Otro artículo de la serie Mind the Economy, publicados por el diario italiano Il Sole 24 ore.
“La economía debería interesarse no solo por la asignación eficiente de los recursos materiales – escribía hace unos años en la American Economic Review, Matthew Rabin, joven estrella de la Universidad de Harvard – sino también por el desarrollo de instituciones donde los sujetos estén felices de interactuar entre sí”. Sin saberlo, una pequeña empresa de Ancona (Italia) – que fabrica detergentes biológicos a partir de aceites usados – se lo ha tomado en serio, tan en serio que ha escrito en sus estatutos que su objetivo último no es la maximización del beneficio o del valor de sus acciones, sino “el bienestar y la felicidad de las personas que forman parte de ella”.
He conocido a esta empresa, junto a muchas otras, en el Festival Nacional de la Economía Civil, que ha tenido lugar estos días en Florencia. En el Salón dei Cinquecento del Palazzo Vecchio, han contado sus historias de éxitos y fracasos, de innovación y visión, de compromiso y sostenibilidad. Tal es el caso de una empresa que, a través de la moda y la creatividad, reciclando materiales de deshecho, ofrece dignidad y una profesión a mujeres presas. O de esta otra, que fabrica generadores solares que, a su vez, depuran el agua y proporcionan acceso a Internet para las ciudades del futuro. O la multinacional que, además de puntos de venta, abre tiendas donde las personas que lo necesitan pueden tomar en préstamo herramientas y materiales para los trabajos domésticos.
Son empresas civiles, plurales, bio-diversas, híbridas; empresas que, a pesar de su variedad, presentan rasgos comunes. En primer lugar, son empresas “virtuosas”. No en el sentido de buenas, honestas o mojigatas. No. Son virtuosas en el sentido originario del término. La areté, la virtud, para los griegos, era la cualidad de la excelencia, la capacidad de desarrollar y llevar a cumplimiento el propio potencial. Por eso llamamos virtuoso a un pianista o decimos que un poeta es un virtuoso de la palabra. Estas empresas son excelentes en el sentido de que hacen que las personas y los lugares, las ideas y los territorios florezcan. No se conforman con lo ordinario, buscan lo extraordinario, la plenitud.
Además, son empresas que producen “valor”. Esta es la segunda palabra clave. No solo riqueza, sino valor. Sabemos bien que puede haber empresas que, mientras producen riqueza, destruyen valor. Son empresas “extractivas”, que restan recursos a las personas con las que interactúan y a los territorios en los que operan: la industria del juego de azar, los fabricantes de armas, las empresas fuertemente contaminantes, pero también las empresas que ofrecen trabajos inútiles. No olvidemos que el 25% de los trabajadores de los países avanzados, sobre todo los jóvenes, perciben su trabajo como inútil. En cambio, las empresas civiles crean y distribuyen valor compartido, que desborda los límites de la organización para inundar el entorno donde operan.
Son empresas hechas principalmente de “relaciones”, tercera palabra clave. Su tecnología productiva está impregnada de relaciones. Su ventaja competitiva se funda en la calidad de las relaciones, determinante principal no solo de la cohesión social, la confianza y la productividad, sino también del bienestar individual y social. El cuidado de la comunidad de personas que funda la empresa es, al mismo tiempo, fin y medio para la producción de ese valor compartido del que hablábamos antes.
Otra palabra clave es “innovación”. En estos tiempos, cuando se habla de innovación y sobre todo de innovación social es fácil caer en discursos vagos y vacíos. Como el “tofu”, la expresión “innovación social” casa bien con todo, pero muchas veces no sabe a nada. Es un concepto en el que cabe todo, y precisamente por su vaguedad, puede ser inútil. Pero estas empresas hacen innovación en un sentido muy concreto. Tratan de dar respuestas nuevas a viejas demandas, de encontrar nuevas formas de responder a necesidades consolidadas. Pero además buscan nuevas demandas, sacan a la luz nuevas necesidades, escrutan los lugares y las personas para captar sus demandas no expresadas.
Estas innovaciones muchas veces se inspiran en las pequeñas decisiones cotidianas. No siempre (más bien, casi nunca) la innovación es un proceso repentino, “disruptivo”. Los cambios de paradigma, las mutaciones culturales, van precedidos de un proceso acumulativo de “pequeñas decisiones cotidianas” que, una vez que alcanzan una determinada masa crítica, desencadenan el proceso de cambio, esta vez, revolucionario. Pero sin estas pequeñas elecciones cotidianas, accesibles para todos y poco costosas, las revoluciones no encontrarían terreno fértil donde prender. Las empresas civiles actúan así: suscitando cambios pequeños, cotidianos, accesibles, pero acumulativos. Se trata de modelos de consumo diferentes, procesos más sostenibles, productos menos impactantes y más útiles.
Estas pequeñas elecciones, al acumularse, producen nueva “cultura”. Esta es la última palabra clave que describe la naturaleza y la actuación de estas empresas. Las pequeñas elecciones cotidianas se convierten en pensamientos compartidos, esquemas conceptuales, normas, convenciones y códigos de valores compartidos. En una cultura de la sostenibilidad social y medioambiental, pero también de la confianza y de la reciprocidad. Estas “empresas civiles” existen y son muchas. Tal vez sean pequeñas, pero muy concretas. Son hijas de nuestro “genius loci”, de nuestra creatividad y de nuestra historia de inclusión y participación. Una tradición que no debemos olvidar, sino valorar, dando las gracias a estas empresas y a estos empresarios, buscándolos, descubriéndolos y ayudándoles a florecer y a madurar a través de nuestras decisiones de consumo y de inversión, de nuestro “voto con la cartera”. Porque el desarrollo de nuestra economía será civil o no será.
Original italiano publicado en Il Sole 24 ore del 31/03/2019