la disposición a ser amables con aquellos que han sido amables con nosotros, aunque la amabilidad tenga un coste, así como a castigar, también de forma costosa, a aquellos que nos han hecho daño. La versión “indirecta” implica que la ayuda que hemos recibido de alguien nos impulsa a ayudar a un tercero.
En la naturaleza observamos innumerables ejemplos de reciprocidad directa e indirecta: desde los meros que aprender a aliarse con las morenas y los peces Napoleón hasta los simios antropomorfos que se quitan las pulgas mutuamente con gran satisfacción, y desde los peces espinosos que se alimentan en pareja hasta los murciélagos vampiro que se intercambian el alimento para que nadie en el grupo pase hambre.
El primer científico que intuyó que bajo estos extraños comportamientos estaba la lógica de la reciprocidad fue el biólogo Robert Trivers, quien, siendo aún muy joven, al regreso de un viaje de estudio a África, publicó, en 1971, un artículo fundamental sobre la evolución del altruismo recíproco. Trivers comenzó describiendo el enigma de la cooperación mediante la metáfora del “dilema del prisionero”: si cooperamos, todos estaremos mejor, pero si yo sé que tú quieres cooperar, tendré interés en no hacerlo, y tú, anticipando mi comportamiento, elegirás también no cooperar, por lo que ambos obtendremos un resultado mucho peor que el que habríamos obtenido si hubiéramos cooperado.
¿Qué se puede hacer? La estrategia óptima es la de no cooperar nunca, si bien, de este modo, todos estaremos peor al final. Este dilema representa un elemento cardinal en el estudio de las decisiones estratégicas, porque está muy extendido y es muy robusto. Es muy frecuente en la naturaleza y en la sociedad, y sus conclusiones lógicas están a prueba de bombas: cooperar en tal situación es imposible. Sin embargo, Trivers demuestra que, si se repite el juego varias veces, entonces, en virtud de un “altruismo recíproco” – así lo llama –, es posible salir de la trampa de la mutua defección, y cooperar es la solución racional para todos. Llega a formular la hipótesis de que nuestras emociones sociales, como la gratitud y el sentimiento de culpa, por ejemplo, se han desarrollado para facilitar la lógica de la reciprocidad en nuestras relaciones interpersonales.
En esta historia hay un segundo personaje interesante. Se trata del economista matemático Robert Aumann que, durante los años de la guerra fría, trabajó en el estudio de las condiciones que facilitaban o dificultaban la comprensión de los movimientos del enemigo y, por consiguiente, las negociaciones de paz. Una de las intuiciones de Aumann era que, paradójicamente, un movimiento defensivo podía adquirir un carácter agresivo. Cuando en Estados Unidos se empezaron a construir refugios antiatómicos, por ejemplo, los rusos se pusieron muy nerviosos y la tensión entre las superpotencias, en lugar de reducirse, aumentó. ¿Qué motivo había para construir un refugio si no era el temor a un conflicto inminente? ¿Pero por qué debería haber un conflicto inminente? Quizá porque los Estados Unidos sabían que si lanzaban un ataque, desencadenarían el contraataque de los rusos (reciprocidad negativa).
Así pues, la construcción de refugios, para los rusos, era una señal de la inminencia de un ataque norteamericano y esto, a su vez, incrementaba las probabilidades de un ataque soviético. Trabajando en estos temas y en las condiciones que obstaculizan y facilitan la comprensión recíproca, Aumann demostró una versión generalizada del llamado “folk theorem”; un teorema que muestra que, en cada situación repetida infinitas veces, con un número incluso muy grande de jugadores y de opciones a disposición de cada jugador, siempre es posible y racional cooperar para obtener un beneficio mutuo, a condición de tener suficiente paciencia. Esto vale también en situaciones tan difíciles y conflictivas como el dilema del prisionero, que parecen hechas adrede para inducir el conflicto.
