La forma del agua

La forma del agua

Una fábula de amor hábilmente relatada por el mexicano Guillermo del Toro. Un momento de poesía y una invitación al respeto de la diversidad.

La forma del agua es una bella historia de amor, más bien una fábula. De la mano del director mexicano Guillermo del Toro, el espectador se adentra en un filme que sigue los cánones de la industria de Hollywood que aquí alcanzan un elevado nivel, pero con la sensibilidad de un latinoamericano que capta la necesidad de humanizar este cuento, sobrevolando los interrogantes que surgen de su desarrollo con ciertos elementos mágicos, como puede ser el de inundar un baño de una vivienda, para casi transformarlo en una piscina.

En una base militar de los Estados Unidos, en plena guerra fría –nos ubicamos poco después de que los rusos envían al primer hombre al espacio–, aparece una suerte de monstruo-mutante o quizás un alienígena que es una criatura acuática con semblantes de hombre. Tratado como una “cosa” que hay que investigar para fines militares, por el despreciable encargado de seguridad que reúne todos los tópicos del conservador blanco: violento, racista, xenófobo y militarista con rasgos psicópatas. Una de las chicas de limpieza, protagonista del filme, es Elisa Esposito, una sensible mujer muda que comparte sus horas libres con un amigo, ya mayor, artista desempleado y gay, con quien disfruta de películas musicales.

El encargado de seguridad casi le escupe en la cara que su apellido italiano, significa huérfano (ex – positum, se les decía en Nápoles a los niños abandonados en las puertas de los conventos, de ahí el apellido), las demás compañeras de trabajo ni registran su presencia. El amigo artista es rechazado de un bar cuando revela su condición. Son dos personas que padecen la soledad y la discriminación, como también varias figuras de afroamericanos que aparecen en la historia. Todos ellos conviven en un ambiente que mientras se obsesiona en superar a los soviéticos, segrega a las personas de color y discrimina a quien es diverso, se obstina en presentarse como un mundo feliz.

Y la otra figura que encarna la soledad es el ser prisionero de la base militar, al que se pretende viviseccionar para entender cómo es su organismo y si puede enseñar algo a la ciencia. Nace entre este ser y Elisa una comunicación que se transforma en amor y que guiará el resto de la historia que prudentemente dejamos de resumir.

La forma del agua aparece en momentos en que se mira de reojo a los migrantes incluso en países tradicionalmente abiertos a los extranjeros como lo es la Argentina. Por ello se transforma en un alegato contra los prejuicios, la xenofobia, el racismo y la discriminación, en una invitación a incorporar la diversidad y a superar el miedo –a menudo irracional– que puede suscitar en nosotros.

Más allá de sus contenidos, merecidamente tanto la dirección de Del Toro como el filme en sí, se hicieron acreedores de los Oscar al mejor director y mejor película.

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