El tercer episodio en esta mini historia de la reciprocidad está ambientado en Ann Arbor, Universidad de Michigan. Estamos en 1979. Catorce investigadores, todos ellos expertos desde distintos puntos de vista en el dilema del prisionero, fueron invitados por el politólogo Robert Axelrod, a participar en un extraño torneo. Cada uno de ellos debía definir su estrategia para una versión repetida del dilema. Cada estrategia era introducida en un ordenador y se enfrentaba a las demás en una ronda a la italiana. Las estrategias introducidas eran muy diferentes, algunas enormemente complejas y otras más simples, pero la que se reveló superior a las demás fue la más sencilla de todas: tit-for-tat. Comienza cooperando y a continuación haz exactamente lo mismo que ha hecho tu adversario en el turno anterior; si él coopera, tú cooperas, si no coopera, tú tampoco. La proeza de tit-for-tat sorprendió a todos, incluso posiblemente al autor de la idea, el psicólogo matemático Anatol Rapoport. Pero los resultados fueron tan interesantes que Axelrod decidió convocar un nuevo torneo.
Esta vez los participantes fueron sesenta y dos, todos ellos conocedores y bien informados de los resultados del primer torneo. Axelrod organizó los desafíos en su ordenador y nuevamente tit-for-tat quedó en primer lugar. La sencilla regla de la reciprocidad directa derrotó a todos los contendientes. Sus características ganadoras fueron identificadas y estudiadas posteriormente por psicólogos, economistas, politólogos, biólogos e informáticos, entre otros. Se trataba de una combinación de “amabilidad”, “reactividad”, “perdón” y “claridad”. Estas son las cuatro características principales de tit-for-tat. Es amable porque no defecciona nunca en primer lugar. Es reactiva porque responde a una defección inmediatamente con otra defección. No se resiste a perdonar porque si el adversario vuelve a cooperar después de una defección, también tit-for-tat lo hace, restableciendo de este modo la relación de mutuo provecho. Finalmente, la estrategia es clara porque su lógica es sencilla y fácilmente comprensible en cualquier circunstancia, incluso en las condiciones más difíciles, donde el conflicto se produce entre enemigos declarados, incluso en la guerra.
En diciembre de 1914 hacía unos meses que había explotado el primer conflicto mundial, terrible, cruel y despiadado. En los 800 kilómetros del frente occidental las cosas no iban bien. El mando aliado decidió optar por una guerra de “desgaste”: un muerto alemán por otro anglo-francés, y al final estos últimos, más numerosos, ganarán. La guerra se combatía en las trincheras: ellos a un lado y nosotros al otro, separados por algunos centenares de metros de tierra de nadie.
Detrás de las líneas, la artillería golpeaba sin cesar las posiciones enemigas. La artillería aparentemente no cesaba, pero, bien mirado, eso no era del todo cierto. Después de unos meses de conflicto cercano, de confrontación repetida y de convivencia forzosa en el mismo campo de batalla, los ejércitos adversarios empezaron a estudiarse y a conocerse. Por una parte, estaba la orden de derrotar al enemigo; pero el deseo de salir vivos de aquel infierno de barro y muerte era más profundo. Aquí es donde la lógica de la reciprocidad comenzó a arraigar. Al principio, los grupos que se enfrentaban a poca distancia en lados opuestos del frente empezaron a realizar treguas tácitas durante las pausas para la distribución del rancho. Estaban tan seguros de que en esos momentos nadie va a disparar, ni en un lado ni en el otro, que las patrullas de guardia mantenían una actitud relajada: “reían y charlaban en voz alta”, confirma un testigo ocular. Comenzaba a surgir la cooperación, incluso entre enemigos mortales. Los francotiradores alemanes disparaban siempre en la misma dirección, sabiendo que allí no había ningún soldado adversario.
Los anglo-franceses ametrallaban con su artillería las líneas enemigas solo en determinados horarios, con una precisión y una puntualidad tales que permitían a los enemigos organizar sus movimientos con gran facilidad y seguridad. Nadie violaba la tregua de hecho. Eran “amables”. Pero también eran “reactivos”, pues estaban inmediatamente dispuestos a la represalia si alguien violaba el acuerdo. Los alemanes, por ejemplo, respondían siempre lanzando tres bombas por cada una que explotaba en su campo.
La abstención de la agresividad del conflicto no debía ser interpretada como signo de debilidad o de incapacidad, sino como una elección deliberada. Cuando la tregua se rompía, habitualmente se restauraba en poco tiempo mediante estrategias anti espiral, de enfriamiento del conflicto, que rápidamente restablecían la situación inicial de paz. Había “perdón”. Finalmente, la estrategia de las dos facciones contrapuestas era “clara”. Tan clara que, tras pocos días de trinchera, incluso los recién llegados entendían lo que ocurría. El punto álgido de esta amplia fraternización se alcanzó en la Navidad de 1914, cuando las tropas, en distintas regiones del frente, al principio tímidamente y después con una seguridad mayor, comenzaron a salir de la trinchera y a entrar en la tierra de nadie, avanzando hacia las posiciones enemigas. En la tierra de nadie los enemigos se encontraron repetidamente para intercambiarse regalos y alimentos, para celebrar los ritos de la Navidad y para enterrar a los muertos de ambas partes.
Durante la Nochebuena se organizaron partidos de fútbol y conciertos improvisados. La cooperación surgió claramente incluso entre enemigos, incluso en ausencia de una autoridad principal; más aún, en contra de los deseos de la autoridad principal. Los mandos de ambos ejércitos intentaron por todos los medios obstaculizar esta confraternización: procesos sumarios, fusilamientos y amenazas de bombardear las propias filas. En Horizontes de Gloria, Stanley Kubrick reconstruye magistralmente, en base a testimonios reales, el clima de terror y prevaricación en las líneas de mando francesas. El único camino para volver a poner en marcha la guerra, para impulsar a los soldados a volver a matarse entre ellos, era neutralizar la lógica de la reciprocidad, romper el vínculo tácito y los intereses comunes que se habían creado en los largos meses de vida en las trincheras. Para ello los jefes decidieron pasar al uso cada vez más frecuente de incursiones. En estas salidas altamente organizadas podían participar desde una decena hasta cientos de soldados. Salían de sus trincheras y se dirigían hacia el enemigo. Si la incursión iba bien, se hacían prisioneros. Si iba mal, se contaban los compañeros muertos. Pero en todo caso, los altos mandos siempre podían comprobar lo acontecido y eventualmente castigar a los “cobardes”.
Estas formas de “valor” rápidamente acabaron con la cooperación y desencadenaron cadenas imparables de represalias. Después de un ataque, se esperaba el contraataque enemigo; pero los que acababan de sufrir uno de ellos tampoco podían saber si se trataba de un episodio aislado o del primero de una serie. Ya no había claridad, amabilidad ni perdón, solo reactividad. Se había desencadenado un círculo de reciprocidad negativa, que conducirá a la masacre de todo un continente. Una generación de jóvenes enviada a morir por la locura y la ambición de una aristocracia extemporánea.
Para romper el círculo virtuoso de la cooperación surgida espontáneamente entre antagonistas en una situación de conflicto abierto, fue necesaria una intervención deliberada, un plan bien proyectado y articulado, una voluntad concreta del hombre contra otros hombres, la voluntad de guerra contra el deseo de vida y el anhelo de paz. Sin embargo, la tregua de aquella Nochebuena de 1914 sigue recordándonos la sociabilidad natural de nuestra especie, la sencilla belleza de las relaciones humanas y la extraordinaria potencia de los símbolos. Feliz Navidad.
Original italiano publicado en Il Sole 24 ore del 22/12/2